¿Escribir bien es demasiado difícil?
Por qué las propuestas de simplificación de la ortografía castellana tienen tantos detractores como entusiastas
Miguel de Cervantes , el padre de la novela, escribió muchas de sus páginas en tabernas y ventas. No había recibido educación formal y había pasado más tiempo en cautiverio y en los caminos que en las aulas. Fueron sus editores, en la imprenta de Juan de la Cuesta, quienes pulieron las andanzas de un caballero de triste figura que presumía de erudición literaria y corrección gramatical. El profesor Francisco Rico, uno de los principales estudiosos de Cervantes, sostiene que los manuscritos de este autor estaban plagados de errores de ortografía. Don Quijote de la Mancha, el máximo exponente de la literatura española, es, en realidad, una versión editada o corregida de una expresión popular traslada a la norma del siglo XVII. En este caso, las faltas de ortografías no amenazaron la calidad de un texto. La lengua es una herramienta valiosa de uso común –compartida por 600 millones de hablantes en español– y un consenso sobre su utilización es crucial. ¿Debería simplificarse la ortografía para que se cometieran menos errores? ¿Qué pasaría si esto sucediera?¿Qué rol debe realizar la educación? ¿Y las Academias?
A lo largo de los siglos, en la ciencia y en la cultura aparecen voces calificadas, conocedoras de los logros de la tradición, que claman la necesidad de una reforma. En el plano de la lengua, la ortografía ha estado siempre en la mira y sus esferas de orden han sido desafiadas (orthos, del griego, “recto o correcto”). Algunos intelectuales que manifestaron la necesidad de una reforma –una simplificación– fueron Domingo Faustino Sarmiento, Andrés Bello y Gabriel García Márquez.
La doctora en Letras y lenguas romances Karina Galperín es una de las impulsoras de la idea de simplificar la ortografía: “En absoluto mi propuesta tiene que ver con abolir las leyes, sino con simplificar la ortografía. Si las reglas son buenas y claras, la gente va escribir bien. Si queremos una lengua que funcione bien, tenemos que hacerla simple allí donde la complicación no le suma nada. El fracaso o éxito de una reforma se mide en siglos. Los tiempos de estos cambios son necesariamente largos porque implican por lo menos dos generaciones. El cambio se propone hoy para que lo lleven a cabo los niños que están aprendiendo, no para que modifiquen su conducta los adultos apegados a sus hábitos ortográficos. No se debe desatender el valor afectivo con el que mucha gente se relaciona con sus modos de escribir”. Galperín destaca el uso de la lengua que se hace en las redes sociales y aclara que no es su intención que se escriba de este modo, pero sí que se atienda a estas nuevas necesidades y criterios de la escritura.
"No juguemos con fuego"
El catedrático de Historia de la Lengua y director del Diccionario de la Real Academia Española, Pedro Álvarez de Miranda, confirma que ni en la RAE ni en la Asociación de Academias se plantea una reforma de la ortografía: “Sería absolutamente insensato en estos momentos iniciar una reforma importante de la ortografía española. Sería peligrosísimo, pues podría producir un cisma. Imagínese que unos países hispánicos la aceptaran y otros no. Eso sería catastrófico. Debemos estar muy satisfechos los hispanohablantes de nuestra unidad ortográfica (gracias al consenso unitario entre las Academias) y sería grave irresponsabilidad ponerla en peligro. Más de veinte países tenemos la misma ortografía, y en cambio Brasil y Portugal tienen ortografías diferentes. Alegrémonos de esa unidad nuestra y no juguemos con fuego”.
Las letras del alfabeto, los signos de puntuación y otros signos auxiliares (la barra, el guión, el asterisco, etc.) son los tres elementos de la ortografía. Este sistema consiste en reglas que los hablantes respetan para escribir con corrección, pero a menudo aparecen errores, en particular ante la posibilidad de representar un mismo sonido con distintos signos gráficos (por ejemplo, "hay", "ai" y "ay"). La ortografía es inseparable de la escritura y de la lectura, por eso la educación le dedica un espacio clave en los primeros años de enseñanza, independientemente de la profesión en la que luego se especializarán los alumnos: “Debería haber una gran discusión pública, informada, pero no restringida a los círculos híperespecializados, sino que involucre a maestros y a docentes, una discusión que tenga una gran dosis de docencia, de gente que explique algunas cosas que están deificadas en el sentido común general. Explicar, por ejemplo, que la ortografía de hoy no es lo que necesariamente debe ser, sino el resultado de un proceso lleno de cambios guiados por decisiones abiertas a revisión y modificación”. A su vez, Galperín señala que simplificar la ortografía permitiría dedicarle más tiempo a otros aspectos más complejos de la lengua, como es la puntuación: “Un elemento expresivo para el cual tengo que conocer reglas, pero también requiere un sentido de la discrecionalidad estilística porque conlleva elecciones de sentido. Es algo más complejo que la ortografía porque implica práctica, ejercicio, entender qué hacés cuando ponés una coma acá y no allá”.
