Esther Cross y Federico Falco: la literatura, vía de escape de los lugares comunes
Pertenecientes a generaciones distintas, pero con igual perfil bajo y obra definida, ambos escritores recorren la trastienda de la escritura, la búsqueda de un estilo propio y los riesgos de encontrarlo
Ambos escritores con una obra definida, Esther Cross (Buenos Aires, 1961) y Federico Falco (General Cabrera, 1977) cultivan un perfil bajo; en sus intervenciones públicas en general se refieren a temas literarios: talleres y clases de escritura, textos para libros de colegas, reseñas en medios gráficos, presentaciones de libros y tomas de posición en cuestiones de política cultural. Los dos han editado sus libros tanto en editoriales pequeñas como en sellos de grandes empresas, sin que sus obras perdieran el carácter propio, arriesgado y poco convencional.
Cross ha publicado novelas únicas como Radiana y La señorita Porcel, una biografía novelada de Mary Shelley (La mujer que escribió Frankenstein), libros de cuentos y ensayos. En su escritura, que elige mundos cerrados, convive la sorpresa del humor amable entre personajes con la lenta preparación de una tragedia, si no de la sombra que la tragedia proyecta. Falco es autor de una novela corta que tiene por protagonistas a un niño y a su padre ufólogo (Cielos de Córdoba), y varios libros de cuentos: La hora de los monos, 222 patitos y el más reciente Un cementerio perfecto, editado por Eterna Cadencia. En pocos años la escritura de Falco, a través de sus narraciones envolventes y paradójicas, cobró un relieve singular en la narrativa argentina.
LN– En tu nuevo libro los cuentos casi parecen nouvelles.
FF– Son pocos relatos largos, y bastante; yo soy muy lento. Desde que tengo una idea hasta que termino el cuento puede llegar a pasar un montón de tiempo. Hay ideas muy viejas y tengo muchas carpetitas en la computadora con ideas que voy tomando, a las que después les voy agregando cosas que se me ocurren. Digo: “Ah, esto podría servir para tal personaje”. Soy bastante caótico para escribir. Con Cielos de Córdoba, escribí una primera versión muy rápido. Siempre es eso. Juntar mucho material, escribir, frenar, volver, retomar, en el medio pasa tiempo. Puede ser un mes o pueden ser dos años.
LN– El tiempo es como un editor.
FF– Claro. Porque hay cosas que por ahí no me interesan más y después en un momento algo me vuelve a interesar, lo busco y lo retomo. La primera versión de esa novelita fue muy rápida: como de escribirla en un mes, después de haber juntado en una carpeta que se iba engrosando con cosas. Después de esa primera hubo una segunda versión que tardó mucho tiempo, como dos años, a la que después descarté y volví a la primera versión, y ahí quedó.
EC– Yo trato de tener un método. Pero es distinto con los cuentos que con las novelas. Con una novela trato de ser un poco más disciplinada porque me cuesta más, hasta el punto que a veces no sé por qué me meto con la novela. No sé si es un metejón de lo imposible. Para una novela necesitás cierto estado físico. Yo siento eso, es un viaje largo. Entonces ahí sí, trato de tener una disciplina porque la tentación de dejarla es más grande. Con los cuentos creo más en esto que dice Federico, me parece que a veces hay una idea a la que uno no le encuentra la vuelta, y de pronto, tiempo después, sí. Creo que no es fácil definir exactamente qué es un cuento, pero cuando lo leés y escribís entendés lo que es, y entendés las fallas cuando lo escribís y no sale. Entonces ahí sí creo en lo que vos decías, me gusta esa idea del tiempo como editor, cuando lo va editando cambia la perspectiva o el punto de vista. Me ha pasado de tener una idea para un cuento y fallar y fallar y fallar, y cinco años después... la solución aparece.
LN–-¿Cómo fue el tiempo de escritura con tu nuevo libro, que Tusquets publicará en unos meses?
EC– Fue al revés, fue acumulativo. De hecho el texto matriz fue un cuento que siempre quise escribir sobre varios chicos que salen solos, se van al monte y uno de ellos no vuelve. Y esta cosa del silencio de los chicos, que no quieren contar lo que pasó. Siempre quise escribir algo así y no podía. Ése fue el texto base. Y después empecé a escribir otras cosas y a entretejer. Ya no lo puedo ver como un libro de cuentos, lo veo como si fuera una temporada de una serie de televisión porque todos los personajes están entrando y saliendo.
LN– Los dos trabajan con formas literarias donde el género se vuelve difuso. ¿Eso es un trabajo consciente?
EC– Sí, totalmente. En mi caso no es una intención a priori, sino que es como que va saliendo. No digo: “Ahora voy a escribir un cuento largo o voy a escribir un relato y que ese relato sea un archipiélago que se vaya desdibujando”. No, es espontáneo. También creo que tiene que ver con el timing de lectura. A mí me interesa también en la lectura el desdibujamiento del género estricto. Lo que no tengo es intención de ajustarlo o reescribirlo: me parece que me interesa que se desdibujen un poco los géneros tradicionales.
FF– Para mí sí es un temor constante caer en una forma repetida. Tiene que ver con escribir cuentos. El género me gusta mucho, pero el problema del cuento es que de alguna manera se vuelve una cosa estructuralmente repetitiva. Leés tres, cuatro, diez cuentos, y cambian los personajes pero estructuralmente son lo mismo. Ese temor me hace estar muy alerta para no caer en el nivel formal: no dejar que sea la forma la que me narre sino moldear lo que va surgiendo. Lo pienso un poco a partir de esta idea de con el cine o la publicidad estamos expuestos a un montón de relatos todo el tiempo, y son relatos que estructuralmente tienden a repetirse y esa repetición tiene que ver con tranquilizar al lector, con darle seguridad. Ahí me doy cuenta de que estoy cayendo en un lugar común.
LN– ¿Por ejemplo?
FF– La idea de los tres actos y que en un momento del guión tiene que entrar un punto de giro brusco.
EC– También a veces se propone el tema como algo novedoso, y si se repite la misma estructura no pasa nada, porque es el tema el que importa. Lo mismo pasa con el lenguaje: esta atención a no caer en el lugar común no se da por esnobismo o para evitar la repetición, sino porque cuando uno trata de salir del lugar común se encuentra realmente con la escritura. Los géneros como uno los viene repitiendo, como uno los viene leyendo desde siempre, son los lugares comunes que hay que evitar.
FF– En el cuento se ve muchísimo la influencia de los talleres. Cuando te toca ser jurado en un concurso de cuentos, ves que hay un montón de relatos que son interesantes y originales desde el uso del lenguaje o desde los personajes, pero estructuralmente son el mismo cuento. Son formas que se repiten, esa especie de finales a lo Carver o la forma de los cuentos a lo Cortázar. Hay un modelo tradicional que quizás tiene que ver con la escritura en tres actos. En parte por la influencia del cuento norteamericano, se ve mucho esta idea de que hay un modelo del cuento correcto, un modelo que con el tiempo uno termina incorporando, se estandariza y hasta se lo incorpora como lector. Después ya podés predecir de alguna manera qué va a pasar.
LN– ¿Para qué sirve la ficción?
FF– Para muchas cosas. Yo leo ficción para disfrutar, para escaparme, para relajarme. Más allá de lo complicado, oscuro o aburrido que pueda ser el tema, uno también puede disfrutar de las formas, del lenguaje, de la construcción de la frase, de la estructura. En ese punto, leer no deja de ser parte de una experiencia estética. También la ficción permite entender ciertas cosas: permite pensar múltiples posibilidades para darle significado y ampliar el mundo en que vivimos, permite ponerse en la piel del otro, conocer íntimamente otras voces y entender otros puntos de vista, permite vivir y sumar experiencias de manera vicaria, comprender y simpatizar con personajes que atraviesan circunstancias y conflictos tal vez muy diferentes de los nuestros.
EC– La ficción es una lectura de la vida, otra forma de registrarla y plantearse las preguntas que se presentan tarde o temprano. Hace que la imaginación entre en funciones. Henry Miller decía que un buen escritor capta las señales que están en el aire. Por eso, la ficción pesca el pulso de su tiempo y a veces lo trasciende. Hace unos años en un diario preguntaron: ¿qué pasaría si los escritores de ficción entraran en huelga? Era lo mismo que preguntar: ¿qué pasaría si no hubiera libros de ficción? Un mundo sin ficción sería peor que éste y, sobre todo, sería inimaginable.
LN– ¿Podrían reconocer sus propios rasgos de estilo?
