Espía a la fuerza
El capitán de marina mercante Carlos Benchetrit relata por primera vez su casi suicida misión de espionaje a la flota inglesa concentrada en la isla de Ascensión, días antes de que esa poderosa formación partiera rumbo al mar del sur argentino.
EL capitán de ultramar Carlos Benchetrit se pasea con soltura por el atestado minimuseo náutico que ha reunido en su hogar ubicado en La Lucila, resultado de largas décadas de viajar por los destinos más exóticos del mundo. Un museo del mar, obviamente, lleno de fragmentos, piezas y equipo de barcos en los que viajó o no, que se combinan con extrañas cerbatanas canjeadas a tribus de reducidores de cabezas del Orinoco o municiones extraídas del abandonado campo de batalla de Dunkerque al poco tiempo de terminada la Segunda Guerra Mundial.
Es un hombre amable, Benchetrit, un cordobés (nacido en Laboulaye) que a los diez años se trasladó a Buenos Aires con su familia. En 1947 ingresó en la Escuela Nacional de Náutica Manuel Belgrano, de la que salió con el título de piloto de ultramar. En 1948 empezó a navegar y desde los 26 años contaba con su título de capitán de ultramar. Este cordobés sin cantito, de hablar apacible, que por años ha combinado su carrera naval con la de cuentista y escritor de novelas (hoy trabaja sobre una ambientada en el marco histórico de la guerra de Vietnam, marco que conoció personalmente) tiene una apariencia calma que no delata en lo más mínimo las aventuras en las que el destino lo ubicó casi a la fuerza.
Como es el caso de la arriesgada misión que le correspondió como capitán del mercante de ELMA Río de la Plata (buque en el que navegaría durante once años) en abril de 1982, que consistía en espiar (huérfano de todo apoyo naval o aéreo) a la poderosa Task Force británica que se estaba concentrando en la isla de Ascensión para caer sobre las fuerzas argentinas en las islas Malvinas.
A comienzos de ese crucial mes de abril de 1982, el capitán Benchetrit comandaba el Río de la Plata en un viaje desde Finlandia a Bilbao, que era su última escala de carga antes de emprender el regreso a Buenos Aires. El 5 de abril, navegando en aguas internacionales próximas a la costa inglesa, captó una transmisión de la TV británica que mostraba la partida de Portsmouth de los portaaviones Invincible y Hermes en medio de una euforia popular. Nada le hacía prever, todavía, que iba a tener que estar peligrosamente cerca de las unidades de la Task Force, que entonces observaba cómodamente por televisión. "Esto fue una verdadera coincidencia -relata-, y ocurrió antes de recibir el primer mensaje cifrado desde Buenos Aires. No me había imaginado para nada mi posible participación en el conflicto, no estaba mentalizado en lo más mínimo para verme involucrado en la guerra que se venía."
Buena parte de la formidable flota reunida apresuradamente por los ingleses en nuestra contra se concentró en la isla de Ascensión, ubicada a más de 3000 millas de las islas Malvinas.
Espía por obligación
El 19 de abril, dejado atrás el puerto de Bilbao, el Río de la Plata navegaba plácidamente hacia Buenos Aires. Poco antes de la medianoche, y a la altura de la isla Do Fogo (en Cabo Verde), las cosas se empezaron a complicar para su capitán. A esa hora, imprevistamente, llegó un telegrama cifrado de ELMA. "El telegrama decía -cuenta Benchetrit- "Ir a la isla de Ascensión para hacer avistajes". Debía mantenerme a 12 millas por seguridad y reportar todo lo que veía. Si bien es habitual que en época de guerra se use así a las unidades de la marina mercante, yo pensé por primera vez que nos íbamos a convertir en civiles cometiendo un acto de espionaje. De vuelta en Buenos Aires, cuando ya todo había terminado, comprendí plenamente aquella sensación cuando los oficiales navales me recomendaron que no hablara con el periodismo, ya que no estaba autorizado para hacerlo. Algo que respeté hasta el día de hoy, que me decidí a contar todo a La Nación ."
El 23 de abril de 1982, tras una marcha a toda máquina, el Río de la Plata llegó frente a la isla de Ascensión alrededor de las 17. Antes pasó frente a un buque de guerra inglés que realizaba prácticas junto con un submarino. Ambos ignoraron al mercante argentino. "Cuando llegamos a Ascensión -relata el marino- no podíamos creer que pudiese existir una concentración de buques de guerra como la que veíamos ante nuestros ojos. Había de todo allí. Como los barcos ingleses tenían un alcance bastante largo en sus comunicaciones, entramos con el VHF abierto y empezamos a escuchar las conversaciones de barco a barco. Además, colocamos un grabador de cinta ubicado junto a la radio para grabar las conversaciones entre los buques o entre éstos y la isla. En base a ello pudimos saber qué buques zarpaban, qué es lo que hacían, qué intenciones tenían. Todo lo hablaban para nosotros con una libertad absoluta. Claro, ninguno en la escuadra inglesa se imaginaba que alguien pudiera estar escuchándolos. Nosotros estábamos bastante lejos de su visión, mucho antes de llegar a las 12 millas, y sin embargo, ya nos llegaba todo lo que decían."
