Eternos misterios del peronismo
Por Abel Posse Para LA NACION
MADRID
Febrero 7 de 1953. Mañana gélida de Moscú. Por la Sadovaia se levantaban velos de nieve y los monstruosos camiones de la industrialización soviética dejaban una estela de niebla blanca. El Mercedes de la embajada argentina, con su banderita celeste y blanca, que temblaba aterida.
Leopoldo Bravo, el embajador de Perón, iba al Kremlin. El chofer, Anatole, también aterido, pero de miedo. En Rusia, desde Iván el Terrible hasta después de Stalin, acercarse al Kremlin era ponerse a tiro de muerte. Llegaron a la torre de la Asunción y allí cambiaron auto. Llevaron al embajador en uno que no estaba inficionado por la inmundicia y el peligro del mundo exterior. Stalin, el minotauro, estaba acompañado por el silencioso Vishinsky, su canciller.
En su informe (*), que yo leí quince años después, en el archivo de nuestra embajada, en la Lunacharskovo, Bravo contó que Stalin escuchaba la monotonía del traductor dibujando lobitos con su lápiz Caran D´Ache. Lobos pequeños, parejos, que al cabo de una hora constituirían una manada temible en un bosquecillo de beriozkas y pinos.
Después de unos minutos de amabilidades, Stalin levantó la cabeza y le preguntó a Bravo:
-Bueno, embajador, a ver, dígame qué es eso del peronismo...
Era la pregunta que se hacen hoy en España, y en Europa desde hace ya sesenta años, cuando el persistente peronismo acaba de obtener el récord histórico de más del 65 por ciento del electorado, y presentándose casi con desparpajo con tres candidatos propios y opuestos entre sí, y triunfando en casi todas las provincias, a más de medio siglo de su fundación y después de la crisis más grave de nuestra historia. ¿Qué casualidad o qué misterio? Nada permanece porque sí en la larga y mutante política mundial.
Stalin no recibía embajadores. No sabía que aquél era el último que vería, pues su salud era buena (como la describió Bravo en su informe: "Me alegro de ver al generalísimo Stalin sano, joven y fuerte") y nadie, ni el mismo Stalin, podía intuir que ese vigoroso zar con chaqueta de cartero y botas de leñador moriría unas semanas después.
¿Qué era ese movimiento social que no transaba ideológicamente con los vencedores del 45? ¿Quién era ese Perón que enseñaba a no respetar ni el capitalismo mercantilista de Occidente ni el marxismo del bloque comisarial? ¿Quién era ese coronel que ayudaba a España y se negaba a retirar al embajador?
Bravo, seguramente, sintió el peso de la terrible mirada de Stalin. ¿Cómo responderle? ¿Qué decir del peronismo?
Después de seis años de gobierno, Perón había sido reelegido meses atrás, en 1952, por aplastante mayoría. En julio había muerto Evita y se había celebrado uno de los más grandes e intensos velorios del siglo.
-¿Usted, embajador, es peronista?
Entonces Bravo expuso, con su propio caso, la ambigüedad del peronismo. Provenía de una familia del feudalismo provincial de San Juan, de los Cantoni. El partido de ellos era autonomista y más bien radical, pero eran peronistas...
-El peronismo es una superación de la nefasta división idiota de derechas e izquierdas, según el obsoleto plano de la asamblea revolucionaria de Francia. Los pueblos deben vivir unidos en su vocación de destino, en los grandes objetivos comunitarios, nacionales. Para Perón, el capitalismo no es nada más que un estúpido intermezzo : el del egoísmo de los ricos. Por eso la tercera vía, la tercera posición. El peronismo es más social que capitalista...
Bravo omitió decirle que los comunistas eran excluidos y encarcelados, como Codovilla, del Comintern, fundador desde 1923 de los partidos de América Latina y comandante de las brigadas en España bajo el nombre de camarada Medina. (Stalin no contaba sus soldados muertos.)
-El peronismo es novedoso para países que se ubicaron como lacayos de los poderes internacionales: defiende la soberanía nacional basada en la independencia económica y en la gestión de empresas argentinas o del Estado argentino: petróleo, agricultura, carnes, puertos, transportes, ferrocarriles, el agua y los minerales. No aceptamos ni el Fondo Monetario Internacional ni el Banco Mundial -dijo Leopoldo Bravo, que no podía saber que cuatro décadas después otro peronista sería el promotor de la mayor entrega del patrimonio argentino y de la corrupción del llamado "peronismo de mercado". Por suerte todavía no había llegado el tiempo en que debiera explicarle a Stalin las miserias de medio siglo: los ritos de López Rega, el brujo, para trasvasar el espíritu indomable desde el cadáver momificado de Evita hasta la flébil Isabelita; las manadas de sindicalistas corruptos de corbatas de seda y mansiones con piscina; las coimas de las transnacionales para entregar aquella soberanía de Perón como una virginidad en remate -el petróleo, la energía, los transportes, ferrocarriles-; la violencia derrotada del terrorismo montonero, aprobado por Perón y luego expulsado por él mismo en una noche de la Plaza de Mayo...
