Españoles, argentinos y alemanes
Hay gallegos y argentos de todo tipo y color. También muchas confusiones entre arquetipos
El periodista de El País de Madrid, don Ramón Muñoz, confiesa con toda honestidad que, durante la final del último Mundial entre Alemania y la Argentina, el 70 por ciento de los españoles hinchaba por los prusianos y gritaron con fervor el gol de Götze. A la vez, se declara políticamente incorrecto y confiesa que argentinos y españoles nos odiamos mutuamente. Según Muñoz, ellos nos ven como unos "porteños buscavidas y gigolós" mientras que nosotros los vemos a ellos como "gallegos brutotes con mierda de vaca entre las uñas y con aire de virreyes".
Ya que vamos a ser incorrectos, seámoslo con exactitud. Los argentinos no vemos a los españoles como gente que tiene mierda de vaca en las uñas porque no usamos esa palabra: se dice bosta, y somos nosotros quienes la llevamos bajo la suela. La Argentina es el país de las vacas, del cereal, de los gauchos y las estancias: basta leer las crónicas del español Félix de Azara, que en el siglo XVI describía infinitos rebaños de vacas y caballos, libres en el campo, que tardaban días enteros en pasar ante la vista del testigo. Por supuesto, el argentino de hoy no tiene estancias ni vacas. Frecuentemente no sabe montar a caballo. Pero supone (y algo habrá) que el gaucho está en su ADN. El buscavida pícaro y embrollón, capaz de seducir a una mujer prohibida sin mucho escrúpulo, es en general un porteño, un habitante de la ciudad de Buenos Aires que nunca pisó el barro.
Así como la mayoría de los españoles que vinieron a la Argentina fueron gallegos, la mayoría de los argentinos que se radicaron allá son y serán siempre porteños. Y el porteño es un napolitano cabal, como Maradona, sean sus orígenes polacos, lituanos, sirios, galeses o africanos. Lo mismo da: la gesticulación teatral, el volumen de voz, la abundancia de palabras, el gesto burlón, recuerdan más bien a la "otra" madre Patria. Nápoles. De los humildes inmigrantes partenopeos hemos sacado un cierto relativismo moral que nos lleva a apoyar siempre al vencedor de todas las guerras, un día después de la victoria. Mientras tanto: "¿Yo? ¡Argentino!". Así dice un proverbio, que presenta a todos los "argentos" como neutrales en cualquier conflicto, hasta que se compruebe quién va ganando.
Aquí en la Argentina, desde 1810 hasta hoy, ser español es un dato favorable. Una carta de presentación que garantiza honor, trabajo y rectitud
En cuanto a la imagen de los "gallegos", los tenemos por incultos, tercos y de poca luz, tal vez porque los inmigrantes de ese origen que poblaron nuestro país y son nuestros abuelos, tenían como rasgo central su desesperación por trabajar y nada más. Todos progresaron, y nos dieron lo que tenemos de bueno. Nosotros adoramos a España. No la odiamos ni un poquito. Al contrario. La respetamos. Por eso nadie se opuso cuando, tras la guerra civil española, Perón mandó barcos con las bodegas cargadas de harina para regalar pan a una España destruida. En el fondo, la verdad es que nadie nos pidió opinión para hacerlo, e incluso sospechamos que toda esta historia puede ser un cuento, porque hemos conocido españoles que nos juran que "esa harina, si existió, se la quedaron los poderosos de Madrid". Puede ser. ¡Claro que puede ser!
Aquí en la Argentina, desde 1810 hasta hoy, ser español es un dato favorable. Una carta de presentación que garantiza honor, trabajo y rectitud.
Nosotros nos refugiamos en España cuando llegaron los tiempos difíciles, o simplemente los años 60. Era nuestra puerta para entrar a Europa. Y fuimos bien recibidos. El argentino (por lo general porteño, lo repito) tiene buen ambiente en Barcelona y Madrid, en Marbella, en Ibiza, en Tenerife, en Sitges. Por lo general, no andamos por los lugares que exigen trabajo duro y sin glamour como Zaragoza, Gijón, Oviedo, Santander, Murcia. El porteño es vivaracho y va donde está la plata. Esto no es una virtud moral sino una cualidad del olfato que conduce a la supervivencia.
