Wim Wenders: escribir para pensar; pensar para filmar
La noticia circula desde hace unos días: Wim Wenders será quien inaugure la 65a edición del Festival de Cine de San Sebastián el próximo 22 de septiembre. Lo hará con Submergence(Inmersión), una ficción que –todo lo indica– hará honor a esa contemporaneidad de aeropuerto, encuentro entre diferentes, personajes itinerantes y vibrantes musicalizaciones que tanto lo caracterizan. Coproducción alemana, francesa y española, la película fue filmada en Berlín, Madrid, Toledo y varias locaciones de Francia, y cuenta con una banda de sonido compuesta por el vizcaíno Fernando Velázquez. Diversidad Wenders. Esa que, en una trayectoria prolífica y con algún altibajo, dio inolvidables cimas de belleza (¿qué son, sino, Las alas del deseo, Alicia en las ciudades, Historias de Lisboa, La sal de la tierra?). Una mirada cuyas razones pueden rastrearse en Los píxels de Cézanne, libro que Caja Negra publicó el año pasado y al que merece la pena regresar.
El volumen reúne textos que Wenders escribió en prólogos, comentarios de catálogos, homenajes o libros colectivos. Recorrerlo supone asomarse a los recodos de un proceso creativo; intuir, como a través de fogonazos, el universo íntimo de un realizador.
“Escribo, luego pienso”, dice Wenders en el título de uno de estos registros. Algo de eso hay. Asumiendo su capacidad para perder “el hilo a la vuelta de cada esquina”, rehuyendo a la formalidad y escribiendo algo así como un largo poema, va contando por qué su pensamiento siempre, de un modo u otro, termina siendo visual. Se reconoce escritor en tránsito; cómodo en trenes y aviones, pero también en taxis, tranvías, autobuses. Y cuartos de hotel. Y cafés, parques, bibliotecas públicas. Dos ojos que miran, una netbook a mano y el pensamiento inquieto, visual y móvil como un travelling perpetuo.
El texto que dedica a Edward Hopper revela la deuda que muchos de sus filmes tienen con la estética urbana y desolada del artista norteamericano, y los vínculos que traza entre cine y pintura. “Superar el vacío, el miedo y el espanto capturándolos precisamente en esa superficie blanca son momentos que su obra comparte con el cine –escribe, a propósito de Hopper– y que hacen que sea, desde el caballete. un gran narrador del lienzo junto a los grandes pintores del cine.”
También discurre sobre la obra de Cézanne, la fotografía de Peter Lindbergh, la filmografía de Douglas Sirk, el legado de Ingmar Bergman. Pero los grandes momentos son los que dedica al vínculo con Michelangelo Antonioni: la influencia que el director de Blow up (¡ante todo, esa película!) ejerció sobre su concepción del cine y la fotografía, los entretelones de la filmación de Más allá de las nubes, y la entrevista que le realizó en 1982, en el marco de un documental sobre el futuro del cine. Allí, el septuagenario maestro asumía sin temblor la posibilidad de que el cine, como tantas otras cosas, estuviera herido de muerte; reconocía su interés por los avances tecnológicos y decía, en una frase que gana actualidad: “No debemos pensar sólo en un futuro cercano, sino en un futuro que probablemente no acabe nunca.”