Eric Sadin: "El modelo impuesto por Silicon Valley se ha convertido en norma y es peligroso"
Una mamá recibe por WhatsApp la ubicación en tiempo real que su hijo adolescente le comparte mientras viaja por una ruta argentina. Sin salir del sillón de su oficina, Google Maps no solo le permite chequear la hora de llegada a destino sino también en qué estación de servicio paró a almorzar. Mientras, recibe una oferta de cosméticos porque un algoritmo arroja resultados que concluyen que ella puede ser una posible consumidora de cremas antiedad. Una escena entre muchas que pueden presentarse a diario para cualquier usuario de dispositivos inteligentes que ofrecen un abanico de servicios personalizados en respuesta a las huellas que dejamos en las aplicaciones que utilizamos. La promesa de un mundo perfecto, que se adelanta a las necesidades de las personas y promete satisfacerlas con un toque dactilar en la pantalla.
En San Francisco -aquel territorio al que había que llegar con flores en la cabeza según aquella canción de Scott McKenzie popularizada en los años del flower power- está Silicon Valley. Centro neurálgico de la proliferación de las tecnologías digitales y cibernéticas, que encarna el más acabado triunfo industrial de nuestra época. A esa zona de California del norte hoy hay que llegar, más que con flores, con ideas en la cabeza, ya que se transformó en cuna de empresas start-up y think tanks.
Allí se agigantan Google, Apple, Facebook, Netflix, Amazon, Yahoo!? empresas que prometen mejorar hasta la perfección la vida cotidiana y que levantan su negocio a partir del acompañamiento algorítmico de la vida. Eric Sadin (1972), uno de los más celebrados filósofos franceses contemporáneos entre los que estudian la relación entre tecnología y sociedad, mira este fenómeno con una visión muy crítica. Y describe un espíritu en vías de colonizar el mundo en su ensayo La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital. Una penetración del capitalismo sin precedente histórico llevada adelante por los tecnoemprendedores, pero también por otros actores, como las universidades, y por una clase política que incentiva la edificación de valleys por el mundo bajo la forma de ecosistemas digitales. No hay cuestionamientos a este modelo que se impone. Se trata de una celebración acrítica a la que Sadin llama "tecnoliberalismo".
Además de La silicolonización del mundo, Sadin cuenta con un libro anterior titulado La humanidad aumentada, donde analiza la duplicación de nuestras existencias en increíbles masas de datos digitales.
¿Cómo se ubican los países emergentes en este nuevo modelo que describe en su libro?
Los países emergentes también quieren ser los nuevos Silicon Valley. Llamo "silicolonización del mundo" a lo que es más que un modelo económico; es un modelo civilizatorio que se generaliza y se impone en todos los países. Se trata de un modelo inspirado a partir del éxito de algunas de las start up, la economía de los datos y las plataformas que tienen por objetivo recabar información de los individuos y proponerles de forma constante servicios y productos supuestamente adaptados a todas sus necesidades. Es la mercantilización de la vida cotidiana. Esto se ve en cómo utilizan nuestros datos las aplicaciones, por ejemplo en los programas de asistencia personalizada tipo Siri, capaces de adaptarse con el paso del tiempo a las preferencias individuales de cada usuario personalizando las búsquedas online hasta la realización de tareas como reservar mesa en un restaurante o pedir un taxi. También se ve en cómo los buscadores dan "consejos" o "sugerencias" de compra a las personas, hasta la proliferación de autos sin piloto. Pero hay otras decisiones más preocupantes que se toman de esta manera. Por ejemplo, en el ámbito de la Justicia. Yo menciono algunos casos en mi libro, donde personas son condenadas por jueces que evaluaron los casos usando datos y algoritmos. O cómo la medicina diagnostica y medica a partir de estas estadísticas digitales. Es un modelo impuesto por Silicon Valley, que se ha convertido en norma mundial y es peligroso. Porque más allá de ser un modelo económico es un modelo civilizatorio basado en la mercantilización de toda la vida y la organización algorítmica de nuestra existencia, que además responde a intereses de corporaciones.