Pronto, el capitán Benchetrit se había hecho un valiosísimo cuadro de situación sobre los buques reunidos por entonces en Ascensión (que eran cerca de quince). Ya sabía cuáles eran, y hasta el nombre de quienes los mandaban. Luego, incluso, los pudieron observar con binoculares. "La tarea se pudo precisar -agrega el marino- porque en ese viaje contábamos con una ayuda crucial, la de un segundo oficial, Armando Busto, que había sido personal de la marina de guerra y estaba muy familiarizado con los distintos tipos de barcos. Gracias a sus conocimientos, a lo que observábamos con los binoculares, a lo cotejado en el nomenclador y a lo que captábamos de las comunicaciones entre los barcos, pudimos unir bastante bien las piezas del rompecabezas."
Habiendo enviado esa misma noche un mensaje cifrado con los datos reunidos, Benchetrit dirigió su nave hacia Buenos Aires, creyendo, ilusoriamente, que su fugaz misión de espionaje naval había terminado allí. Se equivocaba.
Ahora, las fotografías
Tras haber dejado a Ascensión 300 millas atrás, el capitán Benchetrit recibió un nuevo telegrama de ELMA, en el que luego de reconocer lo valioso del espionaje realizado se le ordenaba regresar a la isla para obtener nuevos datos de los buques británicos, y de ser posible, fotografiarlos.
Llegaron a Ascensión por segunda vez al caer la noche, tras disimular la apariencia de la nave cambiando las luces, nuevamente con el VHF abierto y el grabador listo para registrar el menor murmullo proveniente de la Task Force. "Sin perder tiempo inspeccionamos la isla -relata el marino-, pero esta vez bien de cerca, con el barco no totalmente a oscuras (porque los radares del enemigo podían sospechar). Ordené disimular las luces, y modifiqué las posiciones de las de los palos, que son las que dan la sensación de la distancia del buque. Achiqué todas las luces y el resto lo oscurecí totalmente para que pensaran que éramos un pesquero."
Los argentinos hicieron su incursión en las proximidades de la isla y notaron que había mucho movimiento en el aeropuerto, con helicópteros que entraban y salían. Pero los buques estaban todos en silencio. Finalmente se acercaron hasta 3 o 4 millas de las naves inglesas, que fue el momento en que aprovecharon para fotografiar todo lo que pudieron. "No usamos una Polaroid como se comentó en su momento -aclara el marino-. Como no teníamos elementos, apenas unas simples maquinitas, improvisé un teleobjetivo poniendo el objetivo del prismático en el de la cámara. En ese momento ubicamos a la flota inglesa y comenzamos a disparar fotos. Vimos a la fragata Antelope, al Sir Galahad, al Sir Tristan, entre otros buques. Ahí pudimos ubicar también al Canberra, sobrevolado en todo momento por helicópteros Sea King, hasta que uno de ellos comenzó a sobrevolarnos amenazadoramente a nosotros."
Cuando los británicos advirtieron la cercanía del Río de la Plata se desató un pandemonio. "Dieron la alarma general -señala Benchetrit-; el Fearless dio la orden de minimizar las conversaciones porque había un intruso, un stranger , como me llamaban. Así empezó la oleada de helicópteros que venían hacia nosotros, se quedaban un rato encima y luego se volvían. Yo temía que nos dispararan o nos capturaran. Por las dudas, para que no encontraran ninguna prueba del espionaje realizado, junté todo los papeles, documentos y códigos y los metí en una bolsa, dispuesto a fondearlos en el momento que quisieran abordar el barco. En medio de estas conjeturas llegó un telegrama cifrado de ELMA con un error en el código. Dispuse no usar la radio. Nos quedamos quietos, y así pasó el tiempo hasta que nos enviaron un nuevo telegrama, en lunfardo, pensando que no habíamos recibido el anterior. Lo desciframos y decía: "Retírese de inmediato a Montevideo..." ¡Qué ironía!, quedaba suspendida la operación cuando ya la habíamos realizado y teníamos al enemigo encima. El telegrama nos había llegado tarde. Finalmente nos alejamos de la flota como pudimos, navegando siempre con las señales de movimiento electrónico interrumpidas, esperando a cada minuto un ataque. Conservo una grabación de esos momentos, justo cuando el comodoro Clapp (desde el Fearless) le pedía al capitán del Antelope que nos capturara. Hay que oír con qué delicadeza se lo pedía: "Según su criterio, sin interferir en sus planes", le decía, a lo que el comandante del buque mencionado contestaba que "iban a hacer todo lo posible y que dentro de unas horas volverían a comunicarse". Todo eso mientras nosotros escuchábamos y ya nos veíamos ametrallados y camino al fondo del mar. Era una sentencia de muerte suspendida, porque no teníamos ni armamento para defendernos, ni velocidad para esquivarlos. Si nos alcanzaban, estábamos listos", concluye Benchetrit.
