Entre logros y odios
En un tiempo mucho más corto que el esperado por los opositores, y en un devenir absolutamente opuesto al imaginado por los oficialistas, un apoyo electoral que impulsó al orgullo al Gobierno se revierte en un camino sin rumbo que genera temor.
Un apoyo mayoritario que buscaba la grandeza y la pacificación de los gobernantes fue mal leído por sus destinatarios, y en un absurdo intento del "vamos por todo" lograron saturar la paciencia de quienes los votaron con la sencilla esperanza de que "gobiernen con todos". Las dos miradas que imperaron durante décadas de historia se volvieron a enfrentar en medio de un revisionismo folklórico decidido a imponer el pensamiento único.
El Perón del "cinco por uno" había sido enterrado en el abrazo con Balbín, y resulta absurdo y triste que una sociedad que avanzó sobre sus propias guerras no sea capaz de asumir que la síntesis final es la superación necesaria. Como si la Europa de la unidad intentara revivir los fantasmas nefastos de su confrontación.
Si uno llega con dolor y con sangre a cierto lugar de la sabiduría, sólo la falta de equilibrio psicológico lo puede retrotraer al lugar de su propia impotencia. Más del 50% de los votos constituían un argumento basal de la unidad de los argentinos, lo opuesto a la unificación del pensamiento de los votantes.
Pareciera que se apoyó masivamente el gobernar para todos y con todos, y que la Presidenta, en una lectura equivocada, se decidió a imponer su propio pensamiento sobre la necesaria diversidad. Como si cada línea de nuestras pobres corrientes ideológicas imaginara su triunfo definitivo en la eliminación del resto, en la dominación y la rendición de sus oponentes.
Y ese error de lectura del resultado electoral impidió lo esencial, que era asumir que algunos rumbos del Gobierno eran errados, e intentar su corrección. En consecuencia, las necesarias mejoras de un proyecto con más de improvisado que de pensado se fueron disfrazando con el pomposo nombre de "sintonía fina".
Así las cosas, la Presidenta nos atiborró con sus discursos, y con un resultado opuesto al de sus sueños: en el intento de ir por todos debió tomar conciencia de que en lugar de seducir opositores, se arriesgaba a perder seguidores. En el amplio espacio de sus críticos, volvió a imperar el amargo sabor de la venganza, y la caterva de denuncias sin rumbo ni sentido develaron que además de tener razón también resulta imprescindible superar los odios elaborando una salida.
Resulta tan absurdo que el Gobierno intente ir por todos cuando necesita revisar su rumbo, como que una dispersa oposición elija el camino de demoler según sus rencores, sin ser capaz de proponer según sus ideas.
Ni quienes gobiernan son los dueños de una verdad revelada que nos guíe a la salida del laberinto, ni quienes se le oponen han logrado hasta el momento demostrar que ellos sí son capaces de superar tanta frustración. Y es allí donde se vuelve a instalar el nudo gordiano de nuestra vida política: eliminar al que opina distinto o ser capaz de encontrar, juntos, el borroso sendero de las coincidencias.
Instalaron el revisionismo oficialista en el intento de darle al pasado un tono monocorde que tranquilice la pobreza de sus miradas. La consecuencia lógica de semejante absurdo es la de imponerle al presente la monotonía del discurso presidencial. La unidad de la integración, sustituida por la unidad de la imposición.
No son muchas voces las que forjan el mosaico del pensamiento, sino que es una sola persona la que aplasta sin piedad los matices disidentes. En lugar del Perón del 73, retornamos a los odios del 55. En lugar de elegir la paz en democracia, actuamos como si estuviéramos en guerra. No es que no podamos superar este atrasado debate, sino que vivimos empantanados en la ilusión de sucesivas minorías de convertirse en la única visión con vigencia. Cada vez que uno de nuestros acotados pensamientos se cree vencedor definitivo, es tan sólo que ha encontrado el rumbo de pasar a mejor vida.
Personalmente, suelo insistir en que nada tenemos digno de rescatar del largo gobierno de los años 90, y quiero también reivindicar un conjunto de logros del actual ciclo histórico. Lo hago con la convicción de que los mismos ya están en la conciencia de la mayoría; de que son sin duda la razón del 54% de los votos, y de que quien intente superar las limitaciones del presente debe tener una conciencia clara de los aciertos y errores del pasado.
La crisis de la política nacional es tanto el fruto del sectarismo del Gobierno como resultado de que muchos creyeron que demoler era lo mismo que proponer.
Construir una alternativa política puede tener su origen en el acierto de la crítica, pero cuando se nace en esos rencores suele ser complicado y a veces imposible ocupar el lugar de la esperanza.
No abundan los hombres que se enamoren de la política sin caer en la tentación de acompañar esa vocación con un ascenso social que los separe de su origen.
La sociedad de consumo y sus lujos han terminado vulnerando el sueño de una sociedad más justa. Como si en un gesto de impotencia frente al desafío de que mejoremos todos, algunos se conformen con sus propios avances personales.
Demasiados son los que utilizaron los votos de un movimiento surgido entre los humildes para terminar habitando el selecto espacio de los triunfadores. La política terminó siendo una frustración para los votantes y un espacio de premios para algunos elegidos. Y lo que es peor, muchos enarbolan definiciones de supuestas izquierdas para disimular sus vidas de exitosas derechas.
Siempre recuerdo las palabras de un sabio profesor que nos decía: "Dirán que nuestros fracasos son el fruto de la corrupción; yo les aseguro que son el resultado de la ignorancia. Nuestros dirigentes son más limitados que corruptos".
Entramos en tiempos de dudas y temores, en situaciones que devuelven lo peor de nuestro pasado. Entonces, estamos obligados a asumir la experiencia y ser capaces de tomar el presente como un simple y complejo escalón hacia el futuro.
Ni los fanáticos defensores del Gobierno ni sus enardecidos opositores nos pueden guiar por el camino que necesitamos encontrar. Que los errores que ayer engendraron odio hoy enciendan voluntad de construcción, que los logros del Gobierno se conviertan en el espacio de encuentro entre el presente y sus sucesores, que sepamos que una administración que termina su ciclo necesita más de nuestra madurez que de nuestro mal humor.
La humildad y la sabiduría son las virtudes que necesitamos en mayor medida, como aquel Borges que decía no haber leído nada o aquel Perón convertido en un león herbívoro. Y aquel viejo adversario que fue a despedir al amigo.
No hay aciertos ni dueños de verdades que se puedan imponer al conjunto, ni quien tenga derecho a tirar la primera piedra. La unidad posible es la que sea capaz de respetar e integrar la riqueza de nuestra diversidad.
No hay enemigos, ni siquiera los que se intentan inventar desde los atalayas del Gobierno. Ni izquierdas y derechas que merezcan la pomposidad de esas definiciones. El futuro lo debemos transitar entre todos. Asumamos los aciertos del Gobierno, cada uno decidirá en qué medida, pero eso sí, entre todos extirpemos para siempre el defecto de su sectarismo.
Hay demasiada injusticia como para que alguien se sienta honrado en heredar el pasado, hay demasiado dolor para que alguno se crea con derecho a reivindicar el propio, hay demasiado por hacer para que a alguno se le ocurra no participar en el esfuerzo.
Y estamos tan cerca de lograrlo que vale la pena intentarlo. Si llegamos, entraremos en una etapa de la historia que no va a necesitar revisionistas.
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