¿Están pavimentando el camino a la autocracia?
Estábamos conversando acerca del modo en que el Estado clientelista apaga el sueño de progreso, la aspiración a mejorar de la gente. Atravesábamos por entonces el páramo de la pandemia, con un gobierno que había mantenido a la población aislada en sus casas e imprimía dinero sin parar para evitar el colapso social, un recurso que reforzaba la dependencia de los más pobres al tiempo que descalabraba aún más lo poco que quedaba de la economía. Al margen de la urgencia impuesta por la crisis sanitaria, la entrega de subsidios y dádivas para reforzar un entramado clientelista que redituara votos había sido práctica habitual del peronismo, cuyos gobiernos solían coincidir con momentos de expansión, de los que se beneficiaban luego de que la gestión que los precedía hubiera aplicado el ajuste. Por eso, ahora que al peronismo le tocaba bailar con la más fea, mi pregunta brotó sin esfuerzo: ¿qué posibilidad de sustentación tenía este esquema en tiempos de pandemia y de vacas flacas como el que estábamos viviendo? ¿Qué pasa cuando no hay plata ni siquiera para mantener la precariedad?
Mi interlocutor, Santiago Kovadloff (estábamos manteniendo los diálogos que luego se publicarían en el libro ¡República urgente! Alegato por una democracia auténtica) trazó en su respuesta una hipótesis inquietante. Ante una gestión plagada de contradicciones que no despierta la menor confianza, dijo, podría ocurrir que ni el FMI ni ninguna de las instituciones internacionales decidieran actuar en apoyo de la Argentina. Sin embargo, agregó, hay países dispuestos a aprovechar nuestra incoherencia y sostener a un gobierno como este para ganar más protagonismo político en la región. “China y Rusia, por ejemplo”, remató. “Podría suceder que, en su agonía económica, el populismo le abra las puertas a algo que no sabemos adónde nos puede llevar”.
Esta charla se daba en octubre del año pasado. En el tiempo transcurrido hasta hoy, se han dado un cúmulo de decisiones y actitudes del Gobierno que sugieren que la hipótesis de Kovadloff estaba bien orientada. No hay duda de que el kirchnerismo ha tomado una opción muy clara: la de alinearse con las autocracias del planeta, con regímenes autoritarios o despóticos que vulneran abiertamente los derechos humanos. Es allí donde busca apoyo para llevar adelante su propio proyecto autocrático travestido de progresismo.
"Hay en la sociedad una sensación de falta de futuro, de cancelación de horizontes, amplificada por un gobierno que carece de rumbo y apuesta solo a su proyecto de poder"
A las objeciones todavía no explicadas ni justificadas contra la vacuna de Pfizer y la apuesta a pleno por las vacunas rusa y china les sucedieron una serie de decisiones de política exterior que solo se explican por la identificación del kirchnerismo con los enemigos de la democracia. Entre ellas, el apoyo al régimen chavista. Primero, al retirar a la Argentina del Grupo de Lima y, luego, al abandonar la demanda ante La Haya por las violaciones de los derechos humanos en Venezuela. Un problema que, según el Presidente hablado por la vice, “fue desapareciendo”. El voto contra Israel en la ONU, que no menciona la violencia iniciada por el grupo Hamas desde la Franja de Gaza, colocó de nuevo al país en el eje autocrático que incluye a Irán, aliado de Hamas y autor intelectual de los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA (y país con el cual Cristina Kirchner firmó el memorándum que denunció el fiscal Alberto Nisman, que apareció muerto días después, y que para Alberto Fernández constituía en sí mismo la prueba del encubrimiento).
Alienado en su objetivo de perpetuarse en el poder, con una chapucera gestión de la crisis sanitaria, atenazado por los múltiples intereses que buscan prosperar en su seno, el Gobierno ha sumido a la sociedad argentina en un estado de agotamiento y resignación. Ni la vida ni la economía: la prioridad ha sido el proyecto de poder. Hay un conurbano que por fortuna no estalla, pero que ya está detonado, como dice Jorge Ossona, con adolescentes y jóvenes que en lugar de reunirse en la escuela lo hacen en las esquinas o las plazas bajo el cruel amparo del paco, y donde el hambre y la violencia se expanden de modo alarmante. Este estado de abatimiento y frustración recorre todas las clases sociales, porque al aislamiento, las privaciones y la erosión del sentido de comunidad se les suma una generalizada sensación de falta de futuro, de cancelación de horizontes, menos fruto de la pandemia que amplificada por un gobierno autosuficiente que carece de rumbo y apuesta de lleno a la polarización. ¿Será esta la forma de pavimentar el camino hacia la autocracia?
Nos hemos convertido en una sociedad más pobre, más vulnerable, más dependiente. Con un gobierno que pretende esconder sus mezquindades y errores detrás de la pandemia y parece decidido a hacernos creer que el único horizonte posible es sobrevivir y que esa supervivencia no es otra cosa que una gracia que debemos agradecerle. Está claro que ha depositado su propia supervivencia en la vacuna. Sin embargo, el esfuerzo de los que luchan por mantenerse de pie aun en medio de la desolación y la pérdida dice que la vida es mucho más que sobrevivir.