Enrique Antequera, el cacique de La Salada que espera la definición de la interna peronista
Es uno de los dueños de la popular y millonaria feria, casi un intendente sin cargo, pero con poder de movilización e influencia barrial
Habita los suburbios de la política. Estuvo con Menem, Duhalde, Kirchner y siempre fue candidato, a concejal, diputado y senador provincial... Pero nunca llegó a ocupar una banca. Los dirigentes lo buscan cada vez que hay elecciones porque tiene tropa propia, y es capaz de llevar hasta quince ómnibus repletos a cualquier acto proselitista. Sin embargo, una vez que terminan las campañas, lo dejan de visitar. Hasta la próxima vez.
En las últimas primarias, la política lo encontró desairado por el kirchnerismo, que lo dejó fuera de las listas, y acelerando reuniones con el entorno de Massa, que concretó en varias ocasiones antes de las PASO. Él se considera la pata peronista de la feria de La Salada, y estuvo junto a Cristina Kirchner en el acto de cierre en La Matanza, pero como tantos otros punteros y caciques políticos, está esperando que la interna dentro del justicialismo se termine, para jugar con el ganador. Sea Daniel Scioli, Massa o quien el PJ decida.
"El de Cristina es un buen gobierno, pero lo está matando la soberbia", lo han escuchado decir sus amigos feriantes, los que siempre le han respondido, fuese quien fuese su líder espiritual. Los mismos que lo ayudaron a colgar el cartel en el que, gracias al fotomontaje, aún aparece junto a la Presidenta en la entrada al predio. Los que también le agradecerán, de por vida, que haya hecho lo imposible, tocando cuanto contacto tenía, para que no se instalara la feria las Mil columnas, en las inmediaciones del Mercado Central.
Enrique "Quique" Antequera, 48 años, está al frente de la feria que lleva el nombre de Urkupiña -en honor a la Virgen más popular de Bolivia, patrona de la integración-, que junto a Ocean y Punta Mogotes, componen el complejo La Salada, un predio de 20 hectáreas en el que entre otras cosas se consiguen réplicas de primeras marcas, pero a menos de la mitad de su precio en cualquier shopping. Razón suficiente para que, semana tras semana, lleguen a visitarla cientos de combis y ómnibus en tours de compras, incluso desde el interior de la Argentina y países vecinos.
Ahí, al borde del Riachuelo, en Lomas de Zamora, la tierra de Martín Insaurralde, el feriante devenido en presidente de una sociedad anónima hace política a baja escala: lo suyo es el trabajo social con los feriantes, sus familias y los vecinos del barrio, que en un 80% trabajan en esas instalaciones. "Es común ver que se le acerque algún pibe a pedirle plata y él saque un fajo de cambio y le dé 200 pesos para un sándwich. Por ahí conoce al chico de algún campeonato de fútbol de esos que organiza o quizá le haya dado laburo como changarín, pero si no es así, no importa, lo ayuda igual. Y siempre con bajo perfil, nada de andar ostentando", confía el periodista Nacho Girón, autor del libro La Salada .
Sin embargo, no es por su popularidad que los políticos lo buscan, sino por controlar gran parte de este mercado que congrega en total cerca de 10.000 puestos, pero que abastece varios cientos de ferias minoristas de todo el país. Una microeconomía con la que ni Guillermo Moreno se anima a meterse, a pesar de que muchos de los productos que allí se venden (sin factura) sean el fruto del contrabando hormiga o el trabajo en talleres clandestinos. La Salada factura más de 150 millones de pesos diarios que circulan en efectivo en cada una de las tres jornadas en las que permanece abierta.
