Esa increíble necesidad de creer
Silvia Hopenhayn Para LA NACION
¿Cómo se sostiene la falta de creencias? ¿No es, precisamente, la condición para no tener nada que decir? Gianni Vattimo se permitió la duda, amparándose en la ironía. Creer que se cree es el título de uno de sus libros, publicado en 1996.
En enero de 2004, se realizó un debate peligroso: el filósofo Jürgen Habermas, último bastión de la Escuela de Francfort, se encontró en Bavaria con el actual papa, Joseph Ratzinger. Casi impensable que dos figuras tan disímiles pudieran discutir sobre fe y política.
Frente a la "debilitada vitalidad de la conciencia democrática", en su momento, Habermas planteó una dificultad tan sutil como determinante: la de separar valores de conceptos, sobre todo cuando unos u otros caducan con respecto a la sociedades en las que se fundan. El origen del mundo es una fuente de versiones (a veces, verdaderas diversiones). Hasta el cuadro más polémico del siglo XX, que Lacan conservó escondido en su casa de campo de Guitrancourt -hoy en día, exhibido en el museo de Orsay, de París-, se titula, precisamente, El origen del mundo , un deslumbrante retrato del pubis de una mujer realizado por Gustave Courbet.
Recién publicado en Paidós, el nuevo libro de la ensayista Julia Kristeva, Esa increíble necesidad de creer , reúne artículos que configuran una verdadera puerta giratoria para ingresar en el mundo de las creencias, religiosas o sublimadas en el arte. Uno de los capítulos más fecundos es el que versa sobre la Virgen. Alejada del feminismo más convencional y recalcitrante, Kristeva propone una vuelta de tuerca sobre la virginidad que permite compaginar el pensamiento religioso con argumentos psicoanalíticos. En el artículo "El adolescente es un creyente", pone en escena el aspecto erótico de la creencia, y su afán de goce absoluto. Según Kristeva, "la adolescencia es una enfermedad de la idealidad". De allí que esta etapa, inevitable, intransferible, aparece como puente movedizo entre una infancia colmada de relatos y una adultez inmersa en la sociedad del espectáculo, donde los ideales se confunden con las creencias y las creencias con los objetos que propone el mercado para garantizar la satisfacción absoluta.
Kristeva advierte sobre la necesidad de saber sufrir -y atravesar el sufrimiento para renacer, "con serenidad y alegría"- en lugar de gozar sin saber cómo seguir. Rescata, etimológicamente, la idea de milagro: algo maravilloso que hace reír. Y, a su vez, rescata el genio del arte, ya sea la experiencia literaria (que empalma con la psicoanalítica), la pintura y la música. De allí su dichosa invitación: "Los invito a hacer resonar en su mente la Misa en do menor , de Mozart. Miserere nobis , canta el coro, y aquí el sufrimiento se depura, volviéndose complicidad, gracia, gloria"...
Lo más gratificante del libro es su entusiasmo no tanto por tener razón ni por salvarse, sino por aventurarse en la intelección.