Entre la huida a lo desconocido y la construcción de algo nuevo
Varios síntomas dispersos remiten a una suerte de escapismo que parece definir un rasgo saliente de esta época y que genera un enigma inquietante: ¿hacia dónde se huye?
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“Los argentinos huyen del peso”, repiten todos los economistas. Es un dato que describe el descalabro y la incertidumbre que atraviesan la economía. Pero tal vez esa afirmación nos conduzca a esta pregunta: ¿solo huyen del peso o también hay una huida de la política y hasta de la propia realidad? Varios síntomas dispersos remiten a una suerte de escapismo que parece definir un rasgo saliente de esta época, y que a la vez genera un enigma bien inquietante: ¿hacia dónde se huye?
En un país en el que la conversación pública siempre ha tenido hasta una sobredosis de política, hoy son cada vez más los que “no quieren saber nada”. Todas las encuestas registran un altísimo nivel de indiferencia, pero aún más: de evasión. “No quiero ni escuchar”, repiten encuestados de todas las edades. Es un fenómeno que, según algunos analistas, se acentuó mucho en el último año y medio. “Algo se quebró después de la pandemia; la gente pasó a sintonizar otra frecuencia; la política empezó a generar una mezcla de hartazgo y desinterés extremo”, apunta un dirigente que lee encuestas del derecho y del revés.
En un laboratorio de campaña le han prestado atención a un dato que parecería periférico y hasta, quizás, extrapolítico: son las planillas del rating televisivo. En el último año, el gran fenómeno de audiencia fue Gran Hermano, que alcanzó picos que se suponían imposibles en esta época de la televisión abierta. No es un formato que haya ofrecido algo desconocido ni tampoco novedoso, pero parece haber abierto una ventana para evadirse de la realidad y para meterse, aunque sea por un rato, en “una casa” que estaba a salvo de la inseguridad y de la escalada inflacionaria.
La opción de aislarse en una burbuja y desconectarse por un tiempo del mundo real quizá refleje, de un modo subliminal, el ánimo de muchos ciudadanos en este tiempo de crisis y desesperanza. Gran Hermano, como fenómeno social, más que televisivo, representa esa idea evasiva que atraviesa a muchas sociedades del mundo, pero que se expresa con especial fuerza en países como la Argentina, atrapados en una crisis circular que ha conducido a décadas de deterioro. “La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enojo, miedo y escapismo”, ha explicado el intelectual Noam Chomsky en una entrevista con El País.
Si en lugar de mirar las planillas de rating reparamos en las listas de best sellers, vemos que, en un año electoral, los libros estrictamente políticos han sido casi desplazados a un segundo plano. Desde hace varias semanas, en primer lugar figura El nudo, de Carlos Pagni, que si bien podría encuadrarse en la categoría de la literatura política, es mucho más que eso. Es una obra con perspectiva histórica y académica para comprender el problema del conurbano más allá de la política. Pero en el segundo, el tercero y el cuarto lugar del ranking de no ficción figuran libros muy alejados de la peripecia política: La Gioconda y Leonardo (Daniel López Rosetti), El poder de las palabras (Mariano Sigman) y Este dolor no es mío (Mark Wolynn), texto de autoayuda vinculado a la superación de traumas. En la Feria del Libro, los jóvenes se inclinan por la ciencia ficción y muchas editoriales detectan un renovado interés por las novelas de aventuras y también por la poesía. Este mapa, apenas superficial, podría sugerir algo auspicioso: la inclinación por otros temas e intereses en el radar de la conversación social. En los países “normales”, de hecho, la política no ocupa un lugar tan protagónico en la escena pública, donde otros asuntos –desde el arte hasta la ecología y el urbanismo– ocupan un espacio mucho más preponderante en la agenda colectiva. ¿Aquí debería leerse como un saludable síntoma de “normalidad” o habrá que interpretarlo, en cambio, como una inquietante señal de hartazgo y evasión?
