¿Está la política argentina en un punto de inflexión?
Es muy difícil suponer que sin cambios institucionales pueda haber modificaciones significativas y sostenidas en el tiempo, tanto en los comportamientos de las elites como de los electores
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La dinámica de crisis se acelera debido a la combinación del vacío de poder en el corazón del Poder Ejecutivo con una situación económica cada vez más compleja que limita el margen de acción de un Sergio Massa que, con el apoyo de Cristina, buscaba compensar la evaporación de la autoridad presidencial con una gestión, resultados, comunicación y habilidad para sumar aliados. Poco o nada de eso es ahora posible. En este contexto, la principal coalición opositora fue incapaz de capitalizar el desgaste del Gobierno, como consecuencia de la natural puja por las precandidaturas y del duelo mal resuelto por el fracaso económico de la gestión 2015-2019. Esto le viene impidiendo ofrecer una alternativa clara para frenar la inflación (la principal preocupación de la ciudadanía) y establecer las bases de un modelo de crecimiento sustentable. En ese sentido, la reunión del martes pasado, a la que asistieron los principales referentes económicos, las fundaciones que representan a cada espacio e importantes líderes políticos, fue un buen primer paso. Aunque queda la sensación de que se trata de una iniciativa un tanto tardía, promovió un conjunto de definiciones sensatas (como la combinación de medidas de shock y gradualismo frente al desafío de estabilizar e implementar reformas estructurales), aunque logró un impacto comunicacional demasiado acotado como para compensar el avance político y narrativo logrado por Javier Milei y su propuesta de dolarización.
Analizando estudios de opinión pública cuali y cuantitativos –a menudo contradictorios– y en virtud de los primeros resultados electorales provinciales, algunos observadores sugieren que el actual proceso político estaría mostrando síntomas concluyentes de que estamos frente a un eventual cambio de ciclo político en la Argentina, comparable con casos similares que tuvieron lugar tanto en la región como en otras democracias más consolidadas. Señalan que debido a la significativa erosión de las fuerzas o coaliciones tradicionales, que tienden a fragmentarse o incluso a perder peso relativo, surgen nuevos partidos, “espacios” políticos o meros proyectos individuales que con discursos a menudo muy radicalizados, alejados del “sentido común” de la política y contrarios al establishment apuntan a aprovechar contextos caracterizados por el efecto de los procesos graduales de desafección política agravados por eventos o crisis que profundizan el enojo, el hartazgo, la frustración, el malestar y hasta el miedo de un importante segmento del electorado. Es cierto que los vacíos siempre se llenan y ante la falta de propuestas razonables y articuladas que sean concretas y entendibles ganen terreno formulaciones más exóticas, aunque queden dudas respecto de su viabilidad, congruencia o eventual impacto. También es cierto que no sería la primera vez que se elaboran esta clase de diagnósticos tan categóricos, como fue el caso de los estrategas electorales de Cambiemos en 2015, que interpretaron que el triunfo de esa coalición expresaba en términos político-electorales un profundo cambio subyacente en los valores y comportamientos de la sociedad argentina. Confundieron un triunfo en segunda vuelta por dos puntos con un cambio cultural de dimensiones copernicanas.
Ahora bien, ¿está en efecto ocurriendo un cambio de semejantes proporciones en la Argentina? ¿Es el “crecimiento” de Milei una expresión contundente de un cambio de época? ¿Implica la derrota del MPN en Neuquén un fin de ciclo que pueda proyectarse a la política nacional?
El peronismo enfrenta una campaña presidencial con umbrales de adherencia en principio muy bajos teniendo en cuenta los promedios históricos de los últimos 40 años. En todo el mundo se visualiza la tendencia de los oficialismos a llegar debilitados a la hora de renovar sus credenciales. Incluso en Paraguay el domingo pasado ganó el candidato opositor al actual mandatario, aunque ambos pertenecen al dominante Partido Colorado. En el caso del PJ en la era K, siempre envuelto en divisiones y conflictos, se mantuvo en torno a los 30 puntos en las elecciones de mitad de mandato de 2009, 2013 y 2017. Ese es el umbral que podría alcanzar hoy de acuerdo con los sondeos sistemáticos de D’Alessio-IROL/Berensztein. Se recuperó en 2011, 2015 y 2019. La derrota del peronismo puede llegar a ser durísima, pero no significa el fin de esa fuerza política, sino solo una mala elección. La UCR se recuperó de la hiperinflación y de la derrota de 1995 para liderar la coalición triunfante en 1999. La capacidad para hacer alianzas, reinventarse o renovar sus propuestas podría ser clave para construir un nuevo peronismo de ahora hacia el futuro.
Respecto de Milei, es indudable que su inserción en el debate público y la creciente consideración que de él tiene un segmento relevante de la ciudadanía lo han convertido en la gran novedad del actual proceso electoral. Esto ocurre a pesar de que existen factores históricos y coyunturales que deberían en todo caso ser tenidos en cuenta a la hora de especular sobre su potencial. Recordemos que las “terceras fuerzas” nunca lograron hasta ahora romper el predominio del sistema bipartidario/coalicional; por el contrario, siempre terminaron aliadas o subsumidas en algún arreglo con alguna de las fuerzas predominantes. Además, La Libertad Avanza no logró desarrollar un tejido político-partidario inserto territorialmente y con capacidad de competir aún en las principales provincias. Eso genera interrogantes respecto de su capacidad para distribuir boletas y fiscalizar los comicios. Milei aparece como un candidato aislado, sin equipo ni experiencia de gestión. Y no ha sido hasta ahora testeado en debates ni sometido a exigentes reportajes donde se lo indague respecto de resultados concretos de países donde se hayan implementado sus teóricas propuestas. Por una mezcla de ingenuidad, coherencia y falta de profesionalismo, tiende a perder el foco en la economía (su fuerte) para entrometerse en cuestiones sumamente controversiales (como la venta de órganos o aun el incesto).
Habiendo sido formado originalmente como historiador, este analista tiende a ser particularmente cauto frente a esta clase de “fenómenos”. Los cambios existen y con frecuencia nos enfrentamos a “cisnes negros” que parecen “cambiar la historia”. Sin embargo, más temprano que tarde descubrimos que aquello que parecía permanente en realidad resulta ser bastante más transitorio de lo que los contemporáneos suponían. No solo la experiencia histórica nos enseña que las “reformas” suelen propiciar procesos de “contrarreforma”, que las “revoluciones” muchas veces son seguidas de “contrarrevoluciones” (o peor, que derivan en cambios de régimen que profundizan los problemas que supuestamente pretendían solucionar, como ocurrió con la Cuba castrista en relación con la de Fulgencio Batista, o la Nicaragua de Ortega-Murillo con respecto a la de los Somoza). Aun con cambios drásticos de reglas del juego, surgen cuestiones vinculadas con la identidad, la cultura política y los desafíos estratégicos que explican notables continuidades (como la Rusia de los zares, la de los dictadores bolcheviques y la del propio Putin). Por el contrario, es muy difícil suponer que sin cambios institucionales pueda haber modificaciones particularmente significativas y sostenidas en el tiempo tanto de los comportamientos de las elites como de los electores.