Es hora de restablecer el pluralismo
Pensar el quehacer periodístico a través de la mirada sociológica tal vez ayude a descifrar las tribulaciones que atraviesa buena parte del periodismo argentino en esta época. No se trata de cuestiones abstractas, sino vitales y concretas. Y, me temo, antiguas. La actividad periodística vuelve a ser cíclicamente objetada por el poder político, por considerársela contraria al interés general. No es un fenómeno nuevo y no parece depender siquiera de que el gobierno de turno sea democrático o autoritario. Juan Bautista Alberdi se dolía en Palabras de un ausente por los patriotas para quienes el patriotismo de otros, si no coincide con sus puntos de vista, se convierte en un "crimen de lesa-patria". El tucumano advertía acerca de un país que se desinteresaba del ámbito público "hasta dejar nacer entre sus gobernantes la ilusión de creerse un equivalente del país mismo".
En estas circunstancias, aparece un punto de identificación inicial entre el periodista y el sociólogo: ambos incomodan al poder cuando éste se erige en representante de una verdad incuestionable. Ejercidas con audacia y rigor, estas profesiones suelen convertir a sus cultores en "los que desagradan al que gobierna", según palabras de Alberdi. La posibilidad de cuestionar al poder y sacarlo de quicio nos habla de otro rasgo del periodismo que la ciencia social le reconoce desde la época de las revoluciones burguesas: su extraordinaria influencia en la opinión pública, hoy amplificada de modo exponencial por las transformaciones tecnológicas. Desde entonces, el llamado "cuarto poder" no ha cesado de crecer y multiplicarse, trastocando las relaciones de fuerza que lo ligaban a las clases gobernantes en el pasado.
Max Weber abordó con perspicacia este fenómeno. En 1910 se preguntaba el motivo por el cual en 150 años los periodistas ingleses habían pasado de pedir perdón de rodillas ante el Parlamento por dejar trascender el contenido de las sesiones, a poner de rodillas a los parlamentarios con la simple amenaza de no imprimir sus discursos. Weber intuía que la pregunta sobre qué es lo que debe hacerse público se había tornado problemática y no sería respondida en adelante sólo por el poder político sino también por la sociedad civil, encabezada por un periodismo independiente.
Una mirada sociológica del periodismo está en condiciones también de discutir algunos rasgos constitutivos y estructurales de esta profesión, generalmente velados. En primer lugar, el modo de producción del periodismo, la impronta capitalista de los grandes emprendimientos mediáticos, la existencia de un mercado de lectores y anunciantes, la lucha de intereses económicos y políticos en torno a las noticias y el carácter construido de éstas. En segundo lugar, la sociología debe ubicar dentro de esa trama a los periodistas como individuos en un mercado laboral, y considerar sus logros y dilemas. Para ellos, el periodismo es a la vez una fuente de trabajo escasa, una posibilidad incierta de éxito profesional y un riesgo eventual para su seguridad física. En esas condiciones, el periodista y el sociólogo intelectualmente honestos no difieren. En algunos casos, el interés de quienes los contratan coincide con sus vocaciones profesionales; en otros, quedan involucrados en guerras que les son ajenas o reciben mandatos que contradicen su conciencia. Esta tensión, por momentos insoportable, es el precio pagado por pretender destilar, bajo condicionamientos y presiones de todo tipo, "algo que se parezca a la verdad", como le ocurría al juez en Divorcio en Buda, la novela de Sándor Márai.
Corresponde también, y del mismo modo, a periodistas y sociólogos meditar acerca de la calidad de su producción, independizándola de la orientación política o editorial del grupo al que pertenezcan, sea éste privado o estatal. Es necesario cuestionar esta premisa: el periodismo es bueno si coincide con los intereses de mi sector y es malo si los contradice. La posición adoptada frente al poder político no puede ser la norma de calidad. Deben existir criterios de aceptación profesionales y autónomos para evaluar el rigor periodístico. En este punto el papel de la Academia de Periodismo puede ser relevante. Para ejercer ese rol se necesita desprejuicio, apertura y afecto a la verdad. Hay mucho periodismo bueno y mucho malo en ambas orillas del río que nos divide.
Como sociólogo vinculado al mundo periodístico, me mueve un deseo: ayudar a restablecer el pluralismo, invitar a sentarse a la misma mesa a los que encaren la profesión con decencia intelectual y estándares de calidad. Es urgente mediar. Viene una nueva época, que imagino de puentes más que de muros divisorios. En ese porvenir nos aguarda una pregunta inquietante: si tendremos una sociedad de ciudadanos o de pandillas. Una civilización, como pretendían nuestros padres fundadores, o nuevas formas de barbarie. Ante esa disyuntiva, es preciso abandonar la comodidad económica y espiritual de ser oficialista u opositor; es imperioso sacudirse los prejuicios y convocar a todos los que estén verdaderamente preocupados por construir un país mejor.
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