EC– En cada uno de mis libros veo un libro muy distinto del otro, en eso hay algo más parecido a una búsqueda, aunque sí reconozco algunos rasgos. Trabajo mucho con el humor pero trato de escapar a la tentación de la parodia, porque eso es un distanciamiento del tema, es la tentación de mirar los problemas más hondos desde arriba. Me gusta trabajar con el humor pero siempre que lo use como mensajero de otra cosa. El humor en sí a veces es excesivo. Mis libros son distintos entre sí pero no sé si es deliberado. A veces reconozco en otros escritores una voz más marcada, pienso que eso debe ser una tranquilidad. Yo soy muy discontinua, salvo estas cosas del humor o algunos temas que se repiten pero de una forma tan distinta que a mí me cuesta hallar una continuidad.
FF– También uno va cambiando. Y hay que ver cómo se hace para no quedar atrapado en un estilo propio, cómo no empezar a repetirse todo el tiempo. Me imagino que de afuera es más fácil verlo. En mi caso me parece que, si existe, es a pesar de mí. Yo siempre trato de escaparme de lo que ya hice o de lo que me parece que me sale más fácilmente, derivar hacia donde van las cosas. Generalmente es verdad que todos los textos salen de uno y forman un lugar, una zona de intereses, ciertas cuestiones que se repiten... Pero no sé si hablaría de un estilo. Siempre termino escribiendo sobre historias que transcurren en pueblos o en lugares más o menos chicos y en contacto con la naturaleza. La ciudad no es mi zona. No sé si es buscado; termino ahí porque hay como una especie de interés obsesivo sobre eso. Yo no sé si lo llamaría estilo, sino una especie de interés recurrente en un determinado paisaje, en una determinada zona, en un tipo de personajes.
EC– Virginia Woolf decía que los libros descienden de libros, no sólo que lo que uno lee de alguna forma influye en lo que uno escribe, sino que también los libros que uno escribe forman una familia de libros. Eso no quiere decir que sean una familia funcional. A mí un libro me va llevando a otro. El tema de la escritura y la ciencia, el arte y la ciencia, me gusta mucho, lo que tiene de creativo la ciencia también. Y me interesa el momento en que la vida de un personaje cae. La caída es un momento muy humano donde se ve que la vida de alguien está hecha de lo que esa persona hizo, pero también de lo que esa persona quiso que fuera su vida. En ese momento se ve mucho de la vida de alguien. Ésos son grandes objetivos: quiero escribir sobre eso pero después no sé si se nota.
FF– Me parece que la idea parte de que te interese o te apasione determinado tema pero no sabés exactamente por qué, no terminaste de ver cómo, y ahí es donde surge la idea, la escritura. Y si algo con un poco de suerte no se agota en la escritura, queda resto para seguir en otro libro, otro cuento. Para mí la ficción es trasladarse a ese mundito que vas inventando y de a poco se va creando a sí mismo, y vas tomando notas y vas viendo. La construcción de esa materia prima que empieza a surgir. Después hay que sentarse y darle forma a eso que surgió, pero el momento en que surge es el que yo más disfruto y quizás es a lo largo de mucho tiempo. Es como ir a visitar un lugar o a una serie de personajes que ya conocés. Últimamente me mando muchos mails con etiquetas, entonces voy etiquetando varios proyectos con una etiqueta determinada.
EC– Yo confío en el inconsciente. No sé si es una ilusión, pero me parece que todo va formándose sobre el iceberg y va quedando ahí. A lo mejor porque me cuesta la prolijidad. Mi forma de memorizar es escribir. Es como si uno pasara toda la vida con la escritura.
LN– ¿Leen a autores argentinos contemporáneos?
EC– Sí, además lo estoy pasando muy bien leyendo ahora, me gusta mucho lo que está pasando, es un buen momento. Me parece que hay muchas voces distintas.
FF– Yo leo todo el tiempo, no hay un momento donde deje de leer. Y sí, trato de leer a los contemporáneos y lo que se publica todo lo que puedo, lo que permite el bolsillo, lo que dé el tiempo. Hay muchas generaciones publicando cosas muy buenas al mismo tiempo, y a su vez hay muchas poéticas y ninguna invalida la otra, no hay un “esto está bien, esto está mal”. Hay cosas que coexisten en un lugar muy fructífero.
LN– ¿Cómo es el trabajo en el taller literario?
