En medio de tanto apuro, ¿sigue activo el movimiento slow?
En el mes más frenético del año, una mirada a la filosofía popularizada por Carl Honoré y a su impacto entre nosotros
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E n algún momento durante la pandemia, cuando el encierro nos obligó a cambiar drásticamente todas nuestras rutinas, llegamos a cuestionarnos muchas certezas. Tal vez la pandemia venía para enseñarnos a ponderar lo que verdaderamente vale en esta vida: la salud, los afectos, la conexión humana. ¿Qué nos pasaba que no podíamos frenar? Esa revelación llevó a cierto resurgimiento de las ideas del movimiento slow, que hace casi veinte años se propagaron junto con el boom editorial Elogio de la lentitud, del periodista canadiense Carl Honoré.
El autor, que estuvo a comienzos de noviembre en Buenos Aires, reconoce que la batalla contra la velocidad no está ganada pero que la pandemia le dio un empujoncito a la filosofía de la lentitud. “La onda dominante de la cultura sigue siendo la aceleración, pero la contracorriente de la lentitud ha cobrado muchísima fuerza”, asegura Honoré.
En esas filas podemos encontrarnos con personas como Amalia Álvarez, ex jefa de prensa de una editorial. Durante muchos años su agenda estuvo colmada de compromisos, a distintas horas del día. Había épocas en las que atendía todas las llamadas, las veinticuatro horas, incluso de madrugada. Hasta que en 2019 dejó su cargo y decidió empezar a darle forma a un sueño: construir una pequeña casa de campo, un refugio al que acudir cuando buscara desacelerar el ritmo vertiginoso de vida que venía llevando. La idea era pasar allí los fines de semana junto con la familia y, tal vez, en un futuro, abrir la casa a artistas, maestros de yoga, promotores de la alimentación orgánica para dar talleres y generar una comunidad de almas afines.
Con la pandemia, el cambio que iba a ser gradual, de pronto se había concretado: la casa de campo en Cañuelas se convirtió en el mejor lugar para pasar el Aspo, luego el Dispo y, finalmente, vivir a diario.
“Mi ritmo de vida se desaceleró y ahora, más de dos años después, reconozco que voy un poco más al ritmo de la naturaleza”, cuenta Amelia.
¿Pero qué pasó con los que nos quedamos en la gran ciudad? ¿Pudimos cambiar el chip o seguimos tan acelerados como antes? ¿Acaso más? Una respuesta rápida parece estar a la vista de todos. Los colectivos llenos otra vez, el tránsito imposible: parece que el tiempo no alcanza, que no para, como dice la canción. La sensación general es que la idea de “bajar un cambio” en la vida cotidiana quedó olvidada.
Por el contrario, hay estudios como el realizado este año por la Universidad Siglo 21 para medir el burnout y la felicidad que muestra un aumento en los niveles de estrés y de frustración entre los argentinos. Seis de cada diez personas consultadas admitieron no estar satisfechas con su vida, en una tendencia que mostró un fuerte anclaje entre el público joven. La medición registró un alto índice de cansancio en el segmento activo de la población, dado que tres de cada diez encuestados reportaron haber experimentado niveles de agotamiento emocional crónicos asociados al estrés. Los resultados confirmaron la tendencia observada en el mismo relevamiento realizado en 2021, cuando en el análisis entraron en juego las consecuencias de la pandemia de Covid-19 y las restricciones derivadas de la emergencia sanitaria.
Aunque, paradójicamente, en lugar de observarse un alivio por la salida de la pandemia, la conclusión mostró que aumentaron los niveles de estrés y decreció el nivel de felicidad. Consultado al respecto, Leonardo Medrano, vicerrector de Innovación, Investigación y Posgrado, destaca que la gestión del tiempo es un factor crítico en la predicción de bienestar. “Las personas que tienen mayores niveles de flexibilidad y autonomía en el uso del tiempo respecto a su trabajo son las que mostraron menores niveles de estrés”, detalla. Las personas que no cuentan con dicha flexibilidad presentan dos problemas: mayores niveles de conflicto entre la familia y el trabajo, por un lado, y mayores dificultades para desconectarse, por el otro. “Cuando las personas no logran equilibrar las demandas familiares y laborales se generan interferencias que se transforman en estresores adicionales a los estresores laborales cotidianos”, agrega el académico.
