Espíritus ancestrales del Wall Mapu contra el Estado liberal
Los mapuches radicalizados aprendieron de los errores cometidos en el caso Maldonado. Mientras que el Estado y el gobierno hasta aquí no parecen haber hecho lo mismo con los suyos. Por eso la situación creada en el lago Mascardi es bastante más complicada que la que se enfrentó en Chubut.
Era más fácil lidiar con la RAM y sus representantes, que ya cargaban con unos cuantos crímenes y mentiras evidentes en sus espaldas, que hacerlo con una machi o chamán que dice estar inspirada en espíritus ancestrales para indicar los terrenos a ocupar. Fue más simple enfrentar a un grupo cuyos aliados eran solo kirchneristas fanáticos, que con cualquier excusa acusarían al gobierno de Macri de cosas horribles, que lidiar con parte de la Iglesia católica, con comunidades mapuches que aunque rechacen a la RAM no dejan de respetar a los ancestros y sus mediadores espirituales, y encima tener que hacerlo en el caldeado contexto de la periferia pobre de Bariloche. Por último, claro, no es lo mismo buscar un cuerpo, que como se vio tenía una verdad que contar, que cargar con uno que recibió un tiro por la espalda.
Concentrémonos en el nuevo cariz ideológico del conflicto, porque es el más relevante para su desarrollo futuro. Y porque nos permite además conectarlo con un tema más amplio: ¿será cierto como está de moda decir tras las legislativas que el oficialismo ya ganó la batalla cultural? En algunos terrenos puede que haya avanzado, pero en otros es dudoso. Y el caso que nos ocupa ilustra y alimenta esas dudas. Porque en Mascardi las cosas no marchan nada bien, no sólo en la capacidad de imponer el Estado de Derecho en el territorio, y en concreto las chances de validar con pruebas la explicación de Prefectura sobre la muerte de Rafael Nahuel; sino en el a la larga decisivo gobierno de las conciencias, o de los espíritus si queremos llamarlos así.
Los mapuches radicalizados hay que reconocer que encontraron bien rápido la forma de soltar lastre y dejar atrás el papelón de Cushamen: sepultaron a la RAM y ahora los conduce una machi con la cual enfrentan al Estado no sólo en el mundano orden de la apropiación de tierras y la práctica de la violencia, sino sobre todo en el orden del sentido: ¿cómo él no va a reconocer el derecho de cada quién a creer lo que le venga en ganas, por ejemplo que los espíritus ancestrales de todo un pueblo le mandan ocupar un terreno para él infinitamente valioso?, ¿cómo no ceder ante semejante peso de la creencia, si para Parques Nacionales y el resto de los argentinos esos árboles y ese lago son iguales a cualquier otros?, ¿importa tanto que las normas constitucionales hayan sido vulneradas si está en juego el “sentir profundo de todo un pueblo”, encima de uno tanto tiempo ignorado y abusado?
Con semejante apelación identitaria de su lado los grupos violentos empezaron a romper su aislamiento con la gran masa de las comunidades mapuches. Reemplazaron, de paso, un liderazgo inconveniente como el de Facundo Jones Huala - compulsivo y hasta infantilmente patotero, demasiado parecido a D´Elía y Moreno para convertirse en un Evo Morales patagónico- por un colectivo difuso sin nombre ni rostro que actúa como guardia pretoriana de la machi. Un grupo que sólo habla a través de otras dos mujeres. Aunque ellas también trajeron algo de ruido porque se trata de la madre de Jones Huala y de la tía de Rafael Nahuel (de quien los padres y el hermano han dicho que “le lavó la cabeza” a la víctima).
Como sea, dejaron en segundo plano el marxismo indigenista promotor de una guerrilla que ya hubiera sonado desubicada en el siglo XX, para levantar una voz de los sumergidos bien siglo XXI: rechazo a la globalización sin rumbo, desconfianza de las masas ante elites que parecen haber perdido la capacidad de convencer y ofrecer un futuro inclusivo, temores ambientales crecientes ante un desarrollo económico cada vez más intrusivo. Sería necio no reconocer allí otra señal de maduración.
O no entender el por qué de la sintonía con estos planteos de un sector de la Iglesia católica, encarnado en el obispo de Bariloche, que estuvo en prudente silencio durante el affaire Maldonado, pero ahora intervino para negar el problema de la violencia de mapuches radicalizados y que siquiera exista la RAM. Para ese sector, afín al Papa y a los organismos de derechos humanos, no hay como en Chile, cuyas capillas en la Araucanía suelen ser quemadas por esos grupos, nada que temer de parte de ellos, ni mucho menos de los espíritus ancestrales; y sí mucho que reprocharle al Estado.
