¿Es mejor hacer la plancha o separarse?
Cuando no hay terceros, salir del lugar de confortabilidad que implica un matrimonio no es fácil
Como casi siempre, las columnas derivan de charlas con amigas. Y no hace mucho cada una de ellas, con su respectiva historia, puso sobre la mesa el tema: ¿Es mejor hacer la plancha o separarse?
Aunque la situación no nos haga felices, seguimos por mandato o por miedo
El planteo era: con un matrimonio o pareja de hace años, donde ya "no pasa nada" porque -como se dice ahora- el vínculo está desgastado, donde el amor parece haberse evaporado y donde nos sentimos solas a pesar de estar acompañadas...¿Vale la pena seguir haciendo la plancha? ¿Vale la pena seguir haciéndonos las distraídas o será mejor tomar la decisión de separarse?
Difícil este dilema cuando somos nosotras, mujeres queridas, las que tomamos la iniciativa. Los maridos en general no quieren separarse . Están cómodos. Cuando no hay terceros, salir del lugar de confortabilidad que implica un matrimonio no es fácil. Porque aunque la situación no nos haga felices, seguimos por mandato o por miedo.
Las mujeres que no tienen su trabajo y dependen económicamente de un señor la tienen más difícil. Tienen más cosas que negociar. Porque la independencia económica permite más independencia mental. Se puede pensar mejor con el tema dinero resuelto (por una misma).
De todas maneras es un momento complicado. Cuando los hijos son pequeños una piensa en no romper la familia, en que se mantenga esa imagen de "los padres juntos". Cuando los hijos ya son grandes y tienen su vida, bien vale preguntarse: ¿En qué momento voy a dejar los mandatos para hacer lo que quiero? Quizás no sé lo que quiero y puedo descifrar lo que no quiero. No quiero pensar en una "comidita de a dos" cuando no tengo nada más para decirle.
La independencia económica permite más independencia mental
Quizás no quiero ocuparme de sus camisas y de su ropa cuando la intimidad es una caricatura. Quizás es el momento de ejercer mi derecho a la libertad. Ahora bien. No es fácil. No está el príncipe azul esperándonos a la vuelta de la esquina. Y porque, siempre, terminar algo que ya está terminado también es doloroso. Así como es arduo sentirse solo en compañía, es arduo estar solo. Uno se convierte en el personaje de Scalabrini Ortiz en El hombre que está solo y espera.
¿Será un acto de valentía? No lo sé. Tampoco tengo la receta magistral. Lo que sí sé es que con los años hay convicciones que se mantienen intactas.
Cada integrante del encuentro llegó a sus propias conclusiones. Todas sabían perfectamente de qué estábamos hablando. Ninguna se hizo la distraída. Pusimos todas las cartas sobre la mesa. Algunas piensan que es mejor seguir así, soñando con viajes con amigas, poner la energía y la libido en el trabajo pero no ir solas a comidas y casamientos. Otras reivindican la libertad, haciendo hincapié en que hay que sobrevivir a una primera etapa de desasosiego.
Como verán, yo tampoco tengo una receta magistral. Las mujeres que me lean llegarán a sus propias conclusiones.
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