El uso agresivo y torrencial de la red social del pajarito por parte de presidentes personalistas deteriora las instituciones republicanas y pone en jaque a la diplomacia, al privilegiar el efecto emocional por encima de la racionalidad
Hace una semana, el 23 de agosto, Donald Trump posteó 55 veces en Twitter, entre comentarios propios y retuits (réplicas) de otras cuentas. Entre saludos de cumpleaños, críticas incisivas a la prensa ("Fake news!") y la reproducción de fotos de actividades oficiales, el presidente de Estados Unidos sumó una pequeña seguidilla de mensajes muy encendidos que potenciaron la guerra comercial con China, que tiene al mundo en ascuas.
"Lamentablemente, administraciones anteriores han permitido que China se adelante de tal manera al comercio justo y balanceado que se ha convertido en una gran carga para el contribuyente norteamericano. Como Presidente ¡ya no puedo permitir que esto suceda! [...] China no debería haber impuesto nuevos aranceles de 75 MIL MILLONES DE DÓLARES en productos de los Estados Unidos (¡motivados políticamente!)", escribió Trump. Y con este preludio anunció que subiría 5% el gravamen a los impuestos de productos de origen chino.
Las consecuencias para los mercados se sintieron rápidamente: el índice Dow Jones de la Bolsa de Nueva York perdió un 2,4%, mientras que el más abarcativo S&P 500 cayó un 2,6%, y el Nasdaq retrocedió 3%. Pero más allá de las consecuencias inmediatas que puedan tener los tuits de mandatarios que eligen la red como gran aliada, caso Donald Trump, Jair Bolsonaro en Brasil o Nayib Bukele en El Salvador, surge la incógnita del impacto social y político que producen. Si las consecuencias comerciales son tangibles en lo inmediato, deberíamos plantear (y hay quienes lo están discutiendo) qué impacto implica para el vínculo con los ciudadanos y para la institucionalidad política en general el uso espasmódico y en caliente de estas plataformas.
Convengamos en que la comunicación vía Twitter parece ser el sistema menos mediatizado y más democrático: alguien con una cuenta escribe, alguien con otra cuenta lo lee. Sin embargo, cuando los mandatarios hacen uso de sus cuentas personales y apelan a la espectacularidad, al golpe de efecto o a las emociones más básicas, la investidura cede al personalismo y puede afectar incluso el desenvolvimiento de las instituciones de la democracia, al menos tal como lo hemos conocido hasta ahora. La velocidad y la inmediatez del medio aceleran la política, a veces hasta el vértigo.
Por otro lado, ¿qué rol les queda a los medios tradicionales en este partido? ¿Les toca simplemente hacerse eco de los tuits de los hombres del poder? Un presidente puede despacharse por sus redes, en sus términos, esquivando la confrontación con la prensa y las preguntas inconvenientes que podrían plantearle. El recurso, capaz de generar un impacto social inmediato, es cada vez más usado por los mandatarios de fuerte impronta populista.
"Trump asumió con un fuerte enfrentamiento a los medios de comunicación más grandes. Su intención principal y original al enfocarse en Twitter fue justamente sacar esa intermediación que él pensaba que le estaba jugando en contra. La red le sirve como un canal de audiencia inmediata: pierde esa mediación de los medios de comunicación, pero consigue la recepción inmediata", explica Gustavo Fontanals, investigador en Políticas de Comunicaciones en la UBA.
Fontanals señala que con esta dinámica de comunicación que elude los cauces institucionales y más tradicionales lo que se fortalece es el personalismo del líder, al menos mientras ocupe ese puesto. "Trump en algún momento se va a correr de su lugar de poder y entonces, aunque siga diciendo barbaridades, su influencia va a ser mucho menor. El problema es que está ocupando una posición institucional altísima pero utiliza una vía de comunicación mucho más personalizada para que no sea intermediada, y en función de su beneficio personal".
Sobre este punto suscribe Mariel Fornoni, Directora de Management and Fit: "Twitter es una red social que no es popular, sino que sirve más bien al microclima de los periodistas, los políticos y para un segmento de la sociedad muy pequeño, que en general está sobreinformado y participa activamente de la discusión política. La relevancia de la red reside en que, si se produce algún tipo de exabrupto, conflicto o contenido relevante, eso es tomado por los medios de comunicación y adquiere inmediata notoriedad a través de su publicación en páginas web de noticias o medios audiovisuales".
