Es hora de escuchar a los otros intelectuales
América Latina y la Argentina enfrentan enormes desafíos. La falta de confianza de la ciudadanía en sus instituciones y dirigentes, un crecimiento económico bajo, nuestro alejamiento de la frontera tecnológica y la posibilidad de que nos transformemos otra vez en un escenario más de la disputa entre las grandes potencias generan, entendiblemente, preocupación. Pero esta preocupación no debe justificar la parálisis o la resignación. Por lo contrario, nos debe llevar a actuar. Está en todos, pero especialmente en la clase dirigente, pensar y actuar de manera constructiva, generando las condiciones que nos permitan sacar a relucir nuestro potencial.
Los intelectuales, en particular, pueden y deben ocupar un espacio e influir dentro de la clase dirigente. Y en algún momento lo hicieron. Por ejemplo, recordemos el papel determinante que jugaron tanto Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista Alberdi en las discusiones que sentarían las bases del proyecto de país que luego liderarían los miembros de la generación de 1880. En efecto, para tener la Argentina pujante de fines del siglo XIX y principios del XX primero hubo que imaginarla.
Al ver la actualidad argentina con este prisma queda claro que hay un problema: ¿a quiénes escuchan hoy los empresarios, los políticos, los sindicalistas, los periodistas, los diplomáticos acreditados ante el gobierno, etc.? ¿Quiénes son los intelectuales invitados a exponer en los principales foros de discusión de nuestro país? ¿Quiénes alimentan la imaginación de lo posible?
Daría la impresión de que hay dos grandes grupos de intelectuales que tienen el oído de la clase dirigente al momento de marcar tendencias y generar visiones amplias de nuestras posibilidades: por un lado, los intelectuales kirchneristas; por el otro, lo que podría llamarse los intelectuales "derrotistas". No estoy diciendo que sean los únicos dos tipos de intelectuales en el país, ni mucho menos; digo que son los grupos que suelen ser consultados por las elites argentinas. Mientras que los primeros son conocidos por su afinidad con el oficialismo, los segundos mantienen su independencia de los gobiernos y tienen lugares destacados en la discusión pública en general. Sin embargo, las visiones que difunden contribuyen, desde mi punto de vista, a nuestra aparente incapacidad de resolver problemas y avanzar.
Empiezo por los intelectuales kirchneristas. Estoy en las antípodas de la visión que tienen sobre quiénes deberían ser nuestros aliados geopolíticos y regionales. Tampoco estoy de acuerdo con su visión de la democracia, del capitalismo y de la globalización. Creo que están equivocados en el rumbo que eligen para la Argentina. A pesar de todo lo anterior, reconozco en ellos una afinidad de actitud: no se resignan a un destino chico para nuestro país. Están convencidos de que se puede cambiar y trabajan por ello.
Los derrotistas son los intelectuales que difunden la idea de que América Latina es una región marginal o insignificante y que, por ende, la Argentina también lo es. Estoy en desacuerdo con los derrotistas en dos niveles. En primer lugar, a nivel de la afirmación, que me parece sencillamente errónea. Ni América Latina ni la Argentina son marginales. En todo caso, somos lo que hemos hecho y seremos lo que haremos en el futuro. Y acá surge la otra diferencia, que es de espíritu: el derrotismo como ubicación intelectual es una abdicación de ambición de cambio que sirve como una excusa para la resignación. Me preocupa que esta postura es la que parece circular entre muchos de los miembros de la clase dirigente que no suscriben a la visión del actual gobierno.
En su poema La segunda venida, el gran poeta irlandés William Butler Yeats escribió que "Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada intensidad". Podría, en parte, estar describiendo nuestra situación actual. Subrayo "en parte" porque sé que hay intelectuales, menos consultados por la clase dirigente, que se rebelan ante la idea que las únicas opciones posibles son administrar la decadencia o convertir a la Argentina en el país con el cual sueñan los kirchneristas. Romper con ellas es tarea de todos aquellos que quieren otro destino para nuestro país.
Filósofo y exdirector de Argentina 2030 en la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación