Estar solo: ¿un privilegio o una fuente de desasosiego?
En ciudades grandes como Buenos Aires, estar solo puede ser un privilegio o una fuente de desasosiego. Para algunos amigos, ir al cine sin compañía puede resultar más deprimente que iniciar trámites burocráticos en oficinas del Estado. Para otros, salir a caminar solos un día del fin de semana, en medio de eclosiones gregarias, no es una actividad recomendable. Por no hablar de las amigas que, al resquemor de andar solas por la calle a determinadas horas (y en determinadas calles de la ciudad), deben añadir el peso de las miradas ajenas: "Está sola". En el mundo de la pareja, el clan o la familia obligatoria, la soledad puede suscitar cómicas ideas paranoicas en observadores y observados.
Si bien existe toda una industria para causar la ilusión de compañía, sentirse menos aislado o junto a otros (que incluye aplicaciones de celular, páginas webs, entretenimientos y comercios de toda clase), el sentimiento de soledad echa raíces con rapidez. En frases sueltas, "solo" pasa a caracterizar hábitos y costumbres cotidianas: están los que comen solos en un mar de mesas repletas, los que viajan solos, los que duermen y estudian solos e incluso (mis favoritos) los que hablan solos en soledad.
La soledad no tiene buena prensa y fue comparada con una visita que se instala en casa por tanto tiempo que cuesta invitarla a marcharse. Cansados de esperar que se retire, aprendemos a aguantarla y a convivir con ella. También se dice que la soledad es una sombra que anticipa los pasos, o una consejera aviesa que nos induce al error y, los más exagerados (los que convierten en un caso clínico cualquier circunstancia de la vida) la comparan con una enfermedad. La soledad es inmune a las opiniones que se puedan dar sobre ella. Ese aspecto la vuelve envidiable.
Por otro lado, a las personas que están solas se les aconseja ver el vaso medio lleno de la situación. ¿Cuántos libros podrían leer (o escribir, para los que escriben libros), de cuánta música disfrutarían o qué pensamientos se abrirían paso en el pantano mental si estuvieran todo el tiempo acompañadas? En esas ocasiones, se echa mano al refrán que establece que la soledad es una buena compañía.
Desde el sur, llega a la redacción un libro envuelto en papel madera. Solo en el departamento, abro el paquete y leo la dedicatoria. Después, un breve poema de tres versos de uno de los libros de Valeria Pariso, ahora reunidos en La trilogía, volumen publicado por la editorial patagónica Vela al Viento. Es el poema 11 del primer libro de Valeria, titulado Uva negra.
"La soledad es de cada uno.
Parece poco.
Pero hay que estar".
Dedico un rato al poema. Si la soledad es de cada uno, como se afirma al inicio, se puede concluir que la soledad, como cada uno en algún momento, está tan sola como nosotros. Presumo que la soledad es intransferible y no se puede prestar, endosar a otro, mucho menos regalar y ni siquiera legar. Con uno llega y con uno se va. Por otro lado, como se afirma también en ese primer verso, la soledad es un atributo de cada persona, como pueden ser la voluntad, el nombre propio o la mortalidad. Y a continuación, ¿por qué eso que pesa tanto parece poco? Vista en perspectiva, al convertir (por medio del poema) la soledad en una experiencia singular, decae de manera significativa el carácter masivo y epidémico que se le imputa.
Quizá para que no nos ilusionemos demasiado, el poema dice que esa condición singular de la soledad "parece poco"; no que sea poco. Si no fuera un juego de palabras, se puede decir que el corolario del poema se deduce solo: "Pero hay que estar" (el "pero" sugiere el estado de conversación a solas, tan necesario para estar con la soledad). Es decir que, según el poema, hay que soportar la soledad, estar con ella cara a cara, encontrarse con la soledad a solas, se diría, aunque parezca poco y la soledad de cada uno sea vista como poca cosa cuando (si la soledad lo permite) se asume el punto de vista de la multitud.