Un dato que acompaña esta afirmación es que en el mundo hay casi siete veces más usuarios de Facebook que de Twitter. Sin embargo, cada día cientos de columnas de opinión y páginas de diarios se llenan con lo que el político tuiteó poco antes. Esos 280 caracteres pueden llegar a marcar la agenda de la semana, incluso.
El más cool
En junio de este año Nayib Bukele, de 38 años, se convirtió en el nuevo presidente de El Salvador y en el primer mandatario desde la guerra civil de ese país en no pertenecer a ninguno de los partidos políticos tradicionales. "Soy el presidente más cool del mundo", tuiteó luego de despacharse con una serie de despidos de funcionarios que respondían al expresidente Salvador Sánchez Cerén. Todo se comunicó por Twitter y sus propios ministros incluso acataron las órdenes por esta vía.
Los periodistas españoles Almudena Barragán y Carlos Salís le dedicaron muy acertadamente un artículo en El País que se tituló "Nayib Bukele, el presidente que gobierna El Salvador a golpe de tuit". Allí citaron al politólogo salvadoreño Rafael Molina, quien arremetió contra los métodos de Bukele por considerarlos perjudicial para las instituciones. "Lo que está haciendo es un acto de transparencia populista que le hace ver como un justiciero que vela por el pueblo, pero en realidad está vulnerando el Estado de derecho, el ordenamiento jurídico y los procedimientos internos de destitución de cada institución", dijo Molina.
El lunes hubo una nueva catarata de despidos anunciados por Bukele con total espectacularidad vía Twitter. "Nosotros SÍ cumplimos nuestras promesas. Por eso la semana pasada cumplimos la primera con el sector de veteranos y excombatientes: LIMPIAR EL INSTITUTO DEL VETERANO de personas que responden a partidos políticos", escribió en su teléfono Bukele y armó a continuación una seguidilla de mensajes con los despidos. Fueron diez y todos comenzaban de la misma manera: "Se ordena la destitución de...".
Al respecto, Mario Riorda, presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales y director de la Maestría en Comunicación Política en la Universidad Austral, señala que el uso de las redes sociales de forma espectacular por parte de los políticos tiende al personalismo pero sobre todo, a la electoralización de la comunicación.
Espectacularidad
"El problema es cuando las redes, en el marco del uso político, convierten al gobernante en un rockstar o en una celebrity. Tiene que ver con desconocer la complejidad de la gestión. Uno puede comprender el uso personalista en un proceso electoral, pero todo lo hiperpersonalista que uno debiera ser en una campaña electoral debería contrastarse con el mayor nivel de institucionalidad posible cuando uno gobierna", explica el experto. Y pone como ejemplo personalista el caso de Bukele.
"En el uso cortoplacista, la espectacularidad cobra sentido. En el uso largoplacista, que es la característica de la comunicación gubernamental, hay que entender que un gobierno es una institución propensa a la crisis, no se puede jugar con esto. Las redes están asociadas a características cortoplacistas con la idea de sorprender antes que de gestionar".
Un dato que aporta Riorda para graficar esta asimetría, es que el 70% de la comunicación que se produce en redes es de corte electoralista.
Para Julio Burdman, doctor en Ciencia Política, la comunicación a través de las redes sociales evita la "competencia de propuestas" y atenta contra el componente "deliberativo y racional" de la democracia.
"Estamos más lejos de debatir ideas. Las redes potencian el factor de que el discurso que prime sea el que provenga de la cuenta más poderosa. Trump, por ejemplo, tiene capacidad de crear él mismo la agenda política y así se aleja cada vez más de que sean las propias instituciones las que marquen los temas relevantes", opina Burdman, que además considera que son las propias empresas detrás de las redes las que fomentan que la comunicación política pase por ellas. "Quieren ampliar su territorialidad y por eso promueven lo que llaman una democracia más participativa y diseñan herramientas para eso".
Si bien el político se vale de Twitter u otras redes sociales para saltear los cuestionamientos de la prensa, para focalizar la atención sobre sí mismo o para reforzar su perfil de campaña, lo cierto es que hay receptividad o aceptación al método del otro lado. ¿Hay algún tipo de responsabilidad en el receptor del mensaje, ya sean los ciudadanos o los medios, que son también parte de este nuevo tipo de comunicación?
