Escritoras pioneras que se anticiparon a su época
Suele decirse que las primeras lecturas se fijan en la memoria como tatuajes. ¿Quién no quiso ser la idealista y rebelde Jo, una de las hermanas de Mujercitas, o Jane Eyre, la huérfana que se hizo a sí misma a fuerza de astucia? No es casualidad que en estos tiempos marcados por un resurgimiento del feminismo reaparezcan con fuerza las escritoras del siglo XIX en biografías, investigaciones y películas. De alguna manera, sus experiencias se impusieron a los mandatos de una época que confinaba a las mujeres a la esfera privada y lo doméstico. Hoy resulta estimulante descubrir de qué modo sus ficciones prepararon el terreno para que un siglo más tarde maduraran entre nosotros los ideales de libertad sobre cuestiones como la identidad, el cuerpo y las elecciones individuales.
La pasión por un personaje cultivada desde la infancia puede conducir a la fascinación. Decir que Laura Ramos retrata las vidas de Charlotte, Emily y Anne Brontë es apenas un dato. En verdad, Infernales, publicado el año pasado, muestra la intimidad de la vida familiar de los cuatro hermanos -incluido el olvidado Branwell-, sus sueños y sus experiencias, pero sobre todo describe la transformación de las huérfanas en esas escritoras excéntricas y desbocadas que vivían sus vidas como si fueran parte de las ficciones que tramaban. Infernales es una biografía que se vuelve una novela trágica, un tratado sobre la construcción del escritor y un canto a la autodeterminación y la libertad.
Ramos no rehúye ni del sentimiento ni de las reflexiones; en una prosa encendida indaga en las cartas encontradas, en biografías anteriores y recurre también a los chismes de la época. De un modo perturbador se mete en el corazón de las hermanas como si hubiera vivido junto a ellas en la casa parroquial de Haworth, separada del pueblo por un cementerio. Imposible no quedar atrapados en la prosa borrascosa de la escritora argentina.
"Por las noches, confieso que pienso, pero nunca molesto a nadie con mis reflexiones. Cuidadosamente evito toda apariencia de preocupación y rareza", escribía Charlotte Brontë en su diario. Enseguida Ramos se pregunta si era solo hipocresía de la autora inglesa o más bien la ironía de señalar que la actividad de pensar, en una mujer, era perturbadora. Claro, la autora de las crónicas under de Buenos Aires me mata y Ciudad paraíso escribe con la misma pasión que las mujeres que retrata. Se sumergió en la investigación de los hermanos durante ocho años y, según cuenta hacia el final del libro, su propia vida está atravesada por las de las Brontë.
En Infernales la narración es tan visceral como filosa. Ramos descubre la personalidad compleja de las Brontë y las despoja, al fin, de ese halo angelical que solían tener en biografías anteriores. La profunda intelectualidad de las hermanas, los amores apasionados, la orfandad y el páramo gótico en el que vivían junto a una iglesia rodeadas de tumbas, conforman el paisaje que alimentó sus mentes inquietas.
Algo de esa intensidad oscura de las Brontë aparece como un eco en Mary Shelley, la película de la directora saudí Haifaa Al- Mansour, que cuenta la vida de la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo. Al igual que las Brontë, Shelley creció entre fantasmas, especialmente el de su madre. La directora saudí se concentra en los acontecimientos de la vida de la escritora inglesa que la impulsaron a escribir su obra maestra y los vuelve un melodrama. Sin embargo, consigue dejar a la vista los elementos de la novela gótica del siglo XIX. Uno de los puntos más interesantes de la película es el modo en que se exponen las claves de Frankenstein: por un lado el poder salvador de la creación; por el otro, el lado destructor.