¿Cuáles son las responsabilidades que caben ante el avance de este tecnoliberalismo?
En esta economía -bien lo sabemos- hay grupos enormes que se conformaron estos últimos años. Pensemos en Google, Apple, Amazon, Netflix, pero ya no solo en Estados Unidos. Tenemos en China a Alibaba, por citar solo un ejemplo; la lista es larguísima. El objetivo de las grandes economías del mundo es ocupar el mercado de lo que llamo "la industria de la vida". Tienen ambiciones inconmensurables. Hay dos grandes objetivos de estas empresas. Por un lado, el de organizar la vida de las personas y, por el otro, la ambición de las start-up de igualar el poderío de las grandes industrias. Dicho esto en las democracias sociales, se entiende la economía de los datos como una gran oportunidad de democratización donde "todo el mundo puede tener acceso". Lo ven como una "promesa", ya sea para los jóvenes desempleados que van a poder trabajar en las empresas en sus plataformas, o para los graduados sin empleo, que pueden fundar nuevas start-up. Y todo se celebra sin tener en cuenta las consecuencias que una penetración así va a tener en la civilización, en el modo en que esto puede debilitar a las democracias. Por el contrario, se piensa como una situación en la que "todos ganan". Hay una suerte de consenso tecnoliberal que no nota las fracturas que significan en diferentes niveles unas plataformas que hacen tomar decisiones a las personas; no notan los juegos de poder que hay en empresas supuestamente horizontales en las que, sin embargo, la estructura piramidal sigue existiendo. Tampoco se notan el impacto entre individuos que son objeto de mercantilización constante. Hay una mirada acrítica que mira esto como si fuera a resolver nuestras vidas. No se ven las dificultades.
¿De qué manera en Silicon Valley se retoma el espíritu contracultural del San Francisco de los años 60?
Hay una tradición de contracultura en California del Norte, específicamente en San Francisco, recuperada por el tecnoliberalismo. Hoy en día el nombre de la contracultura es la disrupción. Pasamos de contracultura a disrupción. Ellos se siguen considerando contraculturales: hoy son los tecnoliberales quienes se dedican a una iconoclasia, a destruir lo existente para generar nuevas estructuras reactivas que corresponden a la velocidad de nuestros tiempos. Existe una ficción, una fábula de esta contracultura. Cuando hablo de la "silicolonización" no lo hago por accidente. Es que, al contrario de la colonización histórica, a esta colonización no la imponen las grandes potencias sino que son las personas las que quieren adoptar este modelo. ¡Es una autocolonización! Que, además, supone que el modelo de la economía de datos es insuperable. Y que propone la mercantilización de toda la vida: la balanza conectada, la aplicación que mide los pasos que caminé en el día, que hasta mide el sudor y el ritmo cardíaco cuando estamos en situación de estrés, u ofrece el coche con piloto automático. Te ofrece que te digan todo el tiempo dónde podés ir, qué podés aprovechar para comprar, qué podés hacer? todas las posibilidades humanas. Este modelo se celebra. Se festeja. Todas las metrópolis del mundo quieren adoptarlo. En su momento, hice una investigación en diversas regiones. Por ejemplo, en América Latina observé lo que ocurría en San Pablo, Buenos Aires, Santiago de Chile? ¡todas estas ciudades quieren ser la nueva Silicon Valley! En Estados Unidos también ocurre: Miami, Nueva York? Ni hablar de lo que ocurre en las ciudades de Oriente. En Israel, por otra parte, ya se habla de la "nueva Silicon Valley".
¿La inteligencia artificial pretende erradicar la duda, por ende el desasosiego?
