Estados Unidos, entre conflictos raciales y un liderazgo desbordado
Braxton Bragg fue un bravo general del ejército confederado que logró una recordada victoria en la Batalla de Chickamauga, Tennessee, en septiembre de 1863. Fue un triunfo pírrico: perdió casi tres mil hombres más que el enemigo del norte unionista, debilitando el control del teatro de operaciones oeste. Se había formado en West Point gracias a un hermano político que le consiguió una vacante: lo que hoy llamamos "tráfico de influencias", o cuña. Criado en un hogar muy humilde en Warrenton, Carolina del Norte, veterano de la campaña contra los seminole, una de las principales tribus que habitaban el sur de EE.UU., y de la guerra contra México, se asentó a su finalización en Louisiana, donde se dedicó al negocio del azúcar, basado en la explotación de esclavos. Por la carga simbólica y el contraste con los valores actuales, la ciudad de Fort Bragg, en el norte de California, evalúa cambiar de nombre. Will Lee, su alcalde, dijo: "No podemos ignorar los cientos de críticas que recibimos de mucha gente joven que nos dan una importante lección".
Un fantasma recorre el mundo en estos días de ira y conmoción: un revisionismo histórico avanza con espíritu jacobino contra los símbolos de un pasado pletórico de problemas poco o mal resueltos
Un fantasma recorre el mundo en estos días de ira y conmoción: un revisionismo histórico avanza con espíritu jacobino contra los símbolos de un pasado pletórico de problemas poco o mal resueltos. Los protagonistas que expresan semejante frustración son fruto de una sociedad imperfecta que, no obstante, experimentó en los últimos 70 años una ola de progreso económico y social sin precedente. Los derechos políticos también se ampliaron de manera extraordinaria. Persiste una desigualdad que se profundizó en los últimos años como consecuencia de la cuarta revolución industrial y convivimos con múltiples techos de cristal, abismales diferencias en términos de género, violencia institucional y flagrantes casos de discriminación. Pero en muchas dimensiones nunca estuvimos mejor. Todo depende del cristal con que se mira y hoy muchos filtran la realidad a través de un prisma singular: amplifica la entendible irritación con un presente asfixiante, dispara reacciones violentas y anula el debate de ideas con alaridos de cólera y exasperación.
Ante la dificultad de cambiar la realidad, se arremete con los símbolos del pasado: curioso extravío el de las Tesis sobre Feuerbach. Se suponía que la barbarie desembocaría, gracias a la educación, el desarrollo económico y la participación ciudadana, en un mar de progreso, civilidad y oportunidades extendidas. O revisamos seriamente esa hipótesis o aceptamos que esos motores de equidad no funcionaron como se esperaba.
Muchos de los principales dirigentes mundiales alimentan esta deplorable situación. En particular Trump, cuyo liderazgo atraviesa, cuando faltan 13 semanas para las elecciones, una de sus etapas más sombrías. Sus desatinos fueron una constante mucho antes de que llegara a la Casa Blanca. Pero hasta la pandemia, una economía vigorosa, azuzada innecesariamente con fuertes estímulos fiscales y monetarios, le permitió disimular los costos y el desgaste generados por una gestión saturada de escándalos y trifulcas palaciegas, y con muy escasos logros. Si bien el mercado financiero retomó rápidamente el optimismo y se recuperó de la fuerte corrección inicial, la economía real sufre aún el impacto de la crisis, en especial entre las mujeres y las minorías: el Covid-19 acentuará los problemas distributivos que ya caracterizaban a la sociedad norteamericana. La FED aseguró liquidez a muy bajo costo por al menos dos años y el Tesoro dispuso ingentes fondos para empresas y familias. Aun así, millones de ciudadanos no recibieron ayuda por deficiencias en el sistema o sesgos electorales: en general se trata de hogares muy pobres que no suelen votar al GOP.
En los últimos días, Trump agregó a sus comportamientos grotescos una dosis de sinceridad. Lo que se suponía un brioso lanzamiento de su campaña en Tulsa, Oklahoma, se transformó en humillación por el escaso público presente. Por las redes sociales, claves en su triunfo en 2016, miles de jóvenes reservaron localidades solo para desplazar a seguidores genuinos, dejando enormes vacíos que enfurecieron a un presidente que se jactaba de que las masas siempre desbordaban sus actos. En un discurso errático, en el que llamó kung flu al coronavirus, reconoció haber ordenado acotar el número de testeos para no generar alarma. Menos mal que el protagonismo que les otorga a los gobernadores el sistema federal y la larga tradición de autonomías municipales ayudan a paliar el daño que su ignorancia y su incompetencia causan a la población. Muchos habían tomado este acto como una afrenta por la matanza ocurrida en 1921 en esa ciudad, donde había prosperado una pequeña burguesía negra, que con más de 30 muertos y cientos de heridos suele considerarse el peor incidente de violencia racial en la historia de EE.UU.
La campaña de Trump continuó con una breve visita a Arizona, donde se exhibió orgulloso junto al famoso muro que separa su país de México, símbolo de la reversión de la utopía de la integración y el libre comercio que por décadas impulsó el establishment norteamericano. El siguiente destino fue Wisconsin, donde también grupos activistas arremetieron contra el pasado y vandalizaron una serie de estatuas.
La convención partidaria en la que aceptará su nominación será en agosto en Jacksonville, Florida, estado en el que Trump solía pasar buena parte de su tiempo prepandemia jugando al golf en una de sus propiedades y en el que la población afroamericana podría darle el golpe de gracia.
Se especula con que su rival, Joe Biden (que en la mayoría de los sondeos goza de una ventaja significativa, cuenta con el apoyo explícito de Barack Obama y ya conformó su equipo de transición), lleve como candidata a vicepresidenta a la representante Val Demings, carismática líder negra que fue jefa de policía de Orlando. Con la ola de repudio mundial que suscitó el brutal asesinato de George Floyd, incluidos cuestionamientos a los abusos policiales, la inclusión de Demings podría resultar una jugada maestra.
En principio, el sitio elegido para la convención republicana había sido la pujante ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte, pero su intendenta, la demócrata Vi Lyles, otra ascendente figura en la comunidad afroamericana, desautorizó un evento que no garantizaba el distanciamiento social. Un mazazo para los estrategas de Trump: es un distrito clave que podría definir la elección. Se trata del mismo estado que transformó, durante la Guerra de Secesión, el apelativo peyorativo tar heels (talones de brea), que se usaba para denigrar a los miserables que por trabajar descalzos tenían manchadas las plantas de los pies, en el sobrenombre orgulloso para sus valientes soldados, que lucharon para el ejército confederado y parecían aferrados al suelo con alquitrán. El estado y la Universidad de Carolina del Norte (primera institución universitaria pública del país, donde tuve el honor de haber sido becado para realizar mis estudios doctorales) son ampliamente conocidos por ese apodo. ¿Correrá riesgo de quedar sepultado, por su carga simbólica de origen, tal como les ocurre a Bragg, al rey Leopoldo II de Bélgica y a Churchill?
Puede que los contemporáneos tengan dificultades para advertir y juzgar la transcendencia histórica de ciertos actos, pero una posible lección para Trump y otros líderes megalómanos, disfuncionales y depredadores es que no importa cuánto poder y dinero acumulen: en algún momento surgirán quienes cuestionen su lógica, su significado ético y los valores que trasuntan.