En la Argentina de las últimas décadas, la política ha tendido a monopolizar la conversación en todos los órdenes. No parece haber sido la consecuencia de una mayor calidad cívica ni de una cultura democrática que estimulara un genuino interés por la “cosa pública”. Se ha parecido, en cambio, a una “politización en defensa propia”. Muchos ciudadanos –desde los productores agropecuarios hasta comerciantes, padres de alumnos y vecinos de a pie– han tenido que involucrarse y “politizarse” al ver que sus valores, sus garantías y sus derechos básicos se veían amenazados.
La realidad nos ha empujado ahora a una obsesión por el dólar, las tasas y los rebuscados vericuetos para intentar perder lo menos posible ante la inflación. Hasta los asalariados han tenido que aprender qué es el dólar MEP o el mercado de futuros. La Argentina es un país donde cualquier ciudadano medio se termina familiarizando con los nombres de funcionarios del FMI y donde los economistas son casi tan conocidos como las estrellas de fútbol. No es un rasgo de sofisticación informativa o cultural: protagonizan las noticias que se leen y se escuchan todos los días para intentar orientarnos en la jungla de inestabilidad e incertidumbre en la que se desarrolla nuestra vida cotidiana. ¿Cuántas energías y cuánto tiempo podrían volcarse a la creatividad y a la innovación si no tuviéramos que volvernos “expertos” en cotizaciones, cepos, dólares financieros, bonos y plazos fijos? Cualquier ahorrista o comerciante hoy pasa buena parte de su día lidiando con estas variables, en lugar de proyectar ideas o imaginar inversiones para crecer.
Esta necesidad de “politizarnos” o “economizarnos” en defensa propia parece convivir con un “escapismo” hacia lo desconocido. Es una huida que se expresa de maneras distintas, algunas más tangibles, otras más simbólicas. Un sector social la canaliza a través de la emigración. Irse del país aparece, en muchos casos, como un proyecto vinculado a la desesperanza y el escepticismo que inspira la Argentina. “Acá no hay futuro”, se escucha entre muchos jóvenes y parejas de mediana edad. Tal vez se minimicen las dificultades de un mundo que también está atravesado por crisis e incertidumbre, aunque en escalas y proporciones diferentes. Quizá se soslaye, también, el costo siempre alto y doloroso del desarraigo. Pero se impone la idea de “huir hacia adelante”. Es la misma sensación que explican algunas pautas de consumo: el pesimismo ante el futuro empuja a vivir el momento, a no postergar gratificaciones y a gastar lo que se tenga, antes de que los pesos se licúen por la inflación o los manotazos desesperados del Estado.
Esa huida empieza a cobrar forma como fenómeno político: ¿qué representa el crecimiento de Milei si no un salto hacia lo desconocido? ¿Qué significa la dolarización si no un concepto difuso que se asocia con el escape hacia otro lado?
Es un tiempo en el que los hechos y los argumentos pesan menos que los sentimientos y las sensaciones. Conviene volver a Chomsky: “La desilusión de las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos. Si no confías en nadie, por qué tienes que confiar en los hechos. Si nadie hace nada por mí, por qué he de creer en alguien”, se pregunta el lingüista y politólogo al analizar, a escala global, las nuevas corrientes del humor social.
Sin embargo, la confianza pública no parece definitivamente extinguida, sino orientada hacia lugares nuevos. No se confía en las estructuras tradicionales, pero un influencer como Santiago Maratea inspira la suficiente confianza como para liderar colectas millonarias. Puede parecer un caso aislado, pero expresa la necesidad de liderazgos alternativos.
En una maraña de angustia, inestabilidad y desesperanza, aparecen, entonces, interrogantes y oportunidades cruciales: ¿saltamos al vacío o construimos algo nuevo? Lo de Independiente nos muestra, en miniatura, que todavía hay vocación por salvar aquello que ha sido destruido. Son comprensibles el hartazgo y el enojo, por supuesto. Pero ¿cuántas sociedades han encontrado futuro en una huida hacia lo desconocido?
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