En Pakistán perdonan a una joven cristiana condenada a muerte
La Corte Suprema de Pakistán acaba -como cabía esperar- de absolver a Asia Bibi, una joven cristiana nacida en 1971, que ha estado nada menos que ocho años en prisión, siempre en confinamiento solitario, mientras era lentamente juzgada por sus presuntas blasfemias contra el Islam. Con lo sucedido hasta ahora a esa pobre mujer, su vida ha sido profundamente lastimada. Para siempre.
Pakistán es ciertamente uno de los países más intolerantes del mundo en materia religiosa, pero lo cierto es que su más alto tribunal judicial es reconocido por su independencia y calidad.
Asia Bibi esperaba morir en la horca, pero ello no sucederá desde que el tribunal que acaba de absolverla categóricamente, sostuvo que las acusaciones vertidas contra ella no habían sido debidamente probadas, como correspondía.
Había sido acusada por un tan heterogéneo como extraño grupo de mujeres -que previamente le dieron una paliza y eran sus vecinas- de haber hecho, en Punjab, algunos comentarios públicos despectivos acerca del profeta de los musulmanes.
Ellos habrían sido consecuencia de la insólita negativa de esas mujeres de tomar agua de un pozo de agua natural comunitario, luego de que Asia Bibi bebiera del mismo con un jarro propio, a fin de la década de los 70. La joven que fuera por ello inmediatamente detenida, tiene cuatro hijos.
En su momento, la condena contra Bibi había indignado vivamente a la pequeña pero importante comunidad cristiana local. Ahora, su absolución ha enfurecido a algunos radicalizados musulmanes, que ante ella reaccionaron descontroladamente.
Bibi negó, siempre, haber cometido blasfemia alguna.
Docenas de acusados de blasfemia han sido asesinados en los últimos años en las calles de las ciudades de Pakistán, cuando sus respectivos procesos aún no habían concluido. Los asesinados incluyeron hasta a un gobernador provincial y un ministro del gobierno nacional que, pese a los riesgos ciertos que conocían, se animaron a salir en defensa pública y apoyo de la perseguida Bibi. Queda a la vista toda una serie de tragedias realmente tremendas, producto de la intolerancia religiosa. Ellas no pueden silenciarse, desde que son testimonio de conductas propias de la barbarie.
Los cristianos -cabe recordar- son apenas un 1,6 % del total de la población paquistaní, de unos 208 millones de habitantes. El propio Papa Francisco, preocupado por Asia Bibi, ha salido en su defensa. Con poco éxito, hasta ahora.
Las leyes paquistanas contra la blasfemia religiosa se sancionaron en 1860, cuando el país estaba aún bajo la colonización británica. El Islam es la religión nacional de Pakistán. Pero no todos quienes profesan esa religión son necesariamente fanáticos, por cierto. Los pocos que lo son ensombrecen la imagen de todos ellos.
Pese a lo ocurrido, o quizás como consecuencia de ello, Asia Bibi podría tener que abandonar a Pakistán y trasladarse a residir en otro país, para poder vivir con un mínimo de tranquilidad, esto es sin el riesgo de ser asesinada o golpeada por fanáticos que de pronto la agredan. Una pena, por cierto. Pero la realidad puede imponerle a Bibi ese notorio sacrificio adicional. Sus propios abogados ya han tenido que hacerlo, abandonando a Pakistán, por su seguridad personal.
Lo de Paquistán debiera poder corregirse. Siempre y cuando sus líderes políticos y religiosos lo crean necesario. Y lo es, ciertamente.
Más allá de Pakistán, unos 150 millones de cristianos son hoy perseguidos por su fe en distintas partes del mundo. Esa cifra, vergonzosa, es por lo demás un máximo histórico. En el marco de esas persecuciones religiosas, unos 3.000 cristianos fueron asesinados todo a lo largo del 2017. Es cierto, en el mundo de hoy los cristianos ya no se refugian necesariamente en catacumbas, pese a lo cual, como consecuencia de las persecuciones actuales, muchos de ellos ofrendan sus vidas sin renegar de sus convicciones. Son, entonces, mártires contemporáneos.