En Uruguay, ¿qué cambia con el cambio?
El Uruguay votó el domingo. En octubre, en la primera vuelta, la Coalición Republicana (suma de los partidos que hoy integran el gobierno) superó al Frente Amplio por un 4%, pese a que las encuestas marcaban un favoritismo opositor. Era esta la primera paradoja, habida cuenta de que esas mismas encuestas registraban una opinión favorable sobre la marcha del gobierno y la gestión presidencial. Ahora, en noviembre, segunda paradoja, el resultado se revirtió y el Frente Amplio se impone por un porcentaje similar al que le había sido adverso un mes antes. Es la primera vez que logra esa remontada, porque en sus elecciones anteriores el Frente ganó en las dos instancias. También es inédito que pierda un gobierno favorablemente evaluado por la ciudadanía.
Como se apreciará, encuestadores y politólogos tienen un magnífico escenario para especular dentro de un panorama general de elevada normalidad en todo el proceso. La campaña fue considerada particularmente fría y apática casi hasta octubre y ni el debate presidencial, ya en la segunda vuelta, encendió grandes pasiones. Un formato poco abierto a la discusión espontánea generó más bien cuestionamientos de falta de espontaneidad y hasta de aburrimiento.
Una gran pregunta es, entonces, ¿qué cambia con el cambio? ¿Qué significa la alternancia? Y otra no menor: ¿qué pasó en un mes para que ese Frente Amplio decepcionado el último domingo de octubre pudiera salir en este de noviembre a celebrar en la rambla capitalina un carnaval de festejo por haber alcanzado la presidencia de la república?
Las hipótesis son muchas. Un hecho claro es que el Frente Amplio creció en el interior, especialmente en los departamentos donde es minoría, en que no ganó, pero acortó distancias. Electos ya los legisladores, no mediaba ese compromiso personal del dirigente local. No puede tampoco soslayarse que nuestro colega Mujica, aun en lucha contra un cáncer de esófago, salió al ruedo en un diálogo sobre la vida y la muerte que naturalmente generó una corriente emocional y le ofreció al Frente la épica que le faltaba. En una posición más pensada puede haber ciudadanos que veían más fácil la gobernabilidad para el Frente, dada la mayoría ya alcanzada en el Senado. Amén de que el candidato oficialista, Álvaro Delgado, secretario de la Presidencia del presidente Lacalle, de relevante actuación en tiempos de la pandemia, hizo una muy buena campaña, que en lo personal acompañamos, pero que desgraciadamente no logró fidelizar el voto de todos los ciudadanos de los partidos socios de la coalición a la que representó.
En cuanto al futuro, está claro que no está en juego la institucionalidad. Al futuro presidente, Yamandú Orsi, se le escuchó aquí en Buenos Aires, en septiembre, en un encuentro empresarial, una definición clara: “El Uruguay funciona. Ahora sí, una noticia: va a seguir funcionando. Es una certeza. La primera definición es que Uruguay seguirá abierto a los inversores extranjeros”. “El respeto a las reglas de juego no se discute en Uruguay o en clave de estabilidad económica no hay discusiones respecto de condiciones macroeconómicas y la discusión está en quién lo aplica mejor”.
He allí la cuestión, justamente. El ministro de Economía, Gabriel Oddone, es un economista serio, socio hasta hace poco de una consultora de grandes empresas. Por cierto, su nombre rechina en el Partido Comunista, cuya expresión electoral no es mayoritaria, pero predomina en la conducción sindical. Allí se vive la fantasía de que todo lo que a su juicio es justo, además, es posible. Por eso mismo propusieron una reforma constitucional que rebajaba coactivamente la edad jubilatoria a los 60 años y confiscaba a las administradoras de pensiones veintitrés mil millones de dólares de ahorros personales de los trabajadores. Fue votada negativamente en octubre, incluso por el hoy presidente electo, que, como no es suicida, tampoco apoyó ese retroceso, que volvería a desfinanciar el sistema de seguridad social del país. Sin embargo, indiferente al pronunciamiento de las urnas, la dirección sindical ya está reclamando una revisión en la ley, mientras sus colegas de la educación se aprestan a desarmar el proceso de transformación que viene realizando la actual administración. Son contrarios a todo cambio. Públicamente se agravian de que se esté pensando en el mercado laboral y que no se están formando “opciones de vida críticas y emancipadoras, sino para suministrarle aquellos mínimos que permitan su explotación alfabetizada”…
Como se aprecia, rescoldos de sesentismo aún presentes. Antigüedades del Parque Jurásico de la izquierda mundial.
El profesor Orsi recibe, como él mismo lo reconoce, un país normal. No hay la clásica “herencia maldita”, tantas veces invocada para que los gobiernos recién llegados justifiquen antipáticas medidas de ajuste. El Uruguay está creciendo un 3,5% del PBI, la desocupación ha bajado, el empleo ha crecido, la construcción está al tope y se viven récords tanto de venta de automóviles como de movimiento de contenedores en los puertos. Por cierto, hay problemas sociales de marginación, rezagos en la pobreza infantil y la necesidad de salir de la “trampa del ingreso medio” en que hemos caído. Se trata de que es preciso innovar para mejorar la competitividad internacional mediante la incorporación de mayor tecnología y productividad a sus bienes exportables. Ha habido cambios estructurales como en la actividad agropecuaria, donde hoy se exporta más celulosa de madera que carne, pero ya no es suficiente para sostener el nivel de vida alcanzado. Se requieren más inversión y una producción más calificada.
El Frente Amplio tiene mayoría en el Senado, pero no en la Cámara de Diputados. Tendrá que negociar. Y lo hará. Es la tradición nacional, hoy más vigente que nunca. En este mes se cumplen 40 años de la primera elección después de la dictadura, en la que tuvimos el honor de presidir una difícil transición, paralela a la que en la Argentina vivía nuestro viejo y querido amigo Raúl Alfonsín. Hemos gobernado los colorados en tres ocasiones, los frentistas en otras tres y los nacionalistas en una, ahora con el doctor Lacalle Pou, una coalición de partidos encabezada por los dos tradicionales.
El presente uruguayo es calmo. El futuro, desafiante: innovación o conservadurismo; modernidad productiva o burocratismo sindical; educación para la civilización digital o rutina liceal. Nuestro amigo presidente electo tendrá que poner en juego algo más que su sensatez: el Frente Amplio, como toda la izquierda, habla siempre de distribuir, pero casi nunca de los caminos para aumentar la riqueza a repartir.