En sintonía con la filosofía propagada por Honoré, encuentra una posible solución en un manejo más amable del tiempo destinado a la productividad. “La flexibilidad de horarios permite que los trabajadores se autorregulen más adecuadamente respecto a los tiempos de descanso y desconexión”, asegura.
La vuelta a la presencialidad, una vez descubiertas las ventajas del home office, entró en tensión en muchos casos. Es lo que le ocurre a Mariana Bendersky, que es médica neuróloga, vive en Buenos Aires, tiene tres hijos y además es docente e investigadora: no puede ni imaginar un ritmo más lento para su vida. “A todo lo presencial se le sumó lo virtual: teleconsultas, hacerles recetas a los pacientes, dar clases virtuales. Y ya no hay tantos viajecitos para congresos, que cada tanto me daban un respiro”, cuenta.
Los creadores
El fundador y vocero del movimiento slow fue el periodista italiano Carlo Petrini –figura prominente de la izquierda italiana de los ‘70–, quien en 1986 como respuesta a la inminente apertura de un McDonald’s en la Piazza di Spagna, en Roma reaccionó indignado. Petrini y un grupo de amigos se reunieron en un restaurante de Fontanafredda, dispuestos a batallar contra la cadena de fast food y todo lo que ésta representaba. El resultado de esa conspiración fue una ruidosa campaña mediática contra la instalación de los Arcos Dorados en Roma, y luego, la fundación de Slow Food, un movimiento que se propuso como misión defender “todo lo que McDonald’s no defiende”: productos de temporada, frescos y locales; recetas transmitidas a través de las generaciones; una agricultura sostenible; cenar despacio con la familia y los amigos, la idea de que comer bien puede y debe ir de la mano con la protección del medio ambiente. Con la promesa de preservar las tradiciones gastronómicas italianas, Petrini presentó el movimiento en diciembre de 1989, en París. Al día de hoy la organización está presente ciento once países en todo el mundo con una extensa red de mil ciento dos activistas voluntarios y la colaboración con otras asociaciones e instituciones. También está integrado por ochocientas treinta y ocho comunidades, formadas por grupos de personas que comparten valores y se unen en distintas iniciativas.
Perla Herro, cocinera, es una de las integrantes de la comisión de enlace de la red Slow Food en Argentina. Como tenía un restaurante vegetariano solía estar en contacto con pequeños productores y así conoció el movimiento. “En los restoranes ya se practicaba esto de salir a buscar productores, así que muy rápido me hice una red de proveedores con mucha mirada puesta en el producto: cercanía, temporada, producción limpia y otros aspectos de estos nuevos mercados orgánicos o agroecológicos. Me puse a hacer una especie de curaduría, un puente entre el consumo y producción agroecológica”. Por esa expertise la organización central de Slow Food la invitó a participar de un Terra Madre, un evento anual que se congrega en Turín cada dos años al que asisten miles de participantes (seis mil en la edición de este año). “Fui para conocer a productores y tomar clases de cocina pero me encontré con que había una enorme diversidad de gente de distintas partes del mundo, colores, ropas, idiomas, todos conversando sobre los mismos problemas”, evoca.
Uno de los proyectos más globales del movimiento es una especie de catálogo que se llama Arca del Gusto, que busca rescatar los productos y los saberes tradicionales para mantenerlos vigentes. En Slow Food Italia se estudia cada propuesta y se decide, en base a criterios académicos, si estos productos pueden formar parte del proyecto. Cien productos argentinos integran el proyecto.
Pero no solo se trataba de la comida. Poco más de una década después de fundado Slow Food, nació el movimiento por las ciudades lentas, Cittaslow. También impulsado en Italia, en 1999, para ampliar la filosofía de la producción alimentaria en sintonía con la naturaleza, la diversidad y la identidad cultural local. Tendió redes en Alemania, Reino Unido, Países Bajos y hoy cuenta con más de cien ciudades acreditadas como slow.
En la Argentina, la ciudad balnearia Mar de las Pampas se promocionó como ciudad slow pero tuvo que renunciar a la etiqueta para reemplazarla por un slogan sin dueño: “una ciudad para vivir sin prisa”. El antropólogo Gabriel D. Noel, en su investigación “Algunos encuentros, desencuentros y disputas en torno del movimiento slow en una localidad balnearia de la costa atlántica argentina”, observó que se intentó posicionarla en la industria de los viajes sobre la base de una propuesta de turismo “virtuoso” y “amigable” hacia el ambiente, expresada en el deseo de constituirse como primera slow city del país. Pero cuando esta pretensión fue impugnada por los representantes del movimiento slow a escala nacional, se desencadenaron una serie de tensiones y conflictos que forzaron a redefinir las identificaciones colectivas de la localidad, así como reposicionamientos en el propio movimiento slow a escala nacional.
Aprender a parar
Alejado de la postura de gurú o de maestro, Honoré es el principal orador en el mundo acerca de la filosofía de la lentitud. Sus ideas, plasmadas en cuatro libros traducidos a 35 idiomas, dos charlas TED con millones de reproducciones, sus constantes presentaciones y asesorías corporativas, promueven un concepto contraintuitivo pero revolucionario: para prosperar en un mundo acelerado, tenemos que reducir la velocidad. Y esta filosofía se aplica a todo ámbito de las relaciones humanas, desde una entrevista de trabajo hasta los momentos de familia, los deportes y, especialmente, la educación de los niños y adolescentes.
Precisamente, el motivo de su estadía en Buenos Aires fue la invitación al V Congreso de Educación y Desarrollo Económico para hablar de Slow Education y de las experiencias que muy tímidamente empiezan a adoptar algunas instituciones educativas a las que asesoró. “Hoy los chicos están agotados física y emocionalmente, no aprenden bien, tienen problemas de comportamiento”, disertó en el escenario del Planetario Galileo Galilei. “Hay una serie de derechos que si vamos a promover una educación más lenta, tenemos que acordar: derecho a poner el foco en la dirección en lugar del destino, derecho a aprender a su ritmo propio, a hacer un descanso, a cambiar de opinión, a cometer errores, a desacelerar”, enumeró.
Honoré narra la experiencia en el colegio Eton, uno de los más prestigiosos y de excelencia en el Reino Unido: “El director se dio cuenta de que él lanzaba una pregunta al grupo y siempre eran los mismos los que contestaban. Entonces implementó la regla de los cinco minutos. Les dijo a los alumnos que no levantaran la mano para responder hasta que pasaran cinco minutos. En ese tiempo ocurrió que muchos de los que habitualmente no contestaban pudieron prepararse, sentir más confianza y se animaron a responder. Esa pequeña inyección de lentitud cambió todo adentro del aula.”
Honoré narra la experiencia en el colegio Eton, uno de los más prestigiosos y de excelencia en el Reino Unido: “El director se dio cuenta de que él lanzaba una pregunta al grupo y siempre eran los mismos los que contestaban. Entonces implementó la regla de los cinco minutos. Les dijo a los alumnos que no levantaran la mano para responder hasta que pasaran cinco minutos. En ese tiempo ocurrió que muchos de los que habitualmente no contestaban pudieron prepararse, sentir más confianza y se animaron a responder. Esa pequeña inyección de lentitud cambió todo adentro del aula.”
En la Argentina el consultor en innovación y gestión educativa, Juan María Segura, sostiene que el sistema escolar puede beneficiarse mucho con una pedagogía slow. “Para un maestro o director de escuela, el movimiento slow es un conjunto de principios generales que, si bien poseen consistencia y corpus, por el momento carecen de acciones concretas para ser llevados a la práctica en un salón de clase. Por ejemplo, Honoré suele hacer referencia a una investigación implementada en una organización en donde, al establecer pausas de una determinada cantidad de minutos durante algunas reuniones antes de tomar una decisión, el proceso decisorio de esas organizaciones se vuelve más virtuoso. La explicación de este resultado proviene de la verificación empírica del engrosamiento del córtex cerebral producto de la implementación de esas pausas”, expresa.
Entonces, ¿sigue vivo el movimiento slow? Pareciera que sí. Porque tomar caminos alternativos y desmalezar las agendas son algunos de los aprendizajes de los últimos tiempos. Juntarse con otros, alejarse de la tiranía de la productividad para buscar la libertad en la preservación de los suelos, el alimento y el contacto con la naturaleza, es la elección de miles de personas que buscan un futuro mejor. ¿Ganaremos en felicidad? No sabemos, pero quizá, si hacemos una pausa, nos demos cuenta de que no hay prisa por encontrar la respuesta. Como canta Rosana, llegaremos tiempo.