En tiempos de pandemia, una ética orientada al futuro
En 1971 el derecho ambiental alemán estableció el "principio de precaución" (Vorsorgeprinzip), la máxima que alcanzaría proyección mundial en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (conocida como la Conferencia de Estocolmo de 1972) y luego en la Cumbre de Río de 1992 como el "principio precautorio". Invención del siglo XX y piedra fundacional de la legislación que restringe los atropellos de la civilización tecnológica sobre la biósfera y la vida humana, la máxima tiene su fuente teórica en el pensamiento de Hans Jonas. Lector de Kant y discípulo de Heidegger, Jonas reformuló el proverbial imperativo categórico ("obra de modo tal que la máxima de tu acción pueda ser elevada a ley universal") adaptándolo a los desafíos de su siglo y del nuestro.
Su obra El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica (1979) revolucionó el enfoque de las éticas prevalecientes en todas sus variables. Su contribución fue hacernos ver que no solo somos responsables e imputables por nuestras acciones pasadas, sino también por el impacto adverso que podrían causar en el futuro. Hans Jonas propone una ética orientada al porvenir. En efecto, moral y legalmente, cargamos el peso de las consecuencias ruinosas que nuestras acciones tendrán para el ambiente humano de las generaciones venideras.
Desde mediados del siglo XX, con las primeras explosiones nucleares, el despertar de la conciencia ambiental en científicos y filósofos ha influido decisivamente sobre el campo de la filosofía práctica. Jonas, pionero de la filosofía ambiental, fue de los primeros en cuestionar la confianza ingenua en la "civilización tecnológica" y en reconocer el temor al futuro como el sentimiento básico de su siglo (y del nuestro). Pero este miedo, advierte el autor, no es paralizante, sino proactivo. El temor es "heurístico", es decir, nos obliga a innovar y conduce a descubrir nuevos principios que orienten la interacción, esta vez no entre los seres humanos, sino con el ambiente: biósfera y vida humana, en particular. Al hombre no le está permitido apostar el futuro de la humanidad y poner en juego su existencia en razón de ningún otro bien o beneficio que pudiera alcanzar ahora o en el porvenir. Ninguna promesa de un mundo mejor, ningún optimismo futuro ni esperanza utópica son justificaciones admisibles; tampoco ningún bienestar presente puede argumentarse como condición al "imperativo" de la responsabilidad, si con ello se hipoteca el futuro de la humanidad.
La incapacidad de predecir y controlar con seguridad el impacto de las acciones a largo plazo nos obliga a reconocer tanto nuestras propias limitaciones como la incertidumbre del futuro. Por eso, una ética que orienta el porvenir no consiste en un "saber obrar" (la sabiduría práctica de Aristóteles) ni se funda en las certezas del yo pensante (el cogito de Descartes), sino en un "no saber", que conlleva una "forma inusitada de humildad". Este "no saber" que se presenta a contramano de las éticas tradicionales funda una "responsabilidad fiduciaria", que debe guiar nuestras intervenciones en el ambiente humano. Ni la vida ni la naturaleza, enseña Jonas, son nuestra propiedad. Constituyen un don y un medio común, que habitamos y conservamos prudencialmente para el goce y el usufructo de nuestros hijos y nietos, quienes a su vez la custodiarán como heredad transmisible.
Hoy, la custodia y la preservación de la vida para las generaciones por venir interpelan a los gobiernos (tanto democráticos como autoritarios) junto a los laboratorios y a las empresas farmacéuticas, y reclaman la responsabilidad en todos los niveles de la toma de decisiones
Bajo condiciones de pandemia global, sus reflexiones adquieren derivaciones inquietantes sobre la responsabilidad que les compete no solo a los científicos y a los técnicos, sino principalmente a los líderes políticos. Hoy, la custodia y la preservación de la vida para las generaciones por venir interpelan a los gobiernos (tanto democráticos como autoritarios) junto a los laboratorios y a las empresas farmacéuticas, y reclaman la responsabilidad en todos los niveles de la toma de decisiones. Como dijo Jonas, jamás deben dejarse en las manos de científicos y de técnicos las decisiones prácticas. Es decir, se trata de decisiones políticas. Por otra parte, el discernimiento inherente al "principio de responsabilidad" exige altura moral y virtuosismo por parte de los líderes políticos. Esto es, actuar por encima de las conveniencias mezquinas y cortoplacistas, y tomar decisiones que afectan el bienestar de las próximas generaciones. La desmesura del poder de las grandes potencias en pos de la supremacía, sumada a una corrupción endémica, no debe hacernos perder de vista esta exigencia indeclinable.
El episodio originado en China que desató la pandemia del coronavirus, cuyas consecuencias a largo plazo son aún tristemente inciertas, amerita plantear seriamente la elaboración de tratados similares a los desarrollados en los 70 respecto del uso de energía nuclear. Así como los países consensuaron la necesidad de regular el desarrollo nuclear para fines pacíficos y propiciaron el camino del desarme, tenemos derecho a esperar acuerdos internacionales sobre lo que parece ser una variante inaudita de las armas químicas y biológicas, prohibidas por la comunidad internacional desde fines de la Primera Guerra Mundial (con magros resultados). La circunstancia de pandemia global bajo condiciones de la "civilización tecnológica" es inédita y de una gravedad extrema. Aún la estamos transitando y se llevó más de 500.000 almas en menos de 7 meses. Solo una acción responsable y concertada del conjunto de las naciones podrá evitar su repetición. Que la pandemia causada por la liberación del virus sea producto de una conspiración o de la simple negligencia es irrelevante a los efectos la aplicación del "imperativo" de responsabilidad.
Con la inspiración del "imperativo" y bajo la tutela del Principio Precautorio, China, cuya falta de transparencia es particularmente notoria, podría ser responsabilizada e imputada por las consecuencias nefastas de sus acciones u omisiones para todos los seres humanos en el futuro cercano y remoto. El peso de la acusación se centraría en la violación del "Principio de responsabilidad" tal como Hans Jonas lo verbalizó hace 41 años bajo la forma de una exhortación: "Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra". Y formulado negativamente: "Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esa vida".
Doctora en Ciencias Políticas, licenciada en Filosofía