Hace algunas semanas Alex Grijelmo presentaba el nuevo libro de Álvarez de Miranda, Más que palabras (Galaxia Gutenberg) y en este diálogo el catedrático destacaba que “La lengua es el territorio de la libertad”. Esta posición que recorre su obra se manifiesta en el plano gramatical y en el léxico, pero no en el ortográfico. “Lo mejor con la ortografía es no tocarla. El ortográfico es el único terreno del lenguaje en que el ultraconservadurismo está justificado”, señala el catedrático.
Escribir como pronunciamos y pronunciar como escribimos
La cuna del castellano se encuentra en el convento español San Millán de la Cogolla, donde se custodia al vestigio más antiguo de nuestro idioma, su primera manifestación tras su evolución a partir del latín. Señalaba Sarmiento que mientras el poder eclesiástico y monárquico se comunicaba con esa lengua y sus declinaciones, el castellano “servía para pedir agua ú otros menesteres vulgares”. El año 1492 supuso para España la expresión de su hegemonía, no solo con el descubrimiento de América, sino tras la publicación de la Gramática de la lengua castellana, a cargo de Antonio de Nebrija, responsable de unificar la lengua de un imperio a través de la regularización del uso escrito, conciente de que esa novedad tecnológica llamada imprenta era además de una innovación un instrumento de poder funcional al Imperio: “Así tenemos de, escribir como pronunciamos y pronunciar como escribimos".
El humanista sigue el criterio con el que Alfonso el Sabio en el siglo XIII impulsado por la Escuela de Traductores de Toledo, regula y fija la ortografía basada en la pronunciación popular, en particular, la de lo de los juglares. Este criterio fonético, es decir, que cada letra represente un solo sonido se mantiene con otros estudiosos, como Mateo Alemán, autor de Guzmán de Alfarache, cuyo tratado Orthografía castellana (1609) es el primero que se publica en América (“Dígase cada cosa como suena, pan el pan, i carne la carne”). En el siglo XVIII aparece otro criterio, el etimológico, que exige que las palabras respeten la forma gráfica de la lengua del cual derivan (por ejemplo, en el castellano utilizamos la “h”, que es “muda” –léase que no corresponde un sonido para este signo–, y tenemos para un mismo sonido dos signos, la letra “b” y la “v”). Andrés Bello sería en el siglo XIX uno de los principales detractores de esta posición y exige una “cabal correspondencia” entre signos y sonidos.
La RAE, fundada en 1713, nace para “cultivar y fixar la lengua castellana”. Desde 1741, con la publicación de su primera Orthographia hasta sus últimas ediciones, en 2009 y 2010 se han introducido varios cambios, menos de los que a un sector les parecen necesarios, y más de los que a algunos hablantes pueden asimilar. “Esos pequeños cambios, aun siéndolo, han resultado polémicos, y hay personas que los rechazan. En materia ortográfica (y en otras, pero especialmente en esta) los hablantes (los escribientes) se vuelven misoneístas, se irritan con los cambios, tardan mucho en aceptarlos y acostumbrarse a ellos. La Academia suprimió, con buen criterio, la tilde de los monosílabos “fue”, “fui”, “vio” y “dio”. Esto lo hizo en… ¡1959!, y todavía hoy algunas personas mayores, más o menos despistadas, les ponen acento a esas formas, porque de niños aprendieron que lo llevaban”, dice Álvarez de Miranda.
Existen varios modos de ordenar los elementos de un cofre. En el caso de uno tan valioso y dinámico como es la lengua, aunque hayas nuevas propuestas, sus custodios cierran, por el momento, la posibilidad de una disposición diferente.
Cómo escribiríamos los sonidos si se realizara la reforma ortográfica
A continuación algunos ejemplos de casos conflictivos (signos que suelen generar errores en su escritura) con la utilización de las normas ortográficas vigentes y con las propuestas de simplificación.
La h
Ortografía: “Hoy haré helado para mis hermanos”.
Con la propuesta de reforma: “Oy aré elado para mis ermanos”.
La y
Ortografía: “Lenguaje escrito y hablado por argentinos y españoles”.
Con la propuesta de reforma: “Lenguaje escrito i hablado por argentinos i españoles”.
La g/j
Ortografía: “Los gustos de los jóvenes argentinos generan estas investigaciones”.
Con la propuesta de reforma: “Los gustos de los jóvenes arjentinos jeneran estas investigaciones”.