Estamos todos en otra parte
"Ser es ser percibido", aseveraba en el siglo XVIII el filósofo irlandés George Berkeley. Su afirmación suponía que las cosas existen porque Dios las percibe. Hoy, lejos ya del Dios de Berkeley, podemos darle la razón a su aserto: ser es ser percibido… por los medios de comunicación.
La realidad comienza a existir cuando aparecen las cámaras de televisión. Eso es lo que nos recuerda constantemente la vida política. En nuestro país, no pocas veces los funcionarios actúan recién cuando los problemas aparecen en los medios. Se abocan a dar solución a algunas cuestiones sólo porque son tapa de diarios o aparecen, con su carga de urgencia, en la televisión.
Muchos grupos sociales saben a la perfección esto y por eso presionan hasta conseguir la presencia de los medios: los piquetes atraen a las cámaras, y detrás llegan los funcionarios. Las manifestaciones y los escraches tienen la misma finalidad. Todos sabemos que ante determinados problemas los responsables van a actuar sólo si hay presión mediática. En síntesis, esos problemas sólo "existen" si son percibidos por los medios.
Como ciudadanos acostumbramos a obrar igual: reaccionamos ante lo que nos ponen los medios en sus pantallas. Para una importante mayoría, los pobres existen si se da una polémica en los medios; luego son una realidad que preferimos no mirar a la cara y, por lo tanto, "dejan de existir". A pesar de eso, nos quejamos de que los dirigentes políticos no están donde debieran a menos que las cámaras los obliguen. Sin embargo, los ciudadanos actuamos en la misma lógica de acción y reacción.
Los ciudadanos reclamamos presencia a los políticos y atención a los problemas, pero nosotros mismos somos ciudadanos ausentes. Deliberadamente ausentes, además, de la participación política (y con las mejores excusas; la primera es que la política es algo "sucio" y por lo tanto nosotros, ciudadanos honorables, no podemos participar en ella).
Para peor, muchas veces vivimos ausentes de los lugares en los que se supone que estamos. Basta presenciar reuniones –incluso de amigos– en las que los participantes están más pendientes de sus celulares que de las personas allí congregadas. Vivimos pendientes de lo que pasa en otras partes y no de lo que les pasa a los que están allí con nosotros. Mediante nuestros celulares, dialogamos con los que están lejos, pero miramos poco a los ojos del que está cerca. Nos preocupamos por ser percibidos por los lejanos, pero no reconocemos la "existencia" –su vida, sus sentimientos, sus esperanzas– de los que tenemos cerca.
Así llegamos a la paradoja: cada vez más tendemos a estar sin estar, y les pedimos a los políticos profesionales que estén donde deben y hagan lo que les corresponde.
Algo no anda bien. No puede funcionar bien un sistema en el que todos estamos en otra parte.
Sacerdote jesuita, miembro del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS)