¿Es posible educar en cuarentena?
¿Es posible educar en cuarentena? ¿Es posible sostener el #seguimoseducando que tanto nos ha inspirado para enfrentar los primeros días del parate educativo?
La respuesta es positiva si consideramos una diferencia obvia pero central: educar no es, necesariamente, escolarizar.
Una escuela es muy diferente a una casa o a una familia. Una escuela es una organización muy compleja, conducida por profesionales especializados que viven de ese trabajo. Un ámbito al que se debe asistir obligatoriamente en días y horas socialmente pautados y para aprender un conjunto de saberes comunes a toda la población. Las escuelas están reguladas –y en su gran mayoría financiadas- por el Estado.
Al contrario, las casas no se parecen en nada a las escuelas. No solo por el tamaño, la amplitud de los ambientes y la disposición de los muebles y las personas, sino porque las relaciones entre los miembros de las familias forman un vínculo primario, emocional de largo plazo y nadie se especializa profesionalmente ni obtiene una retribución salarial para integrarla. Las escuelas pertenecen a lo público, a lo común, a lo que une como comunidad.
Por eso, la escuela en casa es una imagen potente pero que no se ajusta a la realidad: o es en escuela o es en casa. Es cierto que algunas familias educan a sus hijos en el hogar. En inglés se dice homeschooling –escolarización en el hogar- pero es una simple imagen: los padres que optan por ese sistema lo que pretenden precisamente es que la educación de sus hijos sea muy diferente, incluso opuesta a la de las escuelas. Por eso deciden desescolarizarlos y sostener un esfuerzo voluntario de enseñanza, convirtiendo lo público en íntimo y construyendo una identidad singular: homeschoolers.
Tengamos en claro, entonces, que el aislamiento social no habilita por sí mismo a la escuela en casa. Nadie estaba preparado para un cambio tan abrupto, no solamente por la ausencia de capacidad tecnológica en la mayoría de las casas, sino porque casi la totalidad de los padres/madres no eligieron voluntariamente prepararse para enseñar a sus hijos. Y, además, porque la imagen de una "casa" en la que existen recursos materiales y culturales para educar a los chicos como si fuera una escuela solo se corresponde con una porción mínima de la población.
Por otro lado, la edad del alumno, el nivel educativo y el contenido a enseñar presentan dificultades diferentes que la escuela -a su manera- resolvió hace dos siglos: salones de clase, horarios de clase, recreos y evaluaciones pero que sin escuela se tornan complicados. En el nivel superior, por ejemplo, las plataformas educativas funcionan con mayor naturalidad, pero a medida que la edad desciende y los estudiantes necesitan cada vez más el apoyo de un adulto los problemas se agudizan: a menor autonomía, menor probabilidad de no depender de una escuela (aunque esto con los adolescentes adquiere otra connotación). Por otro lado, aprender sin escuela contenidos de literatura o de ciencias sociales basadas en narraciones orales, escritas o en video tienen un nivel distinto de dificultad que aprender logaritmos, derivadas o el ciclo de Krebs.
Por eso, mezclar educar con escolarizar encierra una confusión que puede llevar a un callejón sin salida porque educar no es necesariamente escolarizar. Desde casa, en cuarentena, podemos repasar, transmitir historias, compartir documentales o películas. Podemos trabajar sobre la responsabilidad y para que no se pierda la continuidad de lo escolar. Podemos usar los buenos materiales impresos que distribuye el Ministerio de Educación de la Nación, ver los programas de la TV pública, bajar los archivos que nos mandan los docentes por whatsapp (aunque no haya impresora y debamos copiarlos a mano), usar las fotocopias compradas en un quiosco o utilizar plataformas más sofisticadas.
Pero el entusiasmo o la fascinación tecnológica no debe obnubilarnos para así creer que vamos a obtener los mismos resultados que la escuela ni mucho menos. O evaluar después a los alumnos fingiendo normalidad con una visión tan omnipotente como ineficaz: lo peor de este presente es simular escolarización allí donde no la hay.
Es cierto que algunas escuelas que usan plataformas más complejas podrán enseñar temas nuevos y adelantar contenidos. Pero se trata del el sector más pequeño y rico de la población y tal vez allí se están ensayando los escenarios futuros. Y aún en estos casos, tampoco hay certeza de que el modelo digital funcione como el escolar.
A propósito de estos temas, el Ministro de Educación de la Argentina pronunció una frase sencilla pero muy fuerte: "la escuela es irremplazable", dijo. Esta frase podría ser considerada simplemente como un slogan potente, como un valor o como un ideal. Pero es mucho más que eso: hoy la escuela es fácticamente, realmente irremplazable, dado que no hay disponibles tecnologías sustitutivas que estén a su altura, salvo para un pequeño sector social, y aun con dudas. Las mayorías ni siquiera accedían a una mejor escuela antes de la pandemia. Por eso, este período de aislamiento con su consecuente desescolarización, no debe ser considerado como un experimento sino como una situación de emergencia que merece sostener la acción estatal y la de todos los adultos comprometidos alrededor de la educación.
¿Qué aprendizajes podemos esperar en este tiempo de encierro obligatorio? Si educar y aprender en las casas en un escenario de pandemia no es lo mismo que asistir a la escuela en un tiempo sin encierro, debemos considerar seriamente estas diferencias. Priorizar el realismo por sobre la simulación y la empatía sobre la exigencia cosmética.
Y un realismo comprometido para que nadie quede afuera.
Integrantes del Proyecto Pansophia