Erri De Luca."No soy el propietario de mi memoria, no puedo elegir los recuerdos"
El escritor italiano, ex obrero metalúrgico y militante político, y autor de una obra difícil de encasillar, habla de su llegada tardía a la literatura: "La escritura ha podido sustituir todas mis carencias"
Uno de los rasgos que sustentan la leyenda de Erri De Luca es su aprendizaje solitario de lenguas como el swahili (que se habla en Tanzania y Kenia) o el hebreo antiguo, del que tradujo textos de la Biblia. Es sólo a medias autodidacta; estudió en un Liceo Francés, pero a los 18 años lo abandonó en un rapto anticipatorio de su carácter contestatario. Saltó de Nápoles a Roma y allí se integró a un grupo que pondría en marcha al movimiento revolucionario Lotta Continua.
Querrían etiquetarlo como "escritor politizado", pero todo en De Luca es relativo, transversal. Eso sí, siempre desafiante y outsider. Su figura cansina de flaco bonachón (ojos azules intensos y voz serenamente escéptica) calentó los medios de Italia cuando casi dos años atrás la Justicia lo sentenció a ocho meses de prisión por liderar el movimiento NO TAV (oposición a un Tren de Alta Velocidad); había redactado una proclama que llamaba a sabotear ese emprendimiento. Fue sobreseído en octubre: más de 500 firmantes (incluido François Hollande) reclamaron por sus derechos.
Ejercitó "oficios terrestres": albañil en Francia, voluntario en África, chofer humanitario en la guerra de la ex Yugoslavia. Y las asperezas de sus manos son resabios de la industria metalúrgica: hasta 1980 fue operario de la Fiat.
Ese itinerario del napolitano, que en mayo cumplirá 66 años, explica, en parte, su tardío vuelco al oficio de escritor, que luego depararía una producción rica e inclasificable, de un tenor nostálgico y áspero a la vez: novelas (Montedidio, Tres caballos), relatos breves, poesía, teatro. Podría hacer suya la frase de Piglia en los Diarios?, cuando su alter ego Renzi reconoce que "nunca podría escribir un relato que no tuviera en el fondo una experiencia propia". Erri De Luca estará en Buenos Aires a mediados de este mes, invitado por la Untref. Antes de su viaje, la nacion lo entrevistó telefónicamente. Contesta desde su casa de los alrededores de Roma.
-En su primera novela (Akal, 2000), usted declara haber ejercido "el oficio más antiguo del mundo". ¿Hay intención irónica en esa frase?
-Se dice que el de las prostitutas es el oficio más antiguo. Pero para el género masculino, en cambio, es el del obrero, que vende su fuerza de trabajo a cambio de salario. He ejercido largamente ese oficio y no puedo permitirme ninguna ironía.
-Algunas de sus novelas y cuentos tienen algo de las evocaciones juveniles de Vasco Pratolini. Más aún, en Los peces no cierran los ojos (Seix Barral, 2012), el padre del narrador regala a la madre una de las novelas de los años 50 de ese escritor toscano. ¿Puede ser que aquellos romanzi popolari de pre y posguerra hayan influenciado el estilo de narrar de Erri De Luca?
-Han tenido influencia en mi estilo de lector, me han hecho conocer la juventud de aquellos que llegaron antes que yo. Como escritor, ignoro la parte de mí mismo que lee libros. Leo las historias como lector y no como colega del autor. Cuando leo me disocio completamente de mi parte de escritor, así como me disocio del yo lector cuando escribo. De esto se deduce que soy bastante disociado.
-Usted comenzó a publicar alrededor de los cuarenta años. Esa decisión (no precisamente precoz) de convertirse en escritor, ¿fue un acto deliberado?
-Fue un hecho casual. Una amiga, de quien yo era vecino, fue nombrada secretaria en la Editorial Feltrinelli. Llevó allí un fajo de hojas mías para leerlas y me citó para ofrecerme publicarlas. Ese debut no cambió mis actividades: continué trabajando como obrero durante otros siete años, mientras iba publicando algún que otro libro. No enviaba textos a editoriales; no creía que pudieran interesar relatos de asuntos personales.
