Esteban Bullrich, otra víctima más de la batalla cultural libertaria
“Se te conoce no por tu capacidad como funcionario sino por tu enfermedad, que ojalá puedas superar”, posteó en su cuenta de X el escritor Nicolás Márquez, conocido como el biógrafo del presidente Javier Milei y una de las espadas intelectuales donde abrevan los libertarios. El destinatario del comentario agraviante fue Esteban Bullrich, cuando el exsenador y ministro de Educación recordaba su asunción como funcionario porteño. Bullrich padece ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) y desde ese lugar al que la vida lo enfrentó ha conmovido a gran parte de la sociedad por su lucha y su actividad política que, pese a su enfermedad, no dejó de realizar en favor de los valores republicanos, la importancia de la educación y la convivencia política en paz. De algún modo su lucha está parada en las antípodas de lo que pregona hoy el oficialismo.
Las disculpas de Márquez llegaron tarde y su explicación oscureció aún más sus dichos, se definió como un enemigo del “wokismo”. Con gusto a poco, Márquez dijo: “Asumo que no hubo un aluvión de malos intérpretes sino lisa y llanamente un mal mensaje mío. Nunca me gustó la gestión de Macri y mucho menos la educación woke a cargo de Esteban Bullrich”. Aun así, fue denunciado por la diputada Lourdes Arrieta por discriminación. Arrieta compartió el fanatismo mileísta con Márquez hasta hace solo unos meses atrás.
Esteban Bullrich se convirtió así en otra víctima de la llamada “batalla cultural” que llevan adelante varios voceros no oficiales del Presidente que jamás son desautorizados, como Márquez, Agustín Laje, Agustín Romo, Daniel Parisini (El Gordo Dan), otros escudados en la cobardía del anonimato de las cuentas falsas y muchos jóvenes, insospechados de pensamiento propio y con deseo desmedido de protagonismo, que utilizan las redes para imponer con total desprecio por el otro. Su “batalla cultural” no solo necesita alinear a la sociedad en un modelo económico que aparta al estado de la vida del ciudadano, sino que para hacerlo necesita de la naturalización de insultos que ya la sociedad había dejado en el pasado por su significado ofensivo y de utilización denigrante, por más que insultar a una persona adjudicándole un color de piel, su elección sexual o de sufrir un trastorno genético no debería serlo. Voceros no oficiales que se divierten burlándose de otras personas que padecen una enfermedad, o por su orientación sexual o simplemente son pobres “no blancos”.
Es así que se está normalizando el uso de palabras utilizadas como insultos, como “mogólico”, “marrón; “negro de m….”; “pu…” y varios similares, destinados a quienes piensan distinto o que por el solo hecho de disentir con el discurso oficial se convierten en “cucas” (kirchneristas), “zurdos de m..” o “radicales fracasados”, aunque hay lugar para la salvación en el paraíso libertario si existe una conversión hacia ellos. Así lo muestran los casos de Daniel Scioli, Guillermo Francos u otros peronistas que se sumaron a su gobierno, la misma fórmula de Juntos por el Cambio Bullrich-Petri y los radicales que, garrocha en mano, dejan de lado el discurso que los llevó a sus bancas para anidar en el centro del poder de turno. La misma ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, otrora luchadora contra el “pensamiento único” que imponía el fanatismo kirchnerista ,hoy es una de las voces que se anima a callar a quien disiente, incluso para quienes ocupan un rol significativo en el mismo oficialismo, como la vicepresidenta Victoria Villarruel. A ella le dedicó una sentencia, inapelable en el mundo libertario donde el autoritarismo interno es moneda frecuente: “El que no se adapta se va”, dijo la cambiante ministra de Seguridad.
La mal llamada “batalla cultural” también es más una imposición dogmática de un programa de gobierno que elige enemigos en el progresismo. Un progresismo que, aprovechándose de la exacerbación de sus valores, terminó haciendo negocios públicos, lo cual cansó a gran parte de la sociedad. Lo correcto hubiese sido terminar con los “negocios”, no con los contenidos que buscan resultados loables para mejorar la convivencia basados en el respeto por el otro. Pero la dureza del modelo parece necesitar la construcción de un ideario de tintes autoritarios que acompañe la marcha de decisiones económicas que, si bien están obteniendo ciertos resultados positivos -como la baja de la inflación y el ordenamiento de la macroeconomía- han profundizado las deudas respecto a un futuro derrame que permita que las bonanzas del modelo lleguen a todos los sectores. No pasa inadvertido que solo en los pocos días que van del año cerraron 3 empresas (Danica, Bajo Hondo y Dass) que se suman a las 2400 pymes que cerraron en 2024 según la Confederación de Sindicatos Industriales de la República Argentina. Es de esperar que, si -como todos deseamos- la economía comienza a crecer y a mostrar resultados tangibles para los más necesitados, la profundización de este destrato social desde el poder no se profundice y se haga irreversible. Por eso es necesario alertar ahora para no lamentar después.
Esta vez el apuntado fue Esteban Bullrich, un hombre al que el colega Pablo Sirvén describió en su libro El Guerrero del silencio cómo alguien de imprescindible atención, por lo que su lucha representa: “Su caso me interpelaba y creo que nos debe interpelar a todos. Cómo un hombre que no puede moverse, que no puede hablar, que se comunica a través de sus pupilas puede hacer tantas cosas y generar tantas cosas positivas”, dijo Sirvén en algunas de sus presentaciones. Una descripción cruda, real, pero llena de valor para quien la vida lo desafió de la peor manera y desde ese lugar promueve valores que Nicolás Márquez al parecer ignora.
A Bullrich le bastó mover sus pupilas para redactar una contestación. Dijo: “No tomes una crítica de alguien que no tomarías un consejo”, y sin proponérselo, les asestó una derrota significativa a los combatientes de la mal llamada y peligrosa “batalla cultural”.