Es urgente “educar al soberano” en finanzas públicas
“La medicina es una noble profesión, el problema es que a veces se complica disfrutar un asado con amigos”. La expresión corresponde a un médico cansado por las numerosas consultas que recibió en una cena. Pero su observación no terminó ahí, “claro que esto en la Argentina se atenúa mucho si en la mesa hay un economista”. Es así. En nuestro país, es difícil evitar la pregunta económica, desde la inflación en caso de una guerra hasta el máximo reduccionismo a nuestros años de formación con el ya clásico “¿dólar o plazo fijo?”.
Yendo más allá del relato trivial, la gran diferencia con los médicos es que al final de nuestra explicación solemos recibir la refutación de la inconclusa verdad popular: “entiendo lo que describís, pero para mí la pobreza se combate con más déficit fiscal y no menos”. Algo así como discutirle al médico que fumar hace bien.
Cuando “la verdad de la calle” subyuga a la ciencia y la prosa de falso altruismo persuade más que las aulas, emerge un peligroso riesgo que, en economía, puede expandirse al insondable fango de lo moral. Si no rige la ciencia económica, la distribución de ingresos se realiza por disputa, en una batalla entre melindrosos y ventajeros, lo que hace imprescindible que exista un árbitro hostil que controle inescrupulosos, ya que el progreso es mal habido y la productividad no paga, diluyéndose el mérito como herramienta de prosperidad.
El problema recrudece cuando dichas “verdades” no solo se escuchan en cenas con amigos sino también en políticos y gobiernos de todos los colores partidarios, revelando que detrás de nuestra eterna inestabilidad económica, subyace un grave problema de diagnóstico. Y resulta siempre imposible hallar la medicina apropiada partiendo de un diagnóstico incorrecto.
La estrategia se diferencia de la táctica no solo por su horizonte temporal más extenso, sino en el tamaño y cantidad de variables exógenas e indeterminables que entran en juego. Táctica es cómo ganar el partido del próximo domingo, estrategia es cómo ganar un Mundial en 4 años. Como país, necesitamos “estrategia”, esto es, abandonar el atajo cortoplacista mirando la próxima elección y acordar un plan a mediano plazo, asumiendo los riesgos de navegar aguas inciertas, y quede claro que los beneficios serán más para nuestros hijos que para nosotros.
Las decisiones estratégicas, con objetivos complejos, inter-temporales donde los beneficios demoran en florecer, se toman en tres tipos de contextos: cuando sabemos lo que sabemos, cuando sabemos lo que no sabemos y más trágico aun, cuando no sabemos lo que no sabemos. A modo de ejemplo, en el primer caso puedo estar enfermo de un simple resfrío. El segundo escenario refiere a cuando se de mi enfermedad, pero no hay acuerdo terapéutico entre los médicos. El tercero, y mucho más complejo, es estar enfermo y no saberlo.
Este último caso, es el que mejor refleja nuestro fracaso de las últimas décadas. En la Argentina, no sabemos que no sabemos economía, ni finanzas públicas ni cómo funcionan los estados, y por ello, nunca pudimos resolver el problema recurrente de inflación, recesión y pobreza.
Es urgente “educar al soberano” en finanzas públicas. Como se hizo en el pasado con tópicos básicos como Instrucción Cívica o Salud e Higiene, claves a la hora de igualar derechos y oportunidades en una nación en formación, plagada de asimetrías culturales, religiosas y políticas. En síntesis, debemos educar Estado, para emancipar al soberano de políticos mauleros, que ofrecen espejitos de colores camuflando la artimaña de la inflación, culpando al almacenero.
Mencionaré algunos ejemplos de falsos dogmas, que frenaron nuestra prosperidad, sembrando desconfianzas entre estratos sociales y cosechando grietas.
El déficit fiscal, como todo desequilibrio, es malo. Gastar más allá de nuestros ingresos nos convierte en dependientes, vulnerables a la tasa de interés, a los precios internacionales a la simpatía de otras naciones, a los mercados. Es el germen gestacional de dinámicas de endeudamiento. Consume y transforma nuestras energías y virtudes ya que en lugar de salir a vender, salimos a limosnear. Sin embargo, escuchamos a diario hablar de resistir la baja del déficit como un acto patriótico. Y mucho peor aún, su defensa en nombre de los pobres. Cuando no existe confianza y se pierde el crédito, el déficit fiscal se cubre emitiendo pesos más allá de los demandados y este exceso se transforma en inflación, impactando más en los más pobres, ya que al consumir todo su ingreso, no disponen de un excedente financiero para defenderse de la inflación adquiriendo monedas estables o constituyendo un plazo fijo.
La deuda no es algo vil en sí mismo, todas las organizaciones y países toman deuda. Las grandes obras e inversiones se financian con deuda. Japón es el país más endeudado de la tierra (triplica la nuestra) y tiene pobreza cero porque su deuda es alta, pero sostenible. Como afirma el profesor Edwards: “deuda sostenible es aquella que no se paga” (claro, por decisión del acreedor), se renueva siempre por confianza. Las deudas no son altas o bajas, son confiables o no.
Congelar tarifas es sinónimo de corte de servicios e inflación a futuro, sin embargo, aquí es promesa electoral. Por supuesto que los más vulnerables necesitan tarifa social, pero en países prósperos los subsidios son excepción y no regla. Imaginen llegar a un lugar y escuchar al político de turno prometer la construcción de un arsenal nuclear en su ciudad, y que sea este quien gana la elección. O es una sociedad ineducada o disocia de la realidad. ¿invertirían allí?
Otro error recurrente es aumentar impuestos a un sector porque “le está yendo bien”. Lo que necesitamos es precisamente que a quien invierta le vaya bien, para que vengan otros a imitarlo expandiendo la oferta (que baja precios), creando más actividad y empleo. Ponerle techo a la rentabilidad aumentando tributos es ahuyentar la inversión, avisar que en caso de éxito el proyecto será castigado. Y aun peor, en un país sin dólares hacer esto con exportadores es como aplicar impuestos al agua en el desierto.
También empobrece financiar cuantiosas pérdidas en empresas públicas, valores irrisorios en peajes o jubilaciones privilegiadas con dinero del Tesoro, “pozo común donde todos ponen” incluyendo la inmensa mayoría excluida de sus beneficios. Ni hablar en países socios del impuesto inflacionario.
Años de respuestas desacertadas a diagnósticos incorrectos explican nuestro estancamiento. Esto ocurre a los ojos de un pueblo indiferente que, harto, entrega un “cheque en blanco” a la mejor promesa, relegando instituciones. Ese “cheque” resulta muy tentador para una política que desiste en su rol de mediadora entre pueblo y gobierno, generando una peligrosa asimetría de incentivos entre la sociedad y sus gobernantes. Hartazgo y desconocimiento de lo “público” se combinan en la tentación de entregar la suma del poder público, confiando que esto pondrá fin a su desgracia eterna. Aquí surge el riesgo de la autocracia: “ustedes vótenme, y yo me encargo de todo”.
Enseñemos “Estado” para terminar con décadas de superchería e improvisación. Tribunas ineducadas fascinadas con un líder artero de gran prosa, fueron el principio del fin de imperios y civilizaciones, alguna vez muy exitosas.
Economista. Profesor en la UNLP y en la Universidad Di Tella