Ensayo: la supervivencia de un género mestizo
Aunque se editan menos libros que indagan en el "ser nacional", muchos autores en el país perserveran en ofrecer su visión de la realidad y tentativas de interpretación del presente
En otras décadas fueron éxitos de ventas y pautaban el debate público. Títulos de autores como Juan José Sebreli, Víctor Massuh, Marcos Aguinis, David Viñas y Beatriz Sarlo se reimprimían una y otra vez e inspiraban a lectores, jóvenes autores e investigadores. Podía ser un ensayo sobre los supuestos atributos de la argentinidad, la cultura en la Edad Media o los albores del autoritarismo nacional. Indios, ejército y frontera, de Viñas; El asedio a la modernidad, de Sebreli, y Escenas de la vida posmoderna, de Sarlo, se reimprimieron una y otra vez. Hoy, no son muchos los ensayos de autores argentinos que ganan los primeros puestos en las listas de best sellers mientras compiten con investigaciones periodísticas, crónicas, textos académicos, libros de autoayuda y novelas.
Sin embargo, el cultivo de esa forma verbal en la que se impone una ética y un modo de asociar saberes distantes no está perimido. Editoriales grandes, medianas y pequeñas apuestan por textos clásicos y actuales; otras, como Nube Negra, Beatriz Viterbo, Prometeo y Las Cuarenta, están dedicadas casi exclusivamente al ensayo sobre política, antropología, historia y literatura. Ni un género que languidece ni un fósil que se exhuma cuando las novedades no bastan, el ensayo todavía insiste en presentar hipótesis, visiones de mundo y tentativas de interpretación de pasados y presentes.
"El ensayo se fragmentó en especialidades relacionadas con disciplinas específicas: la historiografía, la sociología, la política, la crítica literaria -opina María Rosa Lojo, escritora e investigadora del Conicet-. El ensayo de interpretación nacional, tan en boga en los años 30 y 40, donde lo literario-filosófico y lo conjetural tenían peso, quedó fuera de circuito. Alrededor del año 2000, cuando la Argentina estaba en bancarrota y el pacto nacional peligraba, reapareció. Surgieron títulos que tenían que ver con lo que se experimentaba como fracaso, catástrofe y desastre". Para la autora de La 'barbarie' en la narrativa argentina, el decaimiento del ensayo como "explicación total" coincidió con la promoción de otro género: la novela histórica. "Expresa la necesidad de volver a los tiempos de la fundación para entender lo que ocurre en el presente", aventura Lojo.
Hablan los editores
"El ensayo más clásico, el que piensa temas como el 'ser nacional' o las claves de la cultura argentina, con autores como Sarmiento, Martínez Estrada, Sebreli, Sarlo, hace mucho que está en retroceso -señala Carlos Díaz, director editorial de Siglo XXI-. Pero me pregunto si lo que está en retroceso es el estilo o la contundencia de esos textos, la capacidad para generar discusión y para interpelar a públicos diversos". La sensación compartida por editores y lectores es que los ensayos no tienen un impacto equivalente al que tuvieron décadas atrás. "Siempre me impresionó el libro de José Luis Romero, La cultura occidental -agrega Díaz-. Son menos de cien páginas ágiles, claras, llenas de ideas y de información, con apenas tres páginas de bibliografía y ninguna nota al pie". Es el tipo de ensayo que escasea hoy. Para Díaz, la abundante bibliografía sobre cualquier tema vuelve difícil la sistematización a la hora de abarcar grandes problemas. Siglo XXI publica ensayos de ideas de autores como Claudia Hilb, Alejandro Grimson y Pablo Gerchunoff.
Emiliano De Bin, editor de Colihue, sugiere que la circulación de los ensayos tiene puntos de contacto con la de los libros de cuentos. "Son géneros que no alcanzan la centralidad de la novela o el libro periodístico, pero que tienen un público fiel y, además, una tradición que los revitaliza aun cuando parece que están al borde de la desaparición". De Bin arriesga que el formato digital es campo fértil para el ensayo. "Ocupan el lugar que en otro momento tuvieron las revistas", dice. Colihue publica una colección de ensayos dirigida por Horacio González.
En el campo de la edición universitaria, los textos que siguen las pautas del género son infrecuentes. Editoriales como Eduvim, Eduner y Unsam Edita intercalan en sus catálogos obras académicas con otras de perfil ensayístico. "La producción de investigadores se inclina hacia modelos cercanos al informe y la redacción colectiva de conclusiones sobre determinadas hipótesis, más que a la reflexión de un autor -indica Ximena González, de Eudeba-. Esto no significa que el género haya sido abandonado sino que su cultivo ha pasado ahora a plumas menos sujetas a los imperativos de las instituciones y los centros académicos".
