Enfermos de soberbia
Entre la pila de documentos que estoy clasificando surge un recorte amarillento. Leo: "Somos una dirigencia de mierda en la que me incluyo. Éste es mi pensamiento. Y la gente dice cosas peores de nosotros: nos llaman corruptos, delincuentes, incapaces, mediocres, vendepatrias... Todos los calificativos que usted quiera. Esto es lo que la gente piensa de la clase política". Miro la fecha: domingo 21 de octubre de 2001. Edición impresa de El País.
Han pasado casi 16 años. Y, desde mi punto de vista, estamos igual. Es decir, estamos peor. Tenemos encima 16 años más de historia, de errores, de dolor.
Cuando dije lo que dije casi todo el espectro político reaccionó en mi contra. Menos lindo, me dijeron de todo. Pero también es cierto que en este tiempo que pasó muchos han terminado compartiendo mi diagnóstico.
Me había pasado antes, en el acto en el Concejo Deliberante de Lomas de Zamora en el que se creaban la Comisión asesora honorífica de lucha contra la droga y el Área de toxicología y rehabilitación social. Las ordenanzas se aprobaron por unanimidad y fueron las primeras normas municipales del país que se ocuparon del tema. En mi discurso, dije que se acercaban al galope dos jinetes del Apocalipsis que iban a arrasar la Argentina: el narcotráfico y la corrupción. Unos cuantos reaccionaron con escándalo. Lo más suave que me dijeron fue agorero, pesimista, exagerado. Hoy, nadie duda de que esos jinetes están entre nosotros y han venido para quedarse. Por lo menos, mientras nuestras dirigencias sigan haciendo gala de su incapacidad para anticipar los temas centrales que van a ocupar la escena política en el futuro.
Dije también en aquella entrevista, refiriéndome a la situación del Partido Justicialista: "Si no podemos resolver nuestros conflictos internos, menos podremos resolver los externos". Hoy, 16 años después, pienso lo mismo. ¿Es el destino de nuestra generación política dar vueltas una y otra vez a la noria, sin avanzar ni un metro y enterrándonos cada vez más en cada vuelta?
Pienso que no. Pienso que podemos cambiar y romper ese aparente destino repetitivo. ¿Cómo? No es fácil, pero tampoco imposible.
Creo que la única forma de cambiar estas realidades es empezar por dejar de lado la soberbia que intoxica a nuestra clase dirigente.
La soberbia, dijo San Agustín, no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano. Es difícil encontrar una frase que nos describa mejor a los políticos argentinos.
¿Y qué significa bajar la soberbia? Significa escuchar al otro, pero no desde la condescendencia, como quien oye llover, sino desde la sincera actitud de entender e incorporar aquello que tenga de valioso su pensamiento.
Esto significa buscar acuerdos, sumar, renunciar a vencer para lograr convencer. Significa entender que no se puede gobernar sin consensos y que no podemos seguir creyendo que para construir poder hay que destruir al otro. Significa rodearse de los mejores, vengan de donde vengan. Renunciar a ser todólogo y consultar a los especialistas, a la Academia, a los expertos, a los notables.
Sólo así podremos reclamar la representatividad que tantas veces invocamos y tan pocas veces honramos. Si los políticos no logramos eso, quizás sigamos diciéndonos entre nosotros que somos grandes, pero, la gente, como San Agustín, sabrá que sólo estamos hinchados y enfermos de soberbia.
Ex presidente de la Nación