Entre EE.UU. y China hay mucho más que una guerra comercial
La denominada guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene una parte visible y otra profunda. La primera es la discusión por el déficit comercial de los Estados Unidos en el comercio de bienes con China. La segunda, un pesado nuevo enfrentamiento de fondo: político y estratégico.
En lo primero, los números son contundentes. En 2018, Estados Unidos exportó a China bienes por 120.000 millones de dólares, pero importó desde China por 539.000 millones de dólares. El tremendo déficit (récord) bilateral es una amenaza para los equilibrios externos de Estados Unidos, especialmente si se considera que son las dos mayores potencias mundiales las que interactúan (y que también lo hacen en otros flancos, como el financiero, dado que China es el mayor tenedor de bonos del Tesoro de los Estados Unidos; por 1,10 billones de dólares). Estados Unidos acusa a China de utilizar instrumentos de competencia desleal para lograr esa prevalencia comercial y le exige ajustes.
Pero el análisis sobre esta arista solo aborda la parte superficial de la discusión. La economía mundial tiene hoy como principal motor el saber más que el hacer, el conocimiento productivo más que la fabricación manufacturada. El tráfico de datos es el principal intercambio transfronterizo (creció 45 veces en diez años), que supera en valor económico cualquier intercambio de bienes físicos. Jonathan Haskel llama a esto "capitalismo sin capital". Las cadenas internacionales de valor (formadas por empresas que actúan con una lógica estratégica que traspasa fronteras) ya no ponen su principal motor en el intercambio en fases de bienes físicos, sino en el know how. Patentes, información, datos, ingeniería, invenciones son el alma del capitalismo del siglo XXI. Así, de todo el valor añadido en el mundo en cada año reciente, el surgido del capital intangible más que duplica al surgido del capital tangible, y las principales empresas del planeta ofrecen prestaciones más que productos.
Pues ocurre que una brava pelea por la prevalencia en la propiedad intelectual aparece como el principal componente de la tensión actual entre los dos colosos mundiales. Por un lado, Estados Unidos, que es superado en exportaciones de bienes en el mundo por China (2,4 billones, los asiáticos, contra 1,6 billones, los americanos), supera ampliamente a China en la exportación de servicios (800.000 millones, los americanos, contra 160.000, los asiáticos).
Pero, además de eso, la proliferación de inversiones de empresas de diversos orígenes en el extranjero ocurrida en los últimos años genera hoy el flujo de conocimiento (data) económico entre firmas más intenso que jamás se haya visto en el mundo (el flujo de inversión extranjera directa está ahora estable y lo que crece es el flujo de conocimiento económico entre empresas internacionales).
Por eso, las fuerzas que pretenden mantener el statu quo son superadas por la realidad y la cuarta revolución industrial está generando un proceso que, a la vez que es global, es revulsivo: lo nuevo supera a lo viejo dramáticamente (de las 500 principales empresas de Fortune 500 en 1958, hoy solo quedan 60) y el postulado marxista de la concentración constante es imposible porque nadie permanece suficiente tiempo liderando mercados.
Es en este marco que Estados Unidos es el principal generador de inversión extranjera en el mundo: el stock de inversión externa en el planeta por parte de empresas estadounidenses llega a 6,4 billones de dólares, mientras que el de empresas de origen chino asciende a 1,9 billones (el total de inversión de origen externo -de todos los orígenes- en el globo supera por poco los 30 billones de dólares). Así, de las 100 mayores empresas mundiales en 2018 -por su capitalización-, 56 son estadounidenses (cifra que representa cuatro veces el número de empresas chinas en ese ranking).
Pues últimamente Estados Unidos acusa a China de mantener en vigencia un régimen legal que obliga a las empresas norteamericanas a compartir -cuando invierten en China- conocimiento estratégico (propiedad intelectual) con empresas locales (que directa o indirectamente están ligadas al sistema de poder político chino), lo que implica un golpe al principal componente del capitalismo: el conocimiento. Es en este terreno donde se estancaron las negociaciones entre ambos, recientemente.
La prevalencia mundial ya no se dirime en campos de batalla militar, sino en sistemas de información con valor económico, y las empresas han pasado a ser agentes estratégicos en este terreno. Por ende, estamos ante dos discusiones: los intereses (quién prevalece en la gestación y administración de capital intelectual) y los valores (sobre la base de qué sistema de normas y respeto por el conocimiento aplicado se organizan los países). En ambos planos, los dos están en disputa. Y se trata de una disputa entre una democracia de capitalismo autonomista y una autocracia de capitalismo vigilado.
Una guerra comercial no conviene a nadie: genera volatilidades en cotizaciones, tipos de cambio y precios; altera costos y contratos de manera imprevista; incrementa el riesgo político que afecta decisiones de inversión en el corto plazo; impacta en arquitecturas vinculares de empresas que operan aliadas en ámbitos internacionales y limita consecuentemente el crecimiento de la economía mundial y del comercio transfronterizo.
Pero es posible que ese escenario friccional esté mostrándonos una puja más profunda que recién empieza. Y que la guerra comercial sea un instrumento que pueda atenuarse o hasta reemplazarse, pero que no sustituya a corto plazo la puja en la nueva realidad que está para quedarse. Dice el científico Thomas Kuhn que paradigma es el esquema o modelo que una generación de científicos toma como telón de fondo de sus investigaciones, y que los paradigmas empiezan a debilitarse cuando no pueden dar cuenta de algún nuevo descubrimiento al que primero se trata de minimizar como si solo fuera una excepción hasta que las excepciones empiezan a multiplicarse.
La puja entre ambos ha creado una nueva bipolaridad y, por ende, es altamente probable que hayamos ingresado en una etapa de disputa de poder constante (con acercamientos y alejamientos periódicos). Y que ese nuevo "G-2" esté diluyendo la arquitectura institucional mundial conocida hasta hoy, lo que llevará al mundo a un "autonomismo competitivo" (en el que las diferencias se dirimen por parte de los países "mano a mano") que nos genera ya volatilidades y disrupciones.
Así, lo que está en juego en esta controversia no es coyuntural, sino estructural, no es un saldo sino un liderazgo, no es un pacto sino un sistema de normas impuestas como se pueda, ni es un capricho de un líder contra una nomenclatura, sino el planteo entre dos sistemas, en defensa de un lugar ante un cambio de época.
Especialista en negocios internaciones; profesor de la Escuela de Posgrado del ITBA