Erradiquemos el resentimiento para sanar como sociedad
Hace años que, en nuestro país y en cada argentino, se incorporó el más dañino de los sentimientos: el resentimiento, el cual comenzó a generar divisiones y enfrentamientos ajenos a nuestra cultura política. Lentamente eso fue carcomiendo la convivencia, el mérito del esfuerzo y, sobre todo, fue destruyendo la esperanza de los argentinos.
A su vez, este resentimiento vino acompañado de un discurso populista, de relatos carentes de gestos ejemplares y fue instalándose a la par de injustos privilegios y vedadas persecuciones ideológicas.
Casi sin darnos cuenta el otro pasó de ser nuestro compatriota a uno de los “otros”. La peligrosa dicotomía “ellos” y “nosotros” se apoderó de nuestra vida pública. Apareció la retórica de los malos y los buenos, junto con el adoctrinamiento desde la infancia, que trajo aparejada una subversión de valores a todo nivel social.
La patria parece pertenecer ahora a quienes hablan de igualdad, creando dependencias lastimosas, comprando voluntades y aprovechando necesidades básicas insatisfechas. Por otra parte, se busca relativizar la corrupción presente en el Estado con discursos de persecución ideológica.
Los trabajadores, los emprendedores, la gente de bien que, con el valor de la palabra y honestidad, pretenden crecer, progresar, ahora se han vuelto gente de segunda. Mientras que los vivos, los deshonestos, aquellos capaces de abusar de su poder para realizar conductas reprochables se autodenominan buena gente. Así estamos, sumidos en una división casi irreconciliable.
Nuestra bandera ya no nos representa a todos. El resentimiento es el origen de un odio irracional que justifica cualquier cosa.
Debemos erradicar esta enfermedad endémica y volver a elevar nuestros valores y nuestra cultura. Es lo que nos identifica como pueblo y nos hace únicos. La tenacidad, el esfuerzo, la paz y, sobre todo, la libertad siempre fueron parte de nuestro ADN. Debemos recuperar al solidario o al amiguero que quiere ser digno de su propia vida y bienestar y tenemos que recordar el respeto por el derecho del otro, además de poder convivir en paz con quienes piensan distinto.
Dejemos de estigmatizar. Robar es un delito. Abusar del más necesitado, sometiéndolo, no es ético. No respetar el equilibrio de poderes no es republicano. Adoctrinar no es educar. La propiedad privada es inviolable y es un derecho esencial. La igualdad ante la ley debe ser ejemplar, sobre todo, desde el poder público.
El resentimiento nos enfermó gravemente. Pero estamos a tiempo de sanar. Reaccionemos a tiempo como sociedad, confiando y eligiendo el liderazgo que conduce con el ejemplo ético hacia el futuro, sin tolerar relatos resentidos contra el que piense distinto.
Dirigente del Pro