Erich Kleiber, un director ejemplar
Por Cecilia Scalisi Para LA NACION
BERLIN
Fue una ironía del destino que Erich Kleiber, uno de los más sobresalientes directores del repertorio mozartiano de su tiempo, falleciera exactamente el día en que se conmemoraba el segundo centenario del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart. El 27 de enero de 1956, mientras Salzburgo celebraba el natalicio de su hijo pródigo, Kleiber moría, solo e inesperadamente, en la habitación del lujoso hotel Dolder de Zürich. Con él moría también una leyenda de la dirección orquestal.
Hoy, cincuenta años más tarde, ambos aniversarios vuelven a encontrarse.
¿Pero quién fue aquel hombre pequeño y adusto, de mirada penetrante y gestos napoleónicos que, con apenas 33 años, llegó a uno de los puestos musicales más codiciados de Europa, el de director artístico de la Deutsche Staatsoper de Berlín? En ese cargo permaneció durante doce años, revolucionando la escena musical de la ciudad. Desde 1923 hasta 1935, cuando, por principios, renunció “en defensa de la libertad de la música” (no era judío ni comunista, ni su vida corría el peligro de la de otros colegas como Otto Klemperer o Bruno Walter), se alejó de la Alemania de Hitler y emigró voluntariamente a la Argentina, donde adoptó la ciudadanía luego de renunciar también a la ciudadanía austríaca tras el plebiscito con el que se anexó al Tercer Reich.
En 1934, en ocasión de uno de los más escandalosos episodios de la época, el resonado caso Hindemith, Kleiber presentó su renuncia indeclinable al cargo de la Staatsoper y ofreció su último concierto, presentando, en una declaración de sus principios, una obra en estreno mundial de un compositor también prohibido: la suite sinfónica de Lulú, de Alban Berg.
Los intentos por parte de políticos de alto rango nunca lograron revertir la decisión de Kleiber, que, alejado definitivamente, eligió radicarse en la Argentina, país que frecuentaba como director invitado desde 1926 y al que, además, lo unían particulares lazos afectivos, pues allí había conocido a su mujer, Ruth, a quien le había propuesto matrimonio en la primera cita, durante un almuerzo en el grill del hotel Plaza.
Desde entonces, y también durante doce años, como en Berlín, Kleiber actuó como director musical de la así llamada temporada alemana del Teatro Colón.
Recién en los años 50 Kleiber regresó a Alemania, a su antiguo puesto de la por entonces en ruinas Deutsche Staatsoper, ubicada, para esa época, en el sector ruso de la dividida Berlín. Pero una vez más intuyendo el inicio de otra dictadura, su implacable integridad lo llevó a otra renuncia en defensa de la libertad, puesta en alarma ante el primer signo de intromisión política, ahora por parte del gobierno comunista. Participó de los proyectos de reconstrucción, pero para 1955, fecha de la reapertura de la ópera, ya se había alejado nuevamente.
Como director, Erich Kleiber fue un pionero de la modernidad, un universalista con visión de futuro, identificado con la tradición de Mahler y Toscanini de la más auténtica fidelidad al texto. Fue un perfeccionista y un visionario, un artista de inusual coraje ético y compromiso con los tiempos difíciles que le tocaron vivir.
Al cumplirse los 50 años de la desaparición de Erich Kleiber, Daniel Barenboim, director de orquesta al que lo unen ciertas similitudes –también argentino, director musical del mismo teatro y orquesta (la Staatsoper y su Staatskapelle), dotado de genialidad y comprometido con las circunstancias históricas de su tiempo–, rindió su merecido homenaje con dos conciertos sinfónicos dedicados a su memoria, en la Konzerthaus y en la Filarmónica de Berlín. En ambos casos, con un programa oportunamente mozartiano.