Escuela tomada, la patriada equivocada
Las distintas tomas de escuelas que se están llevando adelante en la ciudad de Buenos Aires aparentan ser un conflicto que nos lleva a hablar de educación, sin embargo, en ellas no se abordan los verdaderos y graves problemas que hoy padecemos. Las razones esgrimidas en la protesta van desde pedir una mejora de viandas en escuelas de jornada simple y restringir las prácticas laborales hasta pedir más presupuesto para la educación y no pagar la deuda con el FMI. Muchas de las consignas son clásicas en cualquier estudiantina, cuando se sueña que la liberación de la patria se construye con 30 alumnos tomando un edificio escolar donde, en muchos casos, no solo se dictan clases en el nivel medio sino también en el inicial, primario y hasta terciario, por lo tanto la protesta de cada Centro de Estudiantes conlleva perjuicios a muchísimas familias que necesitan de la escuela no solo por la educación de sus hijos sino también para poder trabajar y llevar una vida razonablemente normal, porque la escuela establece los horarios de cada organización familiar. Llama la atención el silencio cómplice de los gremios docentes. En las tomas no dejan entrar a adultos a las escuelas, entre ellos docentes, que así no pueden ejercer su derecho a trabajar libremente. La semana pasada los gremios de CABA realizaron un paro oponiéndose al calendario escolar 2023, que les indica tener las tres jornadas de capacitación los días sábados, cobrando un extra, pero pareciera que no les importa que sus alumnos les impidan trabajar cuando les corresponde.
Engañarse con las proclamas es pretender circunscribir el conflicto a una ola estudiantil de protesta que puede cambiar algo del grave problema educativo que atravesamos. Nada de eso pasa aquí, como sí sucedió en Chile hace 15 años, donde las protestas lograron que seis universidades chilenas quitaran aranceles para sectores no pudientes a través del acceso a becas meritorias. Esa lucha significó un cambio en la política educativa chilena, que durante más de un siglo se había mantenido con un perfil absolutamente elitista. Aquellas recordadas “Marchas de los Pingüinos” dejaron líderes políticos nuevos en el país trasandino, que resulten buenos o malos es cuestión de la voluntad y el derecho a elegir que tienen los pueblos en democracia, pero nadie puede negar que comenzó un recambio generacional. Por ejemplo, el actual presidente de Chile, Gabriel Boric, fue uno de esos líderes estudiantiles. No estarían sucediendo algo así en nuestro país.
Las tomas de los colegios porteños están manejadas mayoritariamente por militancia kirchnerista, basta darse una vuelta por algunas escuelas y ver que los voceros no esconden su pertenencia política, que está muy bien que la tengan y que se ajuste a su parecer, pero esa filiación, a la vez, hace incompatibles sus demandas. Protestan contra las “pasantías laborales” porque le quitan horas de aprendizaje a los alumnos justamente tomando la escuela y quitando todas las horas de clase posibles. Además, ¿se preguntan estos alumnos cómo son y si hay viandas en las escuelas de jornada simple en la provincia de Buenos Aires o en otras provincias administradas por el peronismo?; ¿Sabrán del terrible ajuste al presupuesto educativo que llevó adelante hace un mes el gobierno nacional?
Las pruebas Aprender ya nos demostraron el retroceso educativo que sufrieron nuestros alumnos por el pésimo manejo del gobierno sobre el sistema educativo durante la pandemia. Las pruebas PISA suelen ser denostadas por los gremios docentes por considerarlas evaluaciones “estandarizadas” que poco aportan a la realidad porque están diseñadas por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) y están pensadas para países desarrollados. Sin embargo, participan de ella casi 80 países de todos los continentes, incluso de América Latina, donde la Argentina pasó de liderar la región en el año 2000 a quedar relegado detrás de Chile, Uruguay, Brasil, México, Costa Rica y Colombia y casi emparejados con Perú, cuando 20 años atrás estábamos por encima de todos ellos. Y eso se vio en cada uno de los test realizados en los años 2000, 2006, 2009, 2012 y 2018.
También en las pruebas del Llece, una prueba latinoamericana diseñada para alumnos de primaria de escuelas de la región, la Argentina demostró o un retroceso o la falta de avances, desde 1996 cuando comenzaron a tomarse en distintas modalidades: Perce, Serce, Terce mucho más si se tienen en cuenta los progresos de otros países vecinos, como Chile y Uruguay. En la última edición fue notorio el crecimiento de El Salvador, un país que atravesó una guerra y que en los tratados de paz tuvo que acordar incorporar las escuelas comunitarias, creadas de manera autónoma por las familias ante la ausencia del Estado para alfabetizar a sus hijos. Aún desde ese punto de partida tan complicado, mejoraron notoriamente, mientras que nuestro país, con un sistema educativo robusto, inclusivo, con una de las mayores inversiones estatales en educación, cercanas al 6% del PBI, no logró demostrar mejoras algunas o considerables en las últimas dos décadas.
Hay ejemplos que asustan: en la provincia de Santa Cruz el año pasado culminaron la escuela media alumnos que, por problemas gremiales o el cierre de escuelas por pandemia, en los últimos 5 años asistieron a clase la mitad de los días que les correspondía. Además, la mitad de los alumnos que logran terminar la escuela media carecen de comprensión lectora. Vale recordar que hace tres años el Ciclo Básico Común de la UBA dictó cursos de lectoescritura para acompañar a los alumnos que intentaban cursar una carrera de grado en la que no podían entender un texto necesario. Fue un hecho sin precedentes.
Bien valdría una verdadera protesta de todos los sectores políticos, familias y estudiantes unidos para que se cumplan las leyes educativas vigentes, como la misma Ley Nacional de Educación o Ley de Financiamiento Educativo y hasta la Ley de 180 días de clase. Ninguna de ellas se cumple o no cumplió los objetivos trazados. El fracaso respecto al cumplimiento de la normativa en materia educativa es estrepitoso. Por ejemplo, en 2010, debíamos tener 3 de cada 10 escuelas primarias de jornada completa, 12 años después no llegamos a la mitad de ese objetivo. Existen otros problemas graves que afectan la calidad educativa argentina que van desde los problemas de infraestructura y mantenimiento hasta la misma formación docente. El deterioro ya es peligroso; estamos atravesando una verdadera tragedia educativa.
Hoy se toman algunas escuelas porteñas con consignas difusas o demasiado pretenciosas, que van desde la mejora de una vianda hasta lograr “la patria liberada” según carteles que cuelgan en algunas protestas. Que lo hagan chicos de 16 o 17 años forma parte del folklore de la militancia política que muchos vivimos, pero que adultos responsables, convencidos de vivir una adolescencia eterna que propone el populismo como método de vida, militando causas que esconden intereses políticos mezquinos, dejen en manos de sus hijos la decisión de permitir que una escuela tenga o no clases, perjudicando a todos los alumnos y sus familias, es inadmisible. Que sean los chicos, menores de edad, quienes decidan cerrar con candado una escuela como si fuese un local o edificio privado y que no permitan ingresar a docentes a ejercer su derecho a trabajar, creyendo que así se lucha para mejorar todos los problemas estructurales y de fondo que vive hoy nuestro sistema educativo, es simplemente colaborar de buena manera en la construcción de un futuro cada vez menos promisorio para todos, que ninguna protesta focalizada de hoy podrá impedir que vivamos.