Sostener una colección de ensayos significa un gran esfuerzo. "Seleccionar el tema representa un desafío -dice Liliana Ruiz, de Baltasara-. Las búsquedas no siempre llegan a buen puerto. Se encuentra el tema y los posibles lectores, pero las obras a veces se quedan en lo descriptivo. Falta fuerza en lo argumentativo o en las conclusiones". Ruiz, que organiza un concurso anual de ensayo, advierte que hacen falta textos que cuestionen la realidad. "No se trata de engrosar una colección de cualquier manera", sostiene.
El género nacional
Consultado por la nacion, el ex director de la Biblioteca Nacional Horacio González destaca que el ensayo no es un género entre otros, sino una actitud perceptiva en relación con el acto de escribir. "Su primer gesto se da en el vacío, antes que surja la letra y ante la sospecha de que el desarrollo de la escritura no podrá hacerse. Es una poética de la iniciación del texto", dice. Según el autor de La ética picaresca, en todos los géneros habría ensayos encubiertos. ¿No pasa eso en las novelas de Gustavo Ferreyra, en las crónicas de María Moreno y en los poemas de Tamara Kamenszain?
Para González, el ensayo es el género nacional por excelencia. Graciela Batticuore, poeta, ensayista e investigadora, coincide con él y señala una cualidad intrínseca. "Es un género abierto y de cruce, que admite la diversidad no solo temática sino también de estilos. La forma más lograda y tentadora del ensayo es la que se acerca a la literatura como arte". Para la autora de La mujer romántica. Lectoras, escritores y autoras en la Argentina. 1830-1870, solo de ese modo el ensayo puede competir con otros géneros.
Rocco Carbone, filósofo y docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), rechaza la hipótesis de que el ensayo no interesa. "No perdió vigencia ni necesita recuperar lectores. ¿Cómo podría hacerlo un estado de diálogo y reflexión permanente sobre el mundo?" Carbone reconoce que en las universidades se profesa una política de la lengua cifrada y minoritaria. "Pero hay otra lengua más seductora, de desborde institucional y de intervención en la plaza pública -afirma-. Esa política toma cuerpo en un 'género culpable', como dijo Eduardo Grüner, y es el ensayo".
Calificado de mestizo, el género tiende a cruzar, al menos, dos planos. Esa condición caracteriza, para Carbone, el vigor del género para "explicar" el mundo desde una perspectiva histórica. "El ensayo pone a los especialistas en situación de intelectuales: una subjetividad que quiere cambiar el mundo y no solo contemplarlo desde tal o cual léxico de tal o cual disciplina". Como otras universidades nacionales, la UNGS publica una colección de ensayos: Pensadores de América Latina. El latinoamericanismo es una de las variantes del ensayo nacional, como se percibe en la obra de Maristella Svampa.
Narradores y poetas
En la Argentina sobresalen varios escritores ensayistas. Narradores y poetas como Jorge Luis Borges, Juan José Saer y Ricardo Piglia desarrollaron una obra ensayística que, en parte, complementaba la creación literaria. En la actualidad, César Aira, Alicia Genovese, Graciela Speranza, Fabián Casas y Sylvia Molloy escriben ensayos donde reaparecen motivos o constantes de sus poéticas.
Un escritor que lleva esa condición anfibia al extremo es Mario Ortiz, que en sus Cuadernos de lengua y literatura amplía las fronteras entre el ensayo y los demás géneros. "El ensayo no es una versión debilitada de un trabajo sistemático que se expresa en los rigores de un estilo académico formalizado -dice-. Es el espacio donde se afirma una potencia de escritura de un sujeto que no se esconde detrás de la abstracción impersonal de los discursos científicos". Esa fuerza puede ser aprovechada por la literatura como recurso de experimentación.
El cruce de género viene de lejos. "Sarmiento estudia en los primeros capítulos de Facundo la relación entre la geografía y la cultura y eso da motivo a la descripción de una tormenta en el campo que se asemeja a un poema en prosa", dice Ortiz. Desde el siglo XIX, el ensayo está entre nosotros. E insistirá en el empeño de dotar de sentido a la realidad.
Una conversación que no cesa
Por Javier Trímboli. Para La Nación
Pensar las chances y las imposibilidades de la vida en común: a eso se abocó el ensayo entre nosotros, también en América Latina, y lo sigue haciendo. Sin sobreactuar las distancias y la pulcritud, más bien envuelto en lo que aqueja. Género híbrido, sus límites son difusos. No teme a los recursos de la ficción y puede asemejarse a un panfleto. Ya que la política marca su pulso, se maneja con la urgencia, cosa que lo aproxima al periodismo; pero el ensayo apela a la historia o, más bien, se sabe inscripto en una larga conversación, poceada por malentendidos y lagunas.
