Está en juego no solo el destino del gobierno
La primera y más importante evidencia de los cambios que se han producido en el gobierno nacional es la derrota de la línea política trazada por Cristina Fernández de Kirchner. Es una incógnita, como en casi todas sus acciones, si aceptará el fracaso de sus aspiraciones e intereses o si bregará por el colapso de la nueva administración. Ello dependerá de si logra conservar algunas posiciones gubernamentales que le den soporte popular y del control de flujos de dinero.
Su crítico y contendiente de muchos años, Sergio Massa, acompañado por sectores y personajes no revelados, pero de peso e influencia en áreas empresariales, ha logrado un giro copernicano en el futuro del gobierno nacional y como consecuencia, en la unidad del Frente de Todos. Y cuando digo logrado no le atribuyo solo a él la jugada que comenzó hace varios años, cuando aspiró a ser presidente de la Nación, sino también a aquellos que lo apoyan y al hartazgo de gran parte de la ciudadanía.
Todavía es una incógnita lo que propondrá y hará el nuevo equipo y sus seguidores, pero a la luz de la historia reciente y la angustiante situación del país, todo indica que la vicepresidenta ha sido desplazada de la gestión -y también, aunque con otro alcance, el Presidente- lo que generará, si se concreta, orden y previsibilidad a la acción gubernamental.
Está por verse que propondrá el nuevo equipo ejecutivo, pero sería razonable que la oposición tuviera una conducta que hasta ahora no ha expuesto públicamente y sugiera que es lo que habría que hacer en materias tan importantes y trascendentes tales como economía, seguridad interna y externa, gasto público, relaciones exteriores y tantas otras cuestiones vinculadas con la administración del Estado que están en cabeza del titular del Poder Ejecutivo Nacional con la participación, en ciertos casos del Congreso de la Nación, donde el papel de los opositores será crucial.
Está en juego, no solo el destino del gobierno y su futuro político-electoral, sino también y tal vez sea de mayor envergadura, la existencia misma de una nación libre, justa y soberana sustentada en normas constitucionales que han sido bastardeadas por mucho tiempo.
A ello se suma el papel de la Argentina en el mundo del presente y del futuro, especialmente su pertenencia a la América del Sur, su adscripción al sistema de repúblicas democráticas y a los valores y relaciones con Occidente, desde su posición, otrora significativa, sin descuidar las relaciones comerciales con todas las naciones y conglomerados de países. Ello teniendo en cuenta los enormes potenciales en materia alimentaria y energética que anidan en nuestro suelo.
Lamentablemente, el historial del nuevo “primer ministro” no es claro. Sus ideas y sus posiciones políticas han cambiado, casi constantemente, desde que comenzó como dirigente y funcionario municipal, cambiando de posiciones según intereses y aspiraciones confusos.
Pero parece haber evolucionado, sobre todo en su conducta institucional y política, desempeñándose con equilibrio en la presidencia de la Cámara de Diputados, en su prédica en favor del diálogo y en sus posturas contrarias respecto del desenfreno que ha caracterizado a la coalición gobernante.
Está por verse si tal prédica se mantiene, si logra reinstalar la moderación entre los sectores políticos y enfrenta la crisis económico-financiera con éxito y pone coto a los desmadres “piqueteros” apañados por el gobierno y sus cómplices.
Si el futuro es otro y continúa la deriva impuesta en 2003, presenciaremos y padeceremos el fin de la experiencia populista.
Entonces, el futuro dependerá, otra vez, de las mayorías, que deberán elegir entre el pasado y un futuro que deben ofrecer, sin dilaciones, los opositores republicanos asociados a los valores de la libertad y la paz.