-Pero el peronismo rechaza por igual al comunismo... -se le escapó a Bravo. Por un instante, irracionalmente, temió la ira letal de Stalin. Sin embargo, el mariscal encendió, con apacible lentitud de verdugo fatigado, su pipa. Bravo se tranquilizó, la mirada de Stalin era parejamente oscura y brillante, sin huellas de esas estrías amarillentas que decían que eran la señal cierta de su furia fatal. Pero Bravo era un diplomático, un extranjero, un sudamericano de los confines de Occidente, en suma, un ser prehistórico, precomunista. Poco podía ofenderlo. (Según escribió Milovan Djilas, por una insolencia ideológica del ministro Vassilevski, éste había pasado de ese mismo salón con muebles góticos al pelotón de fusilamiento en los sótanos de la Lubianka, como muchísimos otros.)
-Perón cree que el capitalismo de Estados Unidos es torpe, mediocre y el peor enemigo de América Latina...
-Eso está bien, jarachó -musitó Stalin-. ¿Y Eva Perón?
Un hada en Ezpeleta
¿Cómo explicarle a ese zar oriental la personalidad y la curiosa pasión de Evita? Eva subiendo a su Packard negro con su capelina de Reboux y los estampados volátiles de Dior o de Jacques Fath. El estrépito de sirenas y motocicletas como heraldos de la epifanía de un hada buena. Rumbo al suburbio de Villa Caraza o de Ezpeleta, con sus fajos de billetes de diez pesos. Chapas para el techo, una cocina a gas, dentadura postiza, una muleta, un avioncito de latón pintado, una orden de internación, calentadores para el mate, una colección del Espasa.
Lo inmediato del dolor y de la alegría. Sólo el amor funda. Evita era la más amada. Stalin, el más temido. Ninguno de los dos se había quedado en ese término medio en el que Maquiavelo ubicaba la mediocridad y condena de los políticos. Eva Perón murió en la pasión del poder. No le interesó el Plan Quinquenal, sólo pensó en el dolor de muelas de algún chico. Para ella el poder era posibilidad de acción inmediata ante el dolor concreto o la injusticia social.
Stalin escuchaba y seguía dibujando lobitos. A veces alguno abría las fauces y mordía en el cogote a otro. En los ventanales se atorbellinaba la nieve. Epicentro de ese invierno que había derrotado a Napoleón y a Hitler.
-En suma, el justicialismo es una sublimación de la oposición de izquierdas y derechas. Es también un nacionalsindicalismo. Las dos filosofías políticas que engendró Occidente están perimidas... La democracia de las divisiones partidistas es una hipocresía superada. El peronismo siempre gana en elecciones correctas, pero no cree en la democracia formal.
Cómo le podía explicar Bravo al emperador romano de Oriente que los argentinos somos ambiguos, que estamos aplastados por el escepticismo de tantas esperanzadas/desilusionadas generaciones de inmigrantes. No porque sí produjeron el tango. Para nosotros las ideologías no son más que la claridad momentánea que cubre un nuevo error. Creemos que la historia baja siempre a las medias tintas como a esa media luz de tango. Sentimos que la historia y la vida de los pueblos es lo que va quedando después del absolutismo de los jefes.
Stalin, en el apogeo de su poder y en su paternalismo zarista, no hubiera tolerado la idea de que Perón y su peronismo siguiesen viviendo en la política real más tiempo que su poder personal, su imperio y su ideología total y geométricamente lógica.
En la hoja ya no había espacio para más lobos.
La Argentina había establecido relaciones con la Unión Soviética, sin pedir permiso y saltando las sumisiones y miedos sudamericanos (compensaba el gesto "tercerista" de rebelarse contra el boicot a España).
Se firmó el primer gran acuerdo comercial de la URSS con la Argentina, el primero de Iberoamérica y de muy larga duración.
Al estrecharle la mano a Bravo, Stalin dijo, tal vez sin mucha ironía:
-Si lo he entendido bien, ustedes serían capitalistas, pero no tanto. Pero también socialistas, aunque casi nada. Llegan al poder por elecciones, pero no creen en la democracia burguesa...
-Eso -dijo Bravo-. Eso mismo.
El peronismo, esa travesura internacional, esa insolencia sudamericana...
(*) Algunos datos del encuentro Stalin-Bravo se tomaron de la burocrática versión del Archivo Ruso Estatal, registrada por Vishinsky y Kolosovski. Leopoldo Bravo, en 1971, me precisó algunos detalles, entre ellos el interés de Stalin por invitar a Boca Juniors a jugar en la Unión Soviética.
Abel Posse es escritor y diplomático. Su novela más reciente es El inquietante día de la vida .