Entre Rousseau y Voltaire
Por Natalio R. Botana Para La Nación
LA historia de la teoría política está plagada de contrapuntos. En el capítulo XV de El contrato social , apasionado por la democracia directa, Rousseau condenó el régimen representativo, afirmando que el pueblo inglés sólo era libre en el momento de elegir el Parlamento. Luego volvía a la esclavitud de una existencia pública opaca, sin la virtud que depara el ejercicio activo de la ciudadanía.
Una admonición semejante, poco atenta a los matices reales de la vida, era presa fácil para la ironía de Voltaire: "¿Querría él -comentó al pasar- que tres millones de ciudadanos vinieran a hacerse oír en Westminster?" Tras el delicado estilo de la pregunta se escondía el implacable argumento del sentido común.
Estos temas se discutieron en el siglo XVIII, cuando el mundo occidental no había entrado aún en la era democrática. En aquel entonces, los comicios estaban separados por largos intervalos, y en ellos intervenía, entre abundantes corruptelas, una minúscula parte de la población. Esas prácticas comenzaron a cambiar por obra de la Constitución norteamericana, que hacia 1787 introdujo la norma de las elecciones intermedias. Si el presidente era elegido cada cuatro años, la Cámara de Representantes y el tercio del Senado se renovaban cada dos.
Estas reglas, inalterables durante más de dos siglos, promovieron una innovación de fuste pues, a medida que se ampliaba la participación electoral, los comicios intermedios convirtieron las democracias modernas en una forma de gobierno montada sobre elecciones permanentes. En el régimen federal de los Estados Unidos, esta modalidad se concentra cada dos años, momento en que las elecciones nacionales intermedias coinciden con los comicios provinciales y municipales.
Factores de inestabilidad
En los regímenes parlamentarios europeos, las elecciones intermedias no renuevan una parte de la asamblea legislativa, sino que tienen un carácter regional y municipal. En nuestro país, hemos exacerbado al máximo el dinamismo del régimen federal propio de los Estados Unidos, desconcentrando los tiempos en que se eligen autoridades nacionales y provinciales. De resultas de ello, los argentinos votamos casi todos los años hasta llegar, el año pasado, a ejercer el sufragio en forma escalonada, a través de diversos comicios provinciales, durante los doce meses.
En principio, estas experiencias podrían satisfacer la vocación participacionista de Rousseau: ¿qué mejor método para hacer más democrática una república que convocar libremente al pueblo en todo tiempo y lugar? Bellos propósitos que, sin embargo, deben pasar por el tamiz de una lectura histórica de la política comparada, a la que Voltaire era tan atento.
Si nos atenemos a noticias recientes, podemos advertir que las elecciones intermedias pueden desencadenar una crisis de proporciones. Hace pocos días, en los comicios regionales de Italia, fue derrotada la coalición gobernante de centroizquierda, lo que provocó la renuncia del líder de la mayoría parlamentaria, Massimo D`Alema, y su reemplazo por Giuliano Amato. Las elecciones regionales intermedias en Italia se transformaron, pues, en un factor de inestabilidad.
Dramáticas opciones
Esto se debe, en parte, a que el dinamismo actual de las democracias, realimentado por la omnipotente presencia de la televisión, transforma comicios en principio circunscriptos a cuestiones locales en críticas elecciones nacionales. Más allá de las necesidades propias de cada región o municipio, se vota a favor o en contra del gobierno en funciones. Esta "nacionalización" de las elecciones locales afecta la gobernabilidad de la democracia y hace más dramáticas las opciones.
Las elecciones que tendrán lugar el domingo próximo en la ciudad de Buenos Aires son un ejemplo de lo dicho. Mal ubicadas en el tiempo, cinco meses después del comienzo de un período presidencial, su resultado habrá de medirse en términos de apoyo que recibiría el gobierno nacional. Un triunfo de la Alianza en primera vuelta significaría un rotundo espaldarazo a la gestión del Presidente; la victoria de la coalición opositora provocaría una emergencia tal vez comparable a la italiana, y la hipótesis de una segunda vuelta podría abrir un paréntesis más o menos incierto según la distancia que se trace entre Aníbal Ibarra y Domingo Cavallo.
El triunfo de la Alianza daría entonces aire al Gobierno. Pero esto, aunque importante en el corto plazo para el oficialismo, no toca el fondo de la cuestión. Poco se ha hecho en la ciudad de Buenos Aires en materia de reforma política, la lista sábana sigue intacta y las prácticas electorales han desnaturalizado la ley de financiamiento de las campañas electorales (las coaliciones suman los aportes de sus partidos, con lo que generan, para una fórmula, cifras superiores a las previstas).
En gran medida, estos comicios locales son un espejo más pequeño de prácticas generalizadas. Han alentado el desarrollo del régimen representativo, aunque todavía siga pendiente el reclamo de obtener transparencia financiera y una relación mucho más próxima entre el elector y su representante. c La Nación