Es justamente eso lo que caracteriza la inteligencia artificial en este momento. La informática ya no solo sirve para archivar, clasificar la información y hacer un índice. Es decir, controlar la información. Ahora tiene otra capacidad, que es la de la interpretación, y esto supone que sea capaz de decirnos "la verdad" de un fenómeno. Por ejemplo, "vaya a tal zapatería porque lo que ofrece le va a gustar. Corresponde a su gusto". O "compre tal dispositivo". Esto se aplica también a otros espacios y sectores conectados de las metrópolis. Por ejemplo, los bancos que utilizan estos recursos para evaluar la solicitud de los clientes para acceder a un préstamo, el modo en que se establecen las tarifas de los seguros, o la manera en que la Justicia evalúa penalmente a alguien; en el caso de la medicina y la farmacéutica también se observa el impacto de este modelo, con sistemas que diagnostican cada vez más. Cada vez más se imponen estos sistemas que nos dictan la verdad de las cosas y nos llaman a actuar. Pero hay intereses económicos soslayados. Existe la voluntad general de brindar seguridad a una situación, optimizar la cosa y llevar a la sociedad a una fase totalmente utilitarista, donde no existan las dudas sobre lo que haya que hacer. Se apunta a erradicar la duda.
Usted menciona el "derecho de rechazar protocolos que son una afrenta a la integridad, a la dignidad" como una táctica de resistencia.
Lo que caracteriza en gran medida y cada vez más a las tecnologías digitales y a la inteligencia artificial es que tienen una capacidad de pericia. Una capacidad de describir la realidad que nos despoja de la autonomía de juicio, de la posibilidad de evaluar las cosas sin presión constante; nos despoja de la posibilidad de decidir libremente desde lo colectivo. Porque se busca que sean los sistemas los que organicen las cosas de una manera automática, impersonal. Esto tiene una dimensión que afecta la política. Compete al ciudadano defender lo político más allá de la vida privada y los datos personales. Debemos preocuparnos por el derecho de decidir libremente y hacer valer nuestra capacidad de decidir. Debemos rechazar ciertos protocolos si queremos conservar lo que caracteriza a nuestra civilización: la capacidad de decidir libremente. Rechazar individualmente está bien, pero es mejor cuando se hace de forma colectiva. Yo llamo a una movilización social, colectiva, no solo sobre la utilización de datos privados: eso es una especie de cliché porque todos pensamos en nuestra pequeña vida. Tenemos que ser conscientes de que se está preparando la agonía de lo político a favor de una automatización que sirve a intereses privados. Si protegemos los datos personales, está bien, pero espero y llamo a algo más, a promover una responsabilidad colectiva frente a este fenómeno.
¿Cuál es la responsabilidad de la clase política?
Fundamental. ¡Las socialdemocracias están fascinadas organizando la agonía de lo político! Creen que, por un lado, puede haber un avance social y un apoyo constante a la lógica liberal y, por el otro, puede haber democracia. Este compromiso que vemos que en realidad solo apoya a las economías liberales y las hace prosperar. Hay un patrimonio filosófico ideológico que sostiene que lo político debe preocuparse por la buena administración de las cosas. En realidad ese liberalismo social solo se preocupa por privilegiar la gestión de las cosas cada vez más automatizadas que buscan supuestamente el crecimiento económico pero que organizan la pérdida de lo político. Además del autoritarismo que se está propagando. Esto abre la puerta a los regímenes autoritarios ante la negación de lo político. Es mucha responsabilidad la de renovar el imperativo democrático. La pluralidad, la contradicción, el debate y dejar espacio, margen, y no soñar con un mundo perfecto, dejar espacio para que las cosas sucedan. El tecnoliberalismo y los regímenes autoritarios venden una visión de un mundo perfecto. Una visión higienista de las cosas que rechaza un mínimo defecto en pro de una gestión perfecta de la vida individual y colectiva y esto lo aplaude el mundo entero. Y esta es la silicolonizacion del mundo que yo denuncio. Llamemos a la celebración de la divergencia, siempre en el marco de las reglas comunes.
Biografía
Eric Sadin nació en París, en 1973. Estudió filosofía y es uno de los pensadores más críticos de los efectos de la digitalización en la vida cotidiana, sobre todo en relación con los poderes de decisión del individuo. Sus libros más recientes son La humanidad aumentada y La siliconización del mundo.