"Hay responsabilidad e inercia", responde Riorda. "Hay cierto acostumbramiento en donde uno toma un fenómenos como dado aunque te moleste. La comunicación política requiere un proceso evangelizador para que los políticos salgan de estas dinámicas".
Lo cierto es que, además, este es un fenómeno relativamente reciente, que brotó con fuerza con la llegada de liderazgos disruptivos como el de Trump o Bolsonaro. Esto no significa que el mensaje influya directamente en aquellos que lo leen, sino que alimenta un sistema de comunicación que, más allá de sus ventajas, tiene serias contraindicaciones y produce consecuencias como el hiperpersonalismo o la espectacularización de la política.
Mientras el Amazonas arde, Bolsonaro abrió un foco de conflicto sobre el tema con el presidente francés Emmanuel Macron que pasó casi exclusivamente por declaraciones tuiteras sin filtro. La decisión de rechazar la ayuda que el G-7 se propuso destinar para detener el fuego hasta que Macron pida disculpas al mandatario carioca también fue lanzada por Twitter.
"Lamento que el presidente Macron busque instrumentalizar un problema interno de Brasil y otros países amazónicos para obtener un beneficio político personal. El tono sensacionalista con el que se refiere a la Amazonía (atractivo incluso para fotos falsas) no hace nada para resolver el problema", escribió Bolsonaro en Twitter la semana pasada. Y siguió: "El gobierno brasileño permanece abierto al diálogo, basado en datos objetivos y respeto mutuo. La sugerencia del presidente francés de que los temas amazónicos se discutan en el G7 sin la participación de los países de la región evoca una mentalidad colonialista equivocada en el siglo XXI".
Si bien no trascendió cómo tomó la Cancillería brasileña estas declaraciones, no es difícil imaginarse que el manejo de Bolsonaro no fue el más protocolar. Incluso puso a Brasil en una situación de choque con el grupo de los siete países más influyentes del mundo. La confrontación escaló esta semana de manera más burda. Por la misma vía, el presidente brasileño deslizó una burla a la mujer de Macron basada en la edad de la primera dama.
"Esa forma poco diplomática de moverse también la tienen este tipo de líderes en su gestión con los medios. Eso pone en jaque la diplomacia histórica, las relaciones de toda la vida con su canciller. Creo que ahí el problema no es la herramienta Twitter sino el tipo de liderazgo que ese país elige para conducirlo. Va más allá de la herramienta de comunicación. La herramienta de comunicación acompaña a ese tipo de liderazgo", dice Natalia Zuazo, consultora en comunicación política digital.
Amplificar el mensaje
"A pesar de que no hay tantos usuarios en Twitter, los medios amplifican el mensaje y el mandatario logra que este llegue a todos y encima redactado de la manera que él o ella quieren", señala una fuente que trabajó de cerca con la comunicación de Trump pero que prefiere mantenerse anónima. "Eso genera un cambio con su gabinete. Ahora, el encargado de prensa se la pasa explicando lo que quiso decir el mandatario en sus tuits y el vocero, que antes armaba un mensaje pensado, se convirtió en un arquero que ataja penales".
Sobre esta nueva "diplomacia de las redes" también habla Riorda: "Las grandes perdedoras son las propias cancillerías o el Ministerio de Relaciones Internacionales en beneficio de redes sociales, manejadas por presidencia o primeros ministros o ministras. A nivel comunicacional, los presidentes se han comido el escenario institucional". Es decir que los hechos se están llevando por delante, en parte, usos y costumbres de la diplomacia que deberán encontrar la manera de aggiornarse o resistir este embate.
Las redes han cambiado –y lo siguen haciendo– la comunicación política. Como se ha visto, esto cobra un ritmo más vertiginoso cuando hay líderes disruptivos de por medio. Twitter, aunque con menos usuarios que otras, parece ser la plataforma preferida de mandatarios vehementes que quieren llegar a sus ciudadanos sin mediaciones.
Es saludable que las redes sociales se conviertan en una esfera de acceso democrático al discurso de quienes tienen el poder en sus manos (y en sus teclas). Pero preocupan los graves efectos que muchas veces producen los discursos espectaculares y los anuncios sensacionalistas (propios de la dinámica de la red) sobre la economía, la ciudadanía y la vida de las instituciones. ¿Habrá que empezar a cuestionar el método (no solo el mensaje) para mejorar este ecosistema cuya lógica a veces conspira contra el debate racional y el bien común?