¿Es Bolsonaro un populista?
Mucha gente se hace esta pregunta: ¿es Bolsonaro un populista? La respuesta no es trivial, ya que la evidencia histórica demuestra que el populismo, tanto de izquierda como de derecha, siempre termina mal. Pero antes de contestarla hay que definir qué es el populismo, tema sobre el que hay mucha confusión. Según Alain Rouquié, se trata de "un concepto vacío" que no aclara "la identidad de un régimen sino que la confunde. Cualquiera puede ser populista". En realidad, todo depende de cómo se defina.
Es necesario distinguir entre el populismo y lo popular, y entre políticos populistas, políticas populistas y regímenes populistas. El populismo por definición es popular electoralmente pero no todo político popular es populista. Caso contrario habría una equivalencia entre democracia y populismo. El populismo surge de las urnas pero la elección de un líder populista no implica necesariamente la existencia de un régimen populista. Lo mismo puede decirse de una dictadura que aplica políticas populistas.
¿Qué es entonces el populismo? La solución facilista, simplista y arbitraria que pretende imponer una mayoría con su voto, cuando es movilizada por el discurso maniqueo de un líder populista que apela al narcisismo colectivo y a ciertas ansiedades predominantes, cuando barreras estructurales generan una divergencia entre las expectativas y aspiraciones de esa mayoría y la realidad. Es decir, una brecha de frustración colectiva.
Esta "solución" es facilista porque propone resolver problemas estructurales sin esfuerzo y sin costo (al menos para quienes votan por el líder populista). Es simplista porque culpa a los enemigos del pueblo por la brecha apelando al chauvinismo y a prejuicios establecidos. La identificación del enemigo determina el sesgo ideológico del populismo: si presenta una amenaza étnica, cultural o religiosa tiende a ser de derecha, mientras que si se define por una dimensión económica (lucha de clases), tiende a ser de izquierda. La solución populista también es arbitraria porque requiere quebrantar las instituciones formales e informales de la democracia para hacerles pagar a los "enemigos del pueblo", el costo de cerrar la brecha de frustración, conculcando sus derechos. Pero nunca logra cerrar esa brecha. Con el paso del tiempo, los "enemigos del pueblo" se evaden (vía fuga de capitales o emigración) o simplemente se agotan los recursos expropiables. La degradación institucional y la ausencia de reformas estructurales agrandan la brecha. Esto genera un descontento creciente que amenaza la supervivencia del líder populista, que para evitar su caída abusa los poderes del estado y socava las bases de la democracia de la que surgió. Si tiene éxito se convierte en dictador.
Todo esto nos permite aproximarnos a la respuesta que buscamos. Que en Brasil existe una frustración colectiva es obvio. En cuanto a Bolsonaro, exhibe rasgos de personalidad y un discurso que, prima facie, sugieren que es un líder populista de derecha cortado del mismo molde que Trump, Orban (Hungría) y Duda (Polonia). Sin embargo, y para usar la terminología de Laclau, no ha "cristalizado" la frustración colectiva para construir al pueblo como "actor colectivo".
Para Bolsonaro la identificación del enemigo pasa fundamentalmente por el plano legal y por el ideológico, no por el étnico, cultural, religioso o económico. Es cierto que como todos los políticos populistas se opone al statu quo. Pero ese statu quo es el sistema clientelista redistributivo corrupto e ineficiente que puso a la economía brasileña de rodillas. El "enemigo" del pueblo en el discurso de Bolsonaro son los delincuentes y los corruptos. No pretende violar la ley para castigarlos, sino aplicarla con todo su rigor.
Aunque a lo largo de su carrera política, Bolsonaro se ha mostrado autoritario, homofóbico y racista e incluso reivindicó la dictadura militar, en su campaña presidencial se definió como la antítesis del modelo de país que proponía el PT. En su discurso inaugural dejó en claro que su gobierno sería "un defensor de la Constitución, de la democracia y de la libertad".
En cuanto a su personalidad, algunos psicólogos la han definido como "autoritaria" con una "crueldad patente", tendiente a la "paranoia" y una "fragilidad narcisista"; otros como "autocentrada" y "megalómana". Estos son los rasgos típicos de un líder populista. Sin embargo, se trata de un diagnóstico cuestionable, ya que quienes lo hacen nunca tuvieron oportunidad de examinarlo (y no son necesariamente objetivos).
Un punto que juega en contra del encasillamiento de Bolsonaro como líder populista es que, aunque nacionalista, no es xenófobo. A diferencia de Perón, no plantea una rivalidad con los Estados Unidos. Más bien sigue el pragmatismo de Getulio Vargas, que tan buenos resultados le dio a Brasil.
Otra característica de Bolsonaro no común en líderes populistas es que admite no tener todas las respuestas. Reconoció no saber nada de economía y eligió como ministro a Paulo Guedes, un economista reconocido por su posición a favor de la competencia, los mercados libres y la reducción del tamaño del Estado. En este sentido es interesante la comparación con Trump, quien siempre se presenta como quien más sabe de cualquier tema. Ambos jefes de Estado comparten algunas posiciones como la negación del cambio climático y su oposición a un statu quo al que definen como socialista. Ambos cuentan con el voto de los evangélicos. Sin embargo, Bolsonaro es genuinamente religioso, mientras que Trump un mero oportunista.
Trump se ha mostrado más tolerante hacia los homosexuales que Bolsonaro, pero más xenófobo. Trump quiere cerrar la economía norteamericana, mientras que Bolsonaro quiere abrir la brasileña. Trump es incapaz de leer más de una página mientras que Bolsonaro exhibe orgullosamente cuatro libros que le sirven de guía: la Biblia, la Constitución de Brasil, las memorias de Churchill y una compilación de artículos de Olavo de Carvalho (la inclusión de este último en sus lecturas es preocupante dada su visión oscurantista, ultramontana y conspirativa).
En conclusión, Bolsonaro exhibe algunos rasgos típicos de un líder populista de derecha y otros bastante inusuales. Además, la solución que propone para resolver los problemas estructurales que enfrenta Brasil no es populista. El tiempo dirá si su gobierno termina siéndolo.
Economista