Estados Unidos, ante una elección vital, llena de paradojas e incertidumbre
Mientras el mundo discute el amesetamiento y aun la reversión de la globalización, el martes se celebrarán los comicios más globalizados de que se tenga memoria; gane quien gane, se profundizaría el proteccionismo
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“En los pasillos hubo un tema dominante: las elecciones en Estados Unidos”. Las palabras del experimentado diplomático brasileño describían el clima imperante nada menos que en la reciente cumbre de los Brics celebrada en Kazán, Rusia. Mientras el mundo discute el amesetamiento y hasta la reversión de la globalización, el próximo martes se celebrarán en Estados Unidos los comicios más globalizados de los que se tenga memoria. Buena parte de la opinión pública internacional estará expectante por conocer al ganador y abundan especulaciones sobre qué le conviene al mundo, a una determinada región o a un país en particular. Existen tensiones evidentes que podrían profundizarse, incluyendo a los Brics (concebido como un subproducto de la globalización, pero que ahora se ve a sí mismo como un contrapeso con Occidente). El eventual ingreso de Turquía, integrante de la OTAN, resquebrajaría ese espíritu confrontativo que se acentuó a partir de la invasión rusa de Ucrania. “Y nuestro veto a la incorporación de Venezuela es un mensaje clarísimo de los límites que no estamos dispuestos a traspasar”, agregó el veterano de Itamaraty. Pocos dudan de que en función de lo que ocurra el próximo martes podría haber una alteración significativa en el actual (des) orden internacional, en especial por los conflictos bélicos, que crecen en número e intensidad.
La certeza respecto de que se trata de un proceso vital tanto para Estados Unidos como para el mundo contrasta con la incertidumbre respecto del resultado. Todas las elecciones son únicas, pero en este caso estamos ante una sin precedente, aun cuando uno de sus principales protagonistas se presenta por tercera vez. Por el lado de Kamala Harris, ya su candidatura es disruptiva: primera mujer afroamericana con chances concretas de llegar al poder. Fue beneficiada por un inusual golpe de timón (golpe al fin) dentro del Partido Demócrata, cuando su élite comprobó que Joe Biden no estaba en condiciones psicofísicas de competir con el líder republicano luego del catastrófico debate por TV. Había otros candidatos más calificados para asumir el desafío de reencaminar la campaña, pero el apoyo del presidente a su vice cuando anunció su renuncia a la reelección condicionó el margen de maniobra de los amotinados y le puso un límite al replanteo de la estrategia demócrata: Harris no puede tomar suficiente distancia de un gobierno que, a pesar de los sorprendentes datos macroeconómicos, incluido un desempleo incluso con desinflación y la notable mejora en la confianza del consumidor, no logra revertir la sensación de decadencia y de falta de oportunidades que predomina en un segmento muy significativo del electorado. Pero, sobre todo, no puede despegarse de las polémicas por el incremento de la inmigración ilegal, uno de los debates determinantes en la decisión del voto. El hecho de que su gobierno haya impulsado un régimen mucho más riguroso que hubiera mejorado el descontrol de los últimos años y que fue rechazado en el Congreso por decisión del propio Trump y sus aliados no es suficiente para quitarles la responsabilidad a esta candidata y a su partido por los desmanejos en esta materia.
Ahora bien, este Trump 3.0 tiene diferencias con los dos anteriores: el de 2016 se presentaba como un candidato antisistema, un empresario exitoso que venía a desafiar la lógica política imperante. Recuérdese el famoso “drain the swamp” (“limpiemos el pantano”), el grito de guerra antilobby que se hizo muy popular en esa campaña, aunque había sido usado en la política norteamericana desde comienzos de los años 1980. El controversial Trump que en 2020 buscaba su reelección ya tenía (para bien o para mal) un track record concreto. En materia económica predominaba un sentimiento muy positivo entre un amplio segmento del electorado por la disminución de la presión impositiva, aunque aumentaron el déficit fiscal y la deuda. Desde entonces, se convirtió en un negacionista de su propia derrota (al día de hoy no acepta el resultado) y nunca condenó con contundencia el insólito asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 por parte de una turba de fanáticos a los cuales alentó a que cometieran todo tipo de estropicios. Algunos purgan pena de prisión por esos actos. Objeto de cuatro investigaciones penales (en una de ellas fue encontrado culpable), jamás se pronunció en contra de la invasión de Rusia a Ucrania y promete “solucionar” ese conflicto en 24 horas, obligando a Zelensky a aceptar una pérdida de territorio, lo que, a su vez, empoderaría a un desafiante Vladimir Putin para que ataque otros objetivos en Europa del este con la excusa de conformar un área intermedia (buffer zone) que lo distancie de los miembros de la OTAN.
El consenso en materia de política económica es preocupante: gane quien gane, se profundizarían el proteccionismo y el incremento del déficit fiscal. Si las propuestas de campaña se concretaran, cosa que por lo general ocurre muy parcialmente, los especialistas aseguran que los republicanos volverían a ser fiscalmente más irresponsables que los demócratas, como ocurrió (curiosa y sistemáticamente) en las últimas décadas. Se supone que el GOP es más “ortodoxo” y los demócratas, más “keynesianos”. En este sentido, será crucial observar el equilibrio de poder que surja en el Congreso: un “gobierno dividido”, con el Ejecutivo en manos de un partido y al menos un cámara en manos opositoras, acotaría los grados de libertad para limitar la agenda de política pública según las prioridades de los candidatos.
Algunos sesgos demográficos plantean un escenario singular. Los sectores más educados, las mujeres y los jóvenes tienden a votar mayormente a Harris, mientras que los segmentos de menores ingresos, los hombres y las personas de más edad se inclinan por la oferta republicana. Una brecha que resulta más profunda que la típica división entre las costas y el centro del país, aunque es cierto que entre los farmers la popularidad de Trump es arrolladora. De cara al futuro, y en términos de la polarización que se profundizó en las últimas décadas, es muy probable que el país termine aún más fragmentado y dividido de lo que ya está.
Dicho esto, poco podemos derivar de lo que nos dicen los sondeos de opinión pública, que insinúan una elección extremadamente pareja, con una leve supremacía de los demócratas en el recuento general de votos –algo que ocurre desde 2000– y una paridad aún indescifrable en el colegio electoral. Las diferencias que podrían darse en los swing states son inferiores al margen de error. A pesar de la imposibilidad de determinar un ganador, aparecen numerosas señales, en especial de los mercados financieros, los sitios de apuestas y el mundo empresarial, que indicarían que a esta altura es inevitable un triunfo de Trump. Si bien no hay explicaciones taxativas para traducir esa sensación en algo tangible, algunos supuestos se manifiestan con mucha fuerza. Entre ellos, el voto oculto o vergonzante: una porción de la población que sentiría afinidad y estaría dispuesta a optar por el candidato republicano, pero que no lo revela en las encuestas, lo que limita la capacidad de predicción, aun en los sondeos que usan los métodos más sofisticados. Pero también las encuestas fallaron en 2022 en detrimento de los demócratas. Debemos convivir con la incertidumbre algún tiempo más: ojalá el martes a la noche haya un resultado claro y reconocido por todos los contendientes y se eviten los lamentables conflictos poselectorales. Más allá de un resultado, la democracia, su legitimidad y la confianza en las instituciones son siempre más importantes que una elección en particular.