Eduardo Berti. "Escribo mis novelas para saber por qué las escribo"
En Un padre extranjero (Tusquets), su libro más autobiográfico, Eduardo Berti despliega distintas historias entramadas por cuestiones como la identidad y el vínculo entre padres e hijos, para crear una novela en la que las fronteras entre la realidad y la ficción son delgadas y móviles. El hijo extranjero, reflejo del padre extranjero, aparece en una ecuación que parece repetirse y que en el acto de narrar encuentra la hondura que sólo la ficción parece gestar.
Hace tiempo leí en las memorias de Jessie, la mujer de Joseph Conrad, una pequeña anécdota. Se trata de un lector medio chiflado que quiso matar al famoso escritor porque estaba convencido de que Conrad se burlaba de él en un cuento llamado “Falk”. El caso me incitó a escribir un relato, aunque ignoraba si iba a tratarse de un cuento o de una novela. Terminé una primera versión que me dejó insatisfecho y en la que advertí que al tema del “lector asesino” se sumaba el complejo lazo entre Jessie y Joseph. Mientras releía, me pregunté por qué estaba escribiendo esa historia. No tardé en comprender que había varios elementos en común con la historia de mi padre: un extranjero que llegó al país hablando mal el idioma local, que no desaprovechó las oportunidades que brinda el exilio para “reinventarse” y que se casó con una mujer nativa y mucho más joven, que sabía pocas cosas de su pasado.
Un padre extranjero presenta, a grandes rasgos, cuatro historias. La historia de Conrad, su familia y su lector asesino según la va contando el narrador. La historia del narrador y de cómo va investigando y avanzando con su relato: una especie de making-of de la primera historia. La historia del padre del narrador y, digamos, de los aspectos de la vida y del pasado del narrador que tienen que ver con la historia de Conrad y compañía. Y, por último, insertados de vez en cuando, ciertos fragmentos de la única novela que llegó a escribir el padre del narrador.
Aunque Un padre extranjero es, de todos mis libros, el que presenta más elementos autobiográficos, se trata de una ficción en la que mezclo datos y elementos reales con otros totalmente ficticios. Recuerdo que cuando escribí mi primera novela, Agua, hace unos veinte años, sentía casi horror de contar mi historia: no solamente me daba pudor, sino que me parecía una tremenda obviedad empezar por ahí. Lo curioso del caso es que esa historia que yo creí inventar en Agua tiene muchísimos elementos en común con ciertas cosas de la vida de mi padre que, por entonces, yo desconocía por completo.
Son curiosos los ecos entre mi primera novela, en la que llego a “lo extranjero” (que equivale a “lo otro”), y esta nueva en la que “lo extranjero” (que equivale más a “la historia propia”) parece funcionar como punto de partida. No menos curioso es que en Un padre extranjero hablo de una novela que mi padre se puso a escribir tras la muerte de mi madre. Una novela que, como Conrad, escribió no en su lengua natal, sino en su nuevo idioma. Una novela que, como él mismo llegó a decirme, se puso a escribir después de haber leído Agua; o sea, después de haber leído ese libro en el que yo narraba (en forma indirecta, intuitiva) una parte de su propia historia. Donde narraba, sin saberlo, uno de sus mayores secretos.
Me gusta cuando, en una novela armada como un rompecabezas, las piezas encajan de tal manera que parece inevitable. El armado es importante, no lo niego. Pero más importante, creo, es lograr el efecto de “unidad”: que la convivencia entre las distintas historias no sea arbitraria, que haya un contrapunto eficaz que al lector le resulte atractivo y lógico. Esto también se logra mediante una serie de temas que estructuran la novela. Ahora bien, yo no fui consciente de estas cosas desde un principio. Lo mismo que el narrador de mi novela, fui entendiendo las razones y los motivos fundamentales a medida que iba escribiendo.
A menudo me digo que escribo mis novelas menos para saber cómo terminan esas historias que para averiguar por qué las escribo. Hay una especie de pesquisa en segundo plano. La trama suele presentar un “secreto”, pero a la vez, como autor, trato de entender otros secretos que, por lo común, son menos interesantes para el lector. En Un padre extranjero quise ver qué ocurría si colocaba esta otra pesquisa no ya en segundo plano. Por supuesto, para dotarla de mayor atractivo no tuve ningún empacho en “novelarla”, en hacerla ficción. Más en un libro que explora límites y fronteras: entre idiomas, entre épocas, entre culturas, entre profesiones en teoría irreconciliables (ser marino/ser escritor), entre roles (lector/escritor), entre la vida y la literatura.
Ésta es una novela escrita por alguien cuyo padre era extranjero, pero también por alguien que vive en el extranjero desde hace tiempo. Son las vueltas de la vida… Ahora es mi hijo el que acá, en Francia, tiene (como yo tuve en su momento, en la Argentina) un padre extranjero. Supongo que esta última experiencia (bastante nueva, dada la edad de mi hijo) también resultó determinante para que el punto de vista de Borys, el hijo de Conrad y Jessie, aparezca como eje en más de un pasaje.