-¿Suele elegir los asuntos de sus ficciones o son los asuntos, al acecho, los que lo asaltan inesperadamente?
-Son recuerdos que surgen de improviso. No soy el propietario de mi memoria, no puedo elegir los recuerdos. Cuando aparece uno, me gusta tanto que lo escribo para hacerlo durar más. No soy un autor que inventa tramas y personajes; soy un redactor de historias vividas, ya ocurridas y referidas a un yo narrador que está involucrado en el asunto y que lo ve desde su módico punto de vista. Soy un tipo que va detrás de la vida ya cumplida a recoger los frutos después de la siega.
-Resulta notorio que usted y su obra gustan mucho a los franceses: le entregaron el Premio France Culture por Aceto, arcobaleno, el Premio Laure Bataillon por Tre cavalli y otras distinciones. Incluso fue convocado a formar parte de aquel jurado del Festival de Cannes de 2003 que presidía Patrice Chéreau. ¿Cómo nace ese fuerte vínculo con la cultura de Francia?
-Proviene de una notable traducción que me convirtió en un "escritor francés adjunto". Por eso sospecho que la traducción al francés ha de ser mejor que mi original italiano. En Francia fui acogido primero como obrero, luego como escritor y después, más recientemente, me defendieron más que en Italia en un proceso que incriminaba a mis palabras como respaldo a una lucha popular. Este proceso acabó con mi absolución gracias a una fuerte presencia de la prensa extranjera y de la opinión pública internacional. Tengo muchos motivos de agradecimiento hacia Francia.
-Usted hizo la traducción de La voix humaine de Jean Cocteau para el film de Edoardo Ponti (Voce umana, 2014, exhibido en Buenos Aires en el Instituto Italiano de Cultura) no al italiano sino al napolitano. ¿El texto resultó así más afín a la sensibilidad de Sophia Loren, una actriz -por lo demás- profundamente napolitana?
-La señora Loren quería interpretar ese rol gigantesco concebido por Cocteau. Su hijo, Edoardo, realizador del film, me encargó una traducción y un guión. Me tomé la libertad de ambientarlo en Nápoles, en medio de muchas otras voces humanas. El napolitano, como lengua, era obligatorio, le permitió a la señora Loren ser la mujer del teléfono, no sólo interpretarla. Y pudo ser ella misma gracias al napolitano.
-En los tiempos en que trabajaba como obrero, ¿lograba disponer de tiempo y de un estado de ánimo adecuado para escribir poesía o narrativa?
Sí. La escritura era mi tiempo "salvado" en la jornada vendida a cambio de trabajo. Era mi resistencia a la usura de las fuerzas. Era un orgulloso empecinamiento y mi felicidad. La escritura me permitió ser un buen obrero, riguroso y constante, que se reactivaba gracias a un poderoso divertimento. Era una pequeña fracción del día; bastaba media hora y me sentía justificado. Así se entiende que la escritura me haya proporcionado la mejor compañía y haya podido sustituir todas las carencias. De ahí que no puedo usar el verbo "trabajar" aplicado a la escritura que yo practico. Es el perfecto opuesto del trabajo.
-¿Qué autores extranjeros lo han impresionado en los últimos tiempos?
He leído a Meir Shalev, Mario Vargas Llosa, Marina Tsvetáieva.
-Y entre sus compatriotas, clásicos o contemporáneos, ¿quiénes son sus preferidos?
La poesía de Giuseppe Giusti (siglo XIX), la de Cesare Pavese (siglo XX), la de Roberta Dapunt, de este siglo.
-¿Qué está leyendo ahora?
-El loco del zar, una historia del escritor estonio Jaan Kross.
-¿Piensa que en la Italia de hoy los escritores son valorados como merecen?
-Me parece que sí; los escritores son una categoría irrelevante, desde el punto de vista comercial, político, deportivo y sanitario.