Una vez más la reafirmación de la vida a partir de la creación adquiere potencia frente a la presencia constante de la muerte. Es decir, de nuevo una niña huérfana de madre siente una vocación por la escritura que la lleva a rebelarse contra los límites que la época imponía a las mujeres. Aunque Shelley tenía una ventaja. Su madre, Mary Wollstonecraft, había sido una filósofa precursora del feminismo que le legó sus libros y su irreverencia. Hay que decirlo, la película no ahonda en otros aspectos de la vida de la autora y deja sin reparar la deuda histórica; se centra exclusivamente en Frankenstein, novela que escribió a los 18 años y publicó de manera anónima por ser mujer.
Claro que Shelley es mucho más que ese monstruo desolado que creó. Su espíritu inquieto y creativo aparece reflejado en La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross, un libro de 2013. La escritora argentina va más allá de la vida de la inglesa y recorre Gran Bretaña, los experimentos de la ciencia y el espíritu romántico que tomaba a los escritores de esa época gótica. Podría decirse que su narración es una no ficción poco convencional, sobria y certera, hecha con documentos de distintos contemporáneos de la escritora y fragmentos de su diario. Ya desde el primer capítulo Cross marca su propósito con una imagen radical: "La tumba de Mary Shelley es muchas tumbas a la vez. Si alguien la abriera y armara la figura de pelos, huesos y cenizas unidos por la sangre que ya no puede verse, no daría con un cuerpo humano regular sino con una criatura diferente, como un monstruo. Desandar el camino de ese cuerpo extraño es el propósito de estas páginas". Al parecer, Shelley encarnó en su vida los principios románticos que por ejemplo la llevaron a viajar con el corazón de su marido muerto, el gran poeta Percy Bysshe Shelley, hasta su fallecimiento, en febrero de 1851.
En cambio, la biografía de la célebre Louisa May Alcott es tan solo el primer paso del reciente El legado de Mujercitas. En verdad, la investigación de Anne Boyd Rioux indaga en las repercusiones que tuvo la historia de las hermanas March en las distintas épocas a través de sus versiones en teatro, cine y televisión. De manera convincente, muestra el modo en que este clásico infantil se multiplicó a lo largo del tiempo en una serie de ficciones. A lo largo de su investigación llama la atención el modo en que sus personajes fueron adaptados para alimentar los ideales y los valores de cada momento histórico. "Dichas adaptaciones transformaron la historia, a veces sutilmente y otras no tanto, subrayando algunas líneas argumentales en desmedro de otras, implicando personajes y creando nuevos diálogos", escribe la autora, profesora de la Universidad de Nueva Orleans.
Aun hoy persisten las diferencias entre la literatura infantil que se escribe para mujeres y varones. A decir verdad, Mujercitas se vuelve el punto de partida para explorar las consecuencias de esas lecturas. Ya desde mediados del siglo XIX, dice Rioux, se empezaron a producir historias para niños donde los protagonistas salían de un mundo doméstico controlado por mujeres, mientras que los libros para niñas cifraban en sus tramas un mensaje claro: las ventajas de permanecer en el hogar. Esta tendencia se consolidó en el siglo XX. Rioux recomienda que también los chicos lean Mujercitas -y otras historias contadas por mujeres-, para estimular la empatía de los varones.
Las cuatro obras mencionadas tienen un punto en común: van de la biografía de las escritoras a las ficciones que crearon. Es decir, borran los límites entre las peripecias de sus personajes y las experiencias de vida de sus autoras. Resulta conmovedor encontrar en Mujercitas, Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Frankenstein vestigios de las vidas de sus autoras convertidos en escenas por momentos entrañables, por momentos turbulentas.
En el fondo, el pasaje de la realidad a la ficción indica que lo importante no son las anécdotas, sino la sensibilidad para observar la realidad que tenían estas mujeres desobedientes. Una mirada que hoy sigue latiendo en sus heroínas. Todas ellas, sin excepción -autoras y personajes- revelan la voluntad inquebrantable para vivir como se sueña. De ahí que recuperar sus vidas se parezca a mirar el mundo, una vez más, con esa sensación de libertad que solo se tiene en la infancia.