FF– Coordino talleres desde hace mucho tiempo. Si uno tiene un poco de suerte de que se armen grupos interesantes, se dan lazos muy fuertes. En el primer encuentro del año les pregunto por qué están ahí, qué quieren, por qué y para qué escriben. Mientras uno tenga claro por qué va al taller y lo ponga sobre la mesa y lo dice, es válido. El grupo se va acomodando a lo que cada uno lleva al taller. Trato de que no sea un espacio de rigidez ni un espacio necesariamente de aprendizaje, en el sentido de que no se puede enseñar a escribir, sino generar un espacio donde uno encuentre sus primeros lectores. No todos necesitan hacer talleres, hay gente que no lo necesita porque tiene amigos o porque de alguna manera escribe en una soledad que le resulta productiva. Creo que los talleres pueden generar adicción y ése es un problema. Debe ser una instancia de pasaje, máximo un año o dos años. Si te interesa escribir, escribí solo fuera del marco del taller. Si un taller genera dependencia, no está funcionando bien.
EC– Di talleres bastante tiempo. Me gustaba mucho, pero después me cansó. En el taller estás leyendo lo que se escribe actualmente, algo que ves también cuando sos jurado de un concurso.
LN– ¿Cultivan una sociabilidad del escritor?
EC– Tengo bastantes limitaciones con eso y admiro a los que tienen facilidad para realizar muchas actividades fuera de la escritura. Evidentemente es un plus extraliterario para una parte extraliteraria de la profesión. No todos los escritores tienen un don para hablar, esa desenvoltura, la respuesta rápida. Es un terreno desparejo.
FF– El impulso inicial de por qué uno empieza a escribir tiene que ver con estar en tu casa, encerrado, no tiene tanto que ver con salir al mundo, no tiene nada que ver con la actuación, o ese tipo de arte u oficios que implica un trato cotidiano. Tiene más que ver con estar encerrado, con tener tu propio mundo. No me siento del todo cómodo pero entiendo que hay cierta zona que tiene que ver con la difusión del libro, con las expectativas que la editorial tiene, que uno trata de cumplir de la mejor manera posible. Pero a mí me parece también que tiene algo de época, por ahí se le pide al escritor algo de espectacularidad que la literatura no tiene.
LN– ¿Tienen alguna expectativa sobre la política cultural de Cambiemos?
EC– Estoy expectante pero no veo ninguna definición en política cultural, me gustaría verla. Veo más bien señales alarmantes.
FF– Tengo la sensación de que no es una prioridad para el Gobierno, pero me encantaría que me contradigan. Hay ciertas áreas de donde el Estado no puede ausentarse y la cultura es claramente una de ellas. Es importante que el Estado se haga cargo, por ejemplo, de fomentar la lectura y de asegurar a todos sus habitantes el acceso a los libros. En muchos pueblos del interior del país, las bibliotecas populares son la única manera de conseguir libros. También se debería aumentar la capacitación de los mediadores y difusores de lectura, sino los libros se quedan en los estantes y no llegan a los lectores. En ese sentido, sería importante trabajar en el apoyo a las pequeñas y medianas editoriales, sobre todo las del interior del país, y apoyar a los autores, tanto en su formación como en su difusión dentro y fuera del país. Favorecer el intercambio real entre autores de diferentes provincias y, también, de diferentes países de América Latina. Aumentar y crear nuevos programas de becas y de ayudas a la creación. Becas de formación y de estudio, subsidios para que los autores dispongan de tiempo y no tengan que escribir de a puchos, entre un trabajo y otro. No dejar todo en manos del mecenazgo. El Estado es quien debe fomentar y dar base a una plataforma donde conviva una pluralidad fecunda de voces y de miradas.
Esther Cross
Estudió Letras y es licenciada en Psicología. También traductora y editora, escribió las novelas Crónica de alados y aprendices, La inundación, Radiana, La señorita Porcel, dos libros de entrevistas con Borges y Bioy Casares, los volúmenes de cuentos La divina proporción y Kavanagh, y una biografía novelada de Mary Shelley: La mujer que escribió Frankenstein.
Federico Falco
Licenciado en Ciencias de la comunicación, en 2002 cofundó la revista literaria digital Fe de Rata. Es autor de 222 patitos, Cielos de Córdoba, La hora de los monos, Un cementerio perfecto, volúmenes de poesía y teatro. En 2010 fue seleccionado por la revista Granta en su número dedicado a los mejores narradores jóvenes en español.