Antequera era un simple tallerista de camisas cuando el boom de lo importado que impuso la convertibilidad lo dejó prácticamente sin trabajo. Sus cuñadas ya solían ir a vender a los puestos improvisados desde fines de los 80 en Puente 12 (en el cruce de la autopista Riccheri con el Camino de Cintura) y él comenzó a acompañarlas cargando lencería. Ahí conoció al boliviano Gonzalo Rojas Paz y a su esposa, Mary Saravia, quienes le propusieron darle otro vuelo al emprendimiento. A mediados de los 90 arrancaron con lo que terminaría siendo la Ciudad del Este del conurbano. Tiempo después entró en escena Jorge Castillo, el responsable de los puestos ubicados en las viejas piletas del balneario Punta Mogotes, que hoy tiene oficina en Puerto Madero.
Pero, de repente, lo que era un negocio en franco ascenso tuvo un final abrupto. En 2001, una denuncia contra Antequera y Rojas Paz por asociación ilícita, fabricación y venta ilegal de mercaderías y tráfico de influencias, entre otros cargos, terminó con ellos presos en el Penal de Ezeiza. Quique salió libre un año y medio después, firme en su versión de que le habían hecho una "cama" porque no había querido pagarle una coima de un millón de dólares a la policía bonaerense. Su compañero y socio apareció ahorcado en su celda.
"Cuando volvió, de 11 pasillos que había tenido la feria apenas funcionaban dos. Pero el tipo la remontó y hoy es millonario", explica un puestero que lo conoce de aquellos años y que puede dar fe de que cuando, por ejemplo, hubo que armar la ley 12.573 (que regula la instalación de ferias en la provincia), Antequera consiguió una norma que no perjudicara los intereses de La Salada.
Traiciones políticas
Hasta que fue preso, Quique había tenido poco contacto con el mundo de la política. Al único que conocía era a Carlos Menem, gracias a la intermediación de la familia Mellino, un apellido emblemático de la industria pesquera marplatense.
"Habrá estado con Menem, pero su padrino político cuando volvió de la cárcel de Ezeiza fue Osvaldo Mércuri (un ex duhaldista hoy enrolado en las filas de Massa). El problema fue que, como todos los peronistas, Mércuri también armó privilegiando a su familia y Quique se hinchó. Por eso, cuando aparecieron Lilita Carrió, Patricia Bullrich y Margarita Stolbizer pidiéndole que les organizara un acto, en 2009, él les armó todo el circo. Para joder a los peronistas... Y de agradecidos lo iban a poner cuarto en la lista de diputados provinciales, aunque terminaron ubicándolo séptimo justo ese año que metieron cuatro... Se quería matar", recuerda un compañero de batallas.
El hombre de cabello retinto y sonrisa blanca finalmente volvió al redil peronista de la mano de Mario Ishii, actual intendente kirchnerista de José C. Paz. Fue en 2011, cuando aceptó ser primer candidato a senador provincial en la interna contra el tándem Daniel Scioli-Gabriel Mariotto, y aún hoy se ufana de que gracias a él, con sólo 18 días de campaña, en la tercera sección su lista hizo una elección "legendaria".
Su vida es la feria. Ahí trabaja todos los días con dos de sus cuatro hijos, y junto a varios de sus amigos, entre los que -dicen- hay varios integrantes de la barra brava de Boca. Su ex esposa lo había ayudado a afianzarse dentro de la comunidad boliviana en el país, que es muy nutrida en la feria.
Días atrás, en la esquina de José María Moreno y Rivadavia, en Caballito, una señora que lo reconoció por la televisión (tiene un micro los viernes, en América 24), lo escuchó quejarse frente a una vidriera por el precio de un saco de vestir: "¡Cómo te pueden cobrar dos lucas, estamos todos locos!", dice que exclamó mirando su campera de cuero negra, que posiblemente haya adquirido por muchísimo menos en su reino del consumo popular.
Quién es
- Nombre y apellido: Enrique Antequera
- Edad: 48 años
- Empresario
Era tallerista de camisas y la convertibilidad de los 90 terminó con su negocio. A mediados de esa década comenzó lo que hoy es La Salada, en Lomas de Zamora. - Lealtad peronista
Se acercó a Menem, su padrino político fue el ex duhaldista Osvaldo Mércuri y ahora, sin lugar en las listas del kirchnerismo, se acercó a Sergio Massa.