Encontrar el equilibrio entre salud pública y economía
La Argentina y el mundo enfrentan un dilema entre la salud pública y la economía. Ante la llegada de la pandemia del coronavirus, la reacción de los países fue en términos generales idéntica. Primero, la negación; luego la minimización y finalmente, la reacción. La respuesta radicó en extremar los recaudos para aplanar la curva de contagios e ínterin mejorar las capacidades de los sistemas públicos y privados de salud, que no están diseñados ni equipados para un problema de tamaña escala.
Una vez montada esta primera línea de defensa, mediante cuarentenas compulsivas o inducidas, aparecen las dudas. ¿Será el remedio peor que la enfermedad? ¿Las consecuencias de la brutal recesión autoinducida a la que se encamina el mundo pueden ser aún peores que el Covid-19, incluso por la incidencia de un eventual aumento de la miseria en otras patologías?
Gobernantes, médicos, el común de la gente, estamos todos surcando tierras desconocidas y quien grite a cuatro voces que tiene la solución es un farsante, aún si acertase, ya que nada de lo que se proponga ha sido testeado jamás. No me refiero sólo a los tratamientos médicos sino al hecho de tener grandes conglomerados urbanos encerrados durante semanas, al tiempo que se destroza la actividad productiva y se desploma la recaudación fiscal. Menos aún conocemos las reacciones sociales y políticas que estas tensiones extremas acarrearán.
Pero en medio de esta incertidumbre, sí sabemos que se trata de salvar la mayor cantidad de vidas a la menor disrupción económica posible. Tiene que haber una proporcionalidad de medios a fin. Estamos dispuestos a ver suspendidas temporalmente nuestras libertades en aras de defender la vida y la salud.
Estimularía a todos conocer diariamente los avances en ampliación del número de tests, cantidad de camas, adquisición de reactivos y respiradores, capacitación de médicos y auxiliares. La creciente mejora del sistema de salud pública es algo que debería ser informado en detalle porque es la razón del sacrificio. Sería desolador constatar que se dilapidan los días de cuarentena. No es lo mismo para una empresa, para un trabajador autónomo, para un trabajador informal, un día más o un día menos sin trabajar. La carrera contra el tiempo la corren los médicos y auxiliares, las autoridades y también los millones de trabajadores y miles de empresas que tienen poco o nada de resto.
No podemos caer en la imprudencia de "volver a la normalidad" antes de domar la pandemia. Tampoco podemos ahogar la economía al extremo de que después no se generen los recursos suficientes para pelear contra ella. Recordemos que el Estado constituye más del 40% del PBI y carece de crédito.
Estas reflexiones no son un reproche al liderazgo sobrio, prudente, hasta paternal, en madura coordinación con la oposición, que el presidente Alberto Fernández viene desplegando. Todo lo contrario. Se trata de sumar, cuando estamos llegando a la primera semana de cuarentena, la visión de que la producción y el trabajo tienen que estar sentados en la mesa de decisión.
Por ello, debemos festejar cada cama de terapia intensiva que se sume a nuestra capacidad hospitalaria pero también debemos festejar cada exportación que se reanude, cada fábrica que se mantenga operativa, cada trabajador que mantenga su empleo. Por supuesto, siempre con el estricto cumplimiento a los protocolos de seguridad e higiene.
Será una larga lucha hasta que, con o sin vacuna, se inmunice un alto porcentaje de la población. Al virus lo derrotaremos entre todos, con disciplina social, con una gran respuesta de nuestro sistema de salud, con la coordinación de los poderes públicos y también con la Argentina trabajadora tirando del carro, como ha sido siempre.
Abogado. Expresidente del Banco Provincia de Buenos Aires