Su situación hoy en la Argentina no puede sino recoger, más o menos atenuados, los sonidos de la fenomenal crisis que estalló en 2001 y de esa forma de lucha de clases sin manual que fue el kirchnerismo. Pero también carga con el desdibujamiento de lo que fue su figura señera, la del intelectual, y con las transformaciones en los regímenes de escritura. Las revistas fueron desde siempre el campo de formación de los ensayos. No hay más tal cosa.
La conmoción que afecta todos los géneros de escritura ha dado otra vida al ensayo, una en la que se infiltra donde no le correspondía. Además de los libros de Horacio González y Beatriz Sarlo, por ejemplo, la poesía de Alejandro Rubio y de Sergio Raimondi parece contener ensayos; un libro como el que Ezequiel Adamovsky le dedica a la clase media tiene mucho de ensayo. Lo mismo uno de crítica cultural como Restos épicos, de Mario Cámara. En todo lo que escribió Piglia hay ensayo. Otro tanto en las columnas de Martín Kohan y Damián Tabarovsky.
El autor es historiador (UBA)
Entre la filosofía y la historia
Por Francis Korn. Para La Nación
En el primer diccionario de la lengua inglesa, el de Samuel Johnson, publicado en 1755, su autor define con cierto desprecio que un ensayo es "un vago recorrido de la mente; una pieza irregular y confusa y no una composición normal y ordenada". Todavía es difícil darle a esa palabra una definición precisa. Se puede caracterizar más fácilmente por lo que no es: ni un informe sistemático de algo, ni una obra de ficción, ni un relato histórico, ni tampoco un texto literario. Pero puede ser cualquiera de ellas, incluida la ficción, según cómo la presente el autor. ¿Es un ensayo El Príncipe de Maquiavelo? ¿Lo es el Ensayo sobre las libertades de Raymond Aron, o el Facundo de Sarmiento o las Reflections on the Word "Image" de Furbank? ¿Y Contra las patrias de Fernando Savater y la Memoria de la pampa y los gauchos de Bioy? Las nombradas no son obras "irregulares y confusas", pero juntándolas con las que sí pueden ser catalogadas bajo la definición de Johnson, se puede llegar a la conclusión de que casi toda obra escrita es un ensayo y de lo que hay que cuidarse es de las que son "un vago recorrido de la mente".
En mi incursión en las historias de Buenos Aires, la quinta para mí y la primera para Martín Oliver, mi coautor en ella, intentamos recrear la ciudad en un lapso preciso. Estamos de nuevo en eso: Buenos Aires entre 1932 y 1938. ¿Será un ensayo? No será seguramente, como no lo es ninguno de los anteriores de nuestra autoría, una obra histórica clásica. Por lo tanto, para bien o para mal, quizá se lo podrá llamar "ensayo".
La autora es investigadora emérita del Conicet y PhD en Antropología
Una expresión de la intimidad
Por Santiago Kovadloff. Para La Nación
Sumiso en apariencia a la demanda que de su nombre se hace, se presume que el ensayo deja ver sus propiedades en la producción de semiólogos, teólogos, juristas, historiadores, psicólogos y pedagogos, por no hablar de sociólogos, politólogos o economistas y de habilitados como yo en filosofía. Casi todos ellos invocan la palabra ensayo para rotular lo que escriben. A tanto llegó, en consecuencia, la indulgente amplitud del concepto que, a fuerza de abarcar mucho, terminó apretando poco. Poco de inconfundible, poco de literariamente específico y poco, muy poco, de cuanto fuera tan suyo en el orden del tono, del tempo, del modo de enunciación.
Es un hecho que hoy el arte de la digresión en prosa constituye algo menos que una vía muerta de la literatura. Por cierto, hay algunos escritores a contrapelo de esa tendencia general. Ellos prueban rotundamente que el ensayo que reivindico sigue siendo una práctica que no por subestimada ha dejado de cumplirse.
Al igual que para ellos, la palabra ensayo connota tanto para mí, y tanto de bueno y de literariamente imprescindible, que la sola idea de abdicar de ella se me impone, fatalmente, como renuncia a su misma sustancia; esa que Bioy Casares señaló al decir que lo propio del ensayo es "un estilo despreocupado y llano, un tono de conversación".
¿Qué significa esto, sino intimidad? Asimismo, "por no depender de formas, y porque se parece al fluir normal del pensamiento, el ensayo es tal vez uno de los géneros perpetuos", como recuerda Bioy.ß
El autor es poeta y filósofo. En julio se publicará su nuevo libro, Locos de Dios. Huellas proféticas en el ideal de justicia (Emecé)