En cuanto a los españoles "con aire de virreyes", son otra generación. Los inmigrantes que vinieron a nuestra tierra en los viejos tiempos, entre 1880 y 1930, no tenían nada de virreyes. Eran personas muy humildes, que desempeñaban cargos de servicio y maestranza (porteros, comerciantes de cercanías, mucamas por horas, camareros de bar) generalmente analfabetos y capaces de trabajar 24 horas al día. Muchos de ellos hicieron fortuna en la gastronomía y el comercio. Por ejemplo, los patrones de pizzería eran en un tiempo todos gallegos, ninguno italiano.
Los virreyes llegaron después: gerentes de grupos hispanos transnacionales, que vinieron a tomar posesión de empresas recién adquiridas en los 90. No eran "nuestros gallegos" sino otra clase de gente, algo más ilustrada. Ya no se les notaba la bosta en el zapato, sino la presunción del nuevo rico. Una suficiencia recién adquirida y una obsesión con aquello del primer mundo al cual creían pertenecer, ante nuestro estupor.
Decía un argentino de buena familia: "¿Por qué tenemos que soportar nosotros, que somos príncipes de la generosa pampa, a estos paletos con humos de nouveau riche?". Tal vez olvidando que la fortuna va y viene. Los persas fueron amos del mundo, los griegos y los egipcios, los españoles y los ingleses, los franceses, los alemanes y ahora los yanquis, rusos y los chinos. Peor que nuevo rico es ser viejo pobre.
En definitiva, hay gallegos y argentos de todo tipo y color. También muchas confusiones entre arquetipos
En definitiva, hay gallegos y argentos de todo tipo y color. También muchas confusiones entre arquetipos: una cosa es el gaucho salteño, otra el paisano correntino y otra el porteñito listillo. Una cosa es el señorito andaluz, otra el fiero conquistador ibérico y otra el mozo gallego que atiende un bar en Rosario. Quiero decir: son diferentes perfiles humanos, y ninguno de ellos es incorrecto.
En cuanto a los amores futboleros, los argentinos hemos sido siempre simpatizantes del Real de Madrid (por Alfredo Di Stefano) y últimamente del Barcelona, por Leo Messi. Además, el fútbol que se practica hoy día en España está muy cerca de nuestro paladar. Para nosotros, Xavi e Iniesta son argentinos en el sentido futbolístico del término, del mismo modo que los históricos Ignacio Ara y Fred Galiana hicieron escuela y dejaron descendientes aquí, en la esquina de Corrientes y Bouchard, donde está el templo del boxeo clásico: el Luna Park.
¿Los españoles gritaron "gol" cuando marcó el tanto alemán contra la Argentina? Perfecto, no hay ninguna falta en ello: fue un golazo. Nosotros también lo habríamos aplaudido, si no hubiéramos tenido las palmas ocupadas en taparnos los ojos húmedos.
Una vez, un argentino se sentó a la mesa de un bar, en Madrid, y llamó al camarero.
-¡Oiga, señor!¿Tiene un gin tonic?
-¿Qué si lo tengo? ¡Claro que lo tengo! ¿Usted qué quiere?
- Un gin tonic.
- Pues ordénelo.
- Póngame un gin tonic. Pero que sea de gin inglés, del bueno, marca Gordon si es posible. No quiero ginebra de granel, sino verdadero gin. ¿Comprende?
El camarero hizo una larga pausa y luego preguntó.
- ¿Sudamericano?
- Argentino, si no le importa.
- Vale, sudamericano.
Y el camarero se marchó hacia el interior de la barra, murmurando: "Saben muchas cosas los sudamericanos, saben muchas cosas los argentinos, que el gin esto y la ginebra lo otro...¡Saben muchas cosas los argentinos!".
Argentinos y españoles: el muerto se asusta del degollado.