¡Es la fraternidad, estúpido!
Disculpas por el título, pero no se me ocurría otra manera de llamar la atención, por un lado, y por otro, de emitir con la vehemencia necesaria la idea fuerte de estos contados párrafos.
Esa frase, tomada por supuesto del marco de aquella famosa campaña estadounidense de hace unos cuantos años, hacía hincapié en que (en ese caso) las elecciones dependían más que nada del factor económico, un dato para nada menor que Bill Clinton supo capitalizar, a pesar de haber comenzado desde muy abajo en los porcentajes de la puja electoral.
Pues aquí, en casa, con las elecciones más que terminadas, me da la sensación de que de ahora en más se trata de eso, de la fraternidad, y es menester declarar que lo sucedido ayer en la Basílica de Luján es una cabal muestra de ello.
Del triplete de valores que la revolución francesa acuñó, es evidente que el elemento más débil ha sido siempre la fraternidad. Y se me hace que es precisamente por ello (aunque sea en parte) por lo que sus dos compañeros no han terminado aún de asentarse por completo en ningún paraje de nuestro alterado planeta.
Se trata de sostener nuestras diferencias en un formato que no requiera la ausencia del otro porque hay objetivos comunes que superan esas mismas diferencias
Hay quienes han insistido muchísimo en el valor de la libertad, y quizás en esa ultranza han dejado de lado una importante cuota de igualdad. Obviamente también han existido y existen quienes promueven sin descanso el valor de la igualdad, pero cuando a éste se lo exaspera, pareciera que la libertad también empieza a decaer.
La autodestructiva grieta en la que nos hallamos puede tener su ruta de escape justamente allí donde nace la fraternidad, ese valor ancestral que sarcásticamente anuncia la Torá, el texto bíblico, a través de un cruel asesinato que nada casualmente ocurre entre los dos primeros hermanos.
Caín, en todo tiempo y lugar, apuesta a la grieta. Si nosotros pudiéramos tener el coraje y la bendición con la que ayer la Conferencia Episcopal Argentina convocó a toda la sociedad (creyente o no creyente) para rezar por la unidad y por la paz de nuestra nación, estaríamos pisando tierra firme hacia un futuro más venturoso.
La autodestructiva grieta en la que nos hallamos puede tener su ruta de escape justamente allí donde nace la fraternidad, ese valor ancestral que sarcásticamente anuncia la Torá, el texto bíblico
El gesto de los abrazos compartidos por el presidente saliente y el presidente entrante es un guiño pequeño pero relevante a la hora de marcar cuál es la senda por la que debemos transitar.
Se trata de sostener nuestras diferencias en un formato que no requiera la ausencia del otro porque hay objetivos comunes que superan esas mismas diferencias, y por los que tenemos que trabajar codo a codo.
En mi mensaje de un minuto y medio durante la misa en Luján conté una antiquísima historia judía que relata que un hombre estaba arrojando piedras desde su jardín a la calle. Un viejo y sabio rabino que pasaba por allí le dijo que era un tonto porque estaba tirando piedras de un dominio público a un dominio privado, y sin esperar respuesta alguna, se fue. El hombre pensó que aquel sabio estaba un tanto desequilibrado ya que la situación era exactamente al revés. Pero sucedió que más adelante ese hombre perdió su casa, quedó en la calle, y claramente se tropezó con las piedras que él mismo había arrojado. Recién ahí comprendió que lo más propio que tenemos es lo que compartimos, lo público, lo que nos hace sociedad. Nadie puede perder una calle, una montaña o una plaza. Son nuestras.
Mi plegaria fue un humilde pedido a Dios para que nos de la sabiduría y la misericordia para que podamos dejar de tirarnos piedras y en lugar de ello podamos construir con cada una de ellas puentes de fraternidad, de unidad y de paz.
Tal vez así tendremos -juntos- un país más cercano al jardín con el que soñamos.
* Rabino del Centro Unión Israelita de Córdoba y responsable de diálogo Interreligioso del Congreso Judío Latinoamericano