Inútil recordarle lo de “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Porque también para él el problema cultural de base es que el capitalismo y los liberales que lo promueven nos empujan a un mundo impermeable a lo espiritual, en que primero los pobres y luego toda la humanidad van camino a naufragar. Se entiende entonces su solidaridad con un grupo que consagra a una nueva mesías, con autoridad para decidir dónde y cómo han de vivir sus seguidores para lograr la comunión entre ellos y con su mundo espiritual, aunque al hacerlo haya que ignorar “de a ratos” las leyes civiles.
Y se entiende también el porqué de la simpatía que esa autoridad despierta en progresistas bien pensantes, en términos generales moderados y liberales, para nada fanáticos, ni K ni de otra familia, pero mucho más ansiosos por mostrarse solidarios con las creencias y raíces culturales de los pueblos originarios que celosos de la obediencia a la ley. ¿Qué puede haber de malo en seguir a esta machi?, ¿acaso Betiana, con sus 16 años, es comparable a Khomeini?, ¿no es esplendorosamente auténtico que se comuniquen con sus ancestros? Jones Huala carecía de todas las virtudes que posee Betiana para sensibilizar a esa porción de nuestra sociedad que está también deseosa de vivir en comunión con la naturaleza, con algo trascendente, o simular que lo hace al menos mientras consume lo que pueda.
Entre unos y otros colocan al Estado liberal frente al desafío de escaparle al conflicto religioso y a la vez lidiar con el conflicto político, y también con el cultural. Aclaremos por si hace falta que ese Estado no niega ni esa ni ninguna otra creencia. Ni ninguna de las infinitas formas de comunicarse con lo espiritual que experimenten los humanos. Sólo se abstiene de asumir preferencias al respecto y, para permitir que ese plural mundo de creencias sobreviva, ejerce un monopolio en otros asuntos: cómo se apropia la gente de tierras y demás bienes, cómo protesta y toma decisiones, etc.
Ahora bien. Él no sólo debe regular los métodos que se usen para “recuperar tierras”. Alguna razón tiene que dar sobre sus leyes terrenales para que moralmente sean más defendibles que las que se le puedan ocurrir, por ejemplo, a la machi. ¿Valen porque somos más los blancos que los mapuches? ¿Y si una parte de los blancos la apoyara, qué haríamos con la Constitución? ¿La resignamos como hicieron los bolivianos?
El Estado liberal no sólo tiene su área de soberanía para preservar la paz, también administra el choque y el debate entre las razones de las partes, las condiciones de validación de sus argumentos, eso tan importante para la convivencia que no surge de imposiciones ni de la espontaneidad social, está en el medio. Y en este terreno las falencias que enfrenta para la batalla cultural en curso se evidencian cuando lidia no con el kirchnerismo residual y su populismo setentista, que se hunden solos, sino con adversarios del siglo XXI: nuevos fanatismos, nacionalismos resucitados, el integrismo religioso y el antielitismo de masas, frutos de un malestar cultural actual y profundo.
Además de validar sus acciones el Estado debe hacer cumplir criterios de validación de sus acciones y dichos a los particulares. Al final del caso Maldonado lo hizo, con un buen juez, buenos peritos y un gobierno finalmente alineado detrás de una estrategia razonable de investigación que filtró lo que cada quien decía y hacía. ¿Por qué no le resultó en el caso Mascardi? Porque no aprende de sus errores y no la vio venir. La machi y su guardia pretoriana le ganaron la delantera y definieron las cosas en sus términos. De un lado las creencias de miles de mapuches y aún más huincas sensibles, del otro un Estado armado pero sin cabeza. Que pide para peor “clemencia”, que es el sentido de las poco sensatas palabras de Michetti y Bullrich respecto a la “duda” que habría que concederle a los uniformados.
Pero el Estado en lo suyo no puede generar dudas, su trabajo es despejarlas. Por ejemplo sobre si la RAM fue un invento de los “servicios”, versión que no casualmente echaron a rodar los promotores de la violencia en estos días. O por qué no es lo mismo crear un santuario religioso que ocupar un terreno con una patota armada, en un lugar de enorme importancia económica, comunicacional y política, casualmente. Puede que los espíritus ancestrales existan, pero tantas casualidades juntas seguro que no.
En suma, una cosa es que el Estado sea prescindente en asuntos espirituales y otra que no sepa argumentar ni obligar a las partes a validar razonablemente sus argumentos. Si no logra hacerlo se ganará más y más enemigos. Que se convencerán de lo que dijo Juan Grabois para defender a Milagro Sala: que él quiere destruir todo lo que tiene valor en este mundo, los pueblos originarios, la Iglesia de la opción por los pobres, todos quienes luchan por la justicia. Y de lo que suele decir David Choquehuanca, el canciller boliviano, sobre el liberalismo: que ya fracasó suficientes veces en su promesa de un futuro inclusivo y nuestra mejor opción son las culturas por él relegadas. En esta batalla cultural, la que realmente importa, las cosas están lejos de haberse resuelto.
*El autor acaba de publicar el libro El caso Maldonado (Ed. Edhasa).