Enero: reconocer el rol de lo imprevisto
Considerando que ayer fue feriado, el 2 de enero aparece hoy como una página en blanco. Y no me refiero solo a esta página de diario, sino figuradamente a la página de 2021, que no es como cualquier otro. Hojeo la agenda del año que acaba de terminar y todavía me sorprendo porque quedó plagada de compromisos imprevistos y formas aún más inesperadas de cumplirlos: turnos médicos cancelados, actos escolares virtuales, jornadas maratónicas de trabajo con entrevistas y reuniones a distancia. ¿Cómo planear lo que sigue, ahora, habiendo asomado un poco el cuello afuera del agua, pero sin saber si sacaremos el resto del cuerpo a flote? Lamento que la respuesta no sea de manual de autoayuda: es que no tenemos la menor idea.
Invertí unas cuantas horas libres –sí, horas; sí, ¡libres!– el día de la Nochebuena en marcar sobre el calendario de este flamante veintiuno fechas de cumpleaños, aniversarios y "días de…" para los que en la mayoría de los casos no me hace falta ninguna clase de recordatorio. Y junto al nombre de cada homenajeado, una pequeña viñeta en colores: una guirnalda, un corazón, dos copas que se chocan en un brindis. Conservo de mi adolescencia esa pasión que repito cada víspera de enero, manías contra las que la madurez no puede. Pero no es esta una declaración de principios vintage: soy un ser perfectamente digitalizado, sólo que mi corazón es de papel. Cuadernos, planners y anotadores, una sana adicción, me han hecho perder algún tornillo: cuenta la leyenda que una querida amiga de la Redacción me encontró alguna vez en un vagón del subte B hablando con mi libreta. Atesoro decenas de ellas a estrenar en una caja robusta, de medio metro de lado, donde muy ordenadas esperan su turno. Me río sola cada vez que la abro: cuando era una nena, antes de acostarme, imaginaba que los muñecos de mi habitación levantaban la mano desde su tribuna sobre el ropero a la espera de saber a quién elegía yo para dormir conmigo esa noche; lo recuerdo cada vez que corro la tapa de mi tesoro y saco un cuaderno nuevo al ruedo.
Todo esto es una gran distracción para no pensar en ese objetivo realizable, un primer mojón, dos o tres incentivos que puedan atarse a alguna fecha precisa. Para junio, por ejemplo, quiero tener listos los textos de un libro de fotografías que me confió un artista. Bien. No es poco. ¿Algo más que salga de la rutina? Con el mundo enfermo como está, viajar sería casi como apelar a otro verbo: soñar. En estos días escuché a más de un gurú decir que en circunstancias como esta lo importante es planificar en el corto plazo. Aun así, yo agregaría: y tener la plasticidad para adaptarse o cambiar lo ideal por lo posible. Me viene enseguida a la cabeza un ejemplo gratificante de compartir: hace un año, cuando todavía no estaban de moda los challenge –esos desafíos-de-absolutamente-cualquier-cosa que se baten en las redes sociales–, el crítico inglés Graham Watts anunciaba a sus seguidores de Twitter e Instagram (@GWdancewriter) que daba por comenzado su #2020DanceChallenge. En otras palabras, se retaba a él mismo a ver un espectáculo full lenght por día. Claro, entre sus múltiples actividades y responsabilidades –además de Presidente de los National Dance Awards y del círculo de críticos de danza de Reino Unido, escribe para diferentes publicaciones en Europa y Asia, cuando no está dando cátedra sobre esgrima o en la industria de la construcción–, lo que este caballero de la Orden del Imperio Británico desconocía era que 2020 sería lo que fue. Seguro que Graham no pensó en una pandemia como esta cuando posteaba las primeras 60 o 70 reseñas de su desafío. Lejos de renunciar a la misión, alternó excursiones a su archivo audiovisual con todo el material que Internet nos inyectó como una vacuna para paliar la abstinencia de la experiencia viva en las plateas de las salas. Y tras un breve lapso de salidas al teatro con cuentagotas, volvió al lockdown sin evadir su responsabilidad. Les recomiendo que lo sigan: no solo porque es una brújula del buen gusto, sino porque cumplidos los 366 días hay mucho por leer y conocer y revisar a partir de esos posteos que se disparan en todas las direcciones, de Fred Astaire a lo más fresco de la escena contemporánea.
"¿Cómo emprenderás la búsqueda de aquello cuya naturaleza desconoces por completo?", se pregunta Rebecca Solnit en Una guía sobre el arte de perderse, uno de los libros de 2020. Y luego alumbra sobre aquello "del arte de reconocer el rol de lo imprevisto, de no perder el equilibrio ante las sorpresas, de colaborar con el azar, de admitir que en el mundo existen algunos misterios esenciales y, por lo tanto, que los cálculos, los planes, el control tienen un límite. Calcular los elementos imprevistos quizá sea precisamente la operación paradójica que la vida más nos exige que hagamos." Ahora sí: bienvenido enero.