En la retirada, siempre con la preocupación por el probable ataque de la fragata inglesa (que nunca se produjo), el Río de la Plata marchó hacia Montevideo y luego rumbo a Buenos Aires. "Cuando nos estábamos relajando con el paso del tiempo -agrega su capitán-, una noche apareció una señal en nuestro radar. Como estábamos muy cerca vimos la sombra de un buque de guerra. Supongo que iba en dirección a la isla de Ascensión. También pensé en ese momento que podía dirigirse a la isla de Trinidad, al nordeste del Brasil. Tuve la idea de que los ingleses podían haberse metido en esa isla de valor estratégico. De todos modos, cuando luego pasé por el lugar lo revisé a una milla de distancia y no encontré absolutamente nada. Recuerdo también que al día siguiente un avión de combate inglés nos hizo un vuelo tan rasante que llegué a pensar que iba a chocar con uno de los palos del barco."
Lunfardo por la BBC
Durante toda su misión, el buque argentino había estado en comunicación con el gerente de operaciones de ELMA. Los mensajes llegaban en lunfardo para despistar a los ingleses. Así, por ejemplo, el radiotelegrama del 26 de abril dirigido "al capitán del Río de la Plata" rezaba: "Bencho picatela al socaire macacos sin demora mañana chamuyá como era el quía que te ojeó. Un abrazo. RADIVOJ".
"A nosotros lo del lunfardo no nos hacía ninguna gracia -agrega Benchetrit- porque mientras viajábamos desde Finlandia a Bilbao habíamos estado escuchando la BBC, lo que era la mejor forma de enterarnos de las novedades (además era bastante objetiva), y con gran sorpresa descubrimos que uno de sus programas estaba dedicado a dictar nada menos que clases prácticas de lunfardo argentino. Yo esperaba que los de la Task Force no hubieran estado sintonizando el mismo programa."
Finalmente, y sin materializarse ningún ataque al buque argentino, el Río de la Plata, tras detenerse en Montevideo, emprendió rumbo a Buenos Aires, donde entregó todo el material recolectado (fotos, cintas, etc.) a ELMA, que lo pasaría de inmediato a la Armada. "Cuando llegamos a Buenos Aires -afirma Benchetrit- recibí el reconocimiento del departamento de Inteligencia Naval de la Armada por nuestra actuación: un plato con una inscripción y un diploma."
Su raid de espionaje de la escuadra inglesa, por supuesto, no había pasado inadvertido, como lo atestigua un ajado recorte de La Mañana, de Montevideo, del 26 de abril de 1982, que hablaba de un "presunto buque espía de Argentina" refiriéndose específicamente al Río de la Plata. Hubo todavía una consecuencia tardía de esta aventura para Benchetrit, que siguió navegando por los mares del mundo y llegó, bastante tiempo después de terminada la Guerra de las Malvinas, a Hong Kong.
"Era mi último viaje como marino mercante -concluye- y cuando quise bajar a tierra para terminar mi contrato con una visita de un mes en Asia, no pude hacerlo. Inmigraciones no me lo permitió, mientras el resto de la tripulación del buque lo hacía sin problemas. Yo intenté explicarles que no necesitaba una visa, que bastaba con la documentación que acreditaba mi nacionalidad. Después de tantos años, la guerra había vuelto a estar presente en los controles portuarios. Ellos me confirmaron que llevaban un registro de las personas que habían tenido alguna actuación en el conflicto. Me explicaron que para desembarcar por más de tres días (yo pretendía quedarme un mes) necesitaba una visa especial obtenida en Buenos Aires. Al fin, mi nombre quedó verificado como el de una persona que había tenido participación en la Guerra de las Malvinas." Con todo, sólo se trataba de una molestia bastante menor para el marino que armado sólo de su coraje se había atrevido a burlar, y encima con un éxito completo, a la temible escuadra inglesa.