-¿Hasta qué etapa de su vida tuvo una militancia política regular y cómo sobrellevó la simultaneidad de la política con el oficio de escritor?
-Fui militante de tiempo completo desde 1970 hasta 1976 en una organización que se llamaba Lotta Continua (Lucha permanente), que se disolvió a fin de aquel año. A partir de entonces arrancó mi vida de obrero. La escritura me acompañó desde que era muchacho y siguió acompañándome en todas las circunstancias. Incluso en el compromiso colectivo tuve necesidad de un cierto aislamiento. Desde 1976 en adelante mi vida política no está referida a la pertenencia a una comunidad sino sólo a mi compromiso personal de ciudadano implicado en las luchas civiles.
-La protesta de los NO TAV y su resistencia a la construcción de la línea ferroviaria Turín-Lyon (y a las consecuentes perforaciones de las montañas), ¿se desarrolló como una acción ecologista? Y su peripecia judicial, ¿podría derivar en asunto literario?
-No diría que fue ecologista. La defensa de ese valle [Val di Susa, en la provincia de Turín, Piemonte] no es por la conservación de su paisaje, porque eso ya está atravesado por grandes infraestructuras ferroviarias y de autopistas. Se lo defiende porque las montañas que pretenden perforar están llenas de amianto, cuya fibra, al dispersarse en el ambiente, envenena la salud, el aire, el agua y las tierras de sus suelos. Se preservan en legítima defensa, porque no existe un valle de repuesto al que se podría deportar a los habitantes, como a indios en una reserva. Estuve de acuerdo con las razones que argumentaban y con sus posibilidades de resistir. Me incriminaron en el delito de instigación por mi convicción de sostener esa postura. Fui absuelto en virtud de que "el hecho no subsiste", porque la libertad de palabra de un ciudadano todavía prevalece por encima de la voluntad de censura judicial. En mi defensa escribí un librito, La parola contraria, publicado simultáneamente por mis editores italianos, españoles, franceses y alemanes. Ya está; no volveré a hablar de eso. El proceso me ha tenido ocupado durante dos años: quiero olvidarlo.
-A causa de la inmigración, el vínculo cultural entre la Argentina e Italia es un fenómeno de inusual intensidad. Algunos se mantienen; en la música, por ejemplo (el tango en Italia, las canciones italianas aquí), o en el cine (la Argentina fue el principal mercado del cine italiano en el mundo) y, en lo popular, ni hablar del fervor futbolístico. ¿Qué pasa en el campo literario? Aquí se traducen narradores actuales como Baricco, Melania Mazzuco, Ammaniti, Paolo Giordano? ¿Cómo ve la presencia literaria y cultural de la Argentina en Italia?
-He leído a Borges y, a través de él, a Macedonio Fernández y a Bioy Casares; más tarde, a Osvaldo Soriano. El tango sigue siendo, para mí, la máxima expresión del baile, que admiro como espectador inerte: jamás entré a una pista de baile ni a una discoteca, y de esta manera ignoro como "analfabeto" la más antigua y gentil forma de cortejar. La Argentina para mí es más la Patagonia que el Aconcagua, es Plaza de Mayo, el inmenso Río de la Plata y los duelos por una generación de mis coetáneos, a los que hicieron desaparecer. Y el último tramo de la Tierra del sur, antes de la Antártida. Hoy es, también, la patria del primer papa meridional de la historia. Todas estas cosas juntas (y otras que evito para no caer en las "listas") me producen el efecto de un viento que me hace llenar los pulmones, cerrar los ojos y soltar un suspiro con el nombre de Argentina.
Biografía
Enrico (Erri) De Luca nació en Nápoles en 1950. El sobrenombre viene de su tío Harry (en la fonética italiana no existe la "h" aspirada). Narrador, poeta y traductor; su novela El día antes de la felicidad (Siruela) encabezó en su país la lista de libros más vendidos. Como cantautor, realiza giras con su sobrina Aurora.
Por qué lo entrevistamos
Porque es aún un escritor poco conocido en la Argentina, que hace confluir la literatura y la experiencia social