En materia energética, Europa se puso en las manos de Putin
La crisis de Ucrania ha puesto nuevamente en la mira la política energética alemana. El país obtiene el 55% de sus importaciones de gas de Rusia. Esta dependencia se debe a que, entre el cierre de las últimas plantas nucleares y la lenta expansión de las energías renovables, el gas es la manera de llenar el vacío.
Con el conflicto desencadenado tras la invasión de Putin a Ucrania, políticos y líderes empresariales están pidiendo que el gobierno encuentre urgentemente formas de diversificar su combinación energética. El lunes pasado, la asociación de la industria alemana, BDI, emitió una advertencia inusualmente áspera de que un nuevo aumento en los precios de la energía y el gas “amenaza con aplastar la economía”.
“La situación es tan grave que incluso las medianas empresas de diversos sectores, fieles a su ubicación, están teniendo que plantearse trasladarse al exterior”, señaló.
La energiewende de Alemania, es decir, el alejamiento del país de los combustibles nucleares y fósiles hacia las energías renovables, es considerada un ejemplo para el resto del mundo. Pero está fallando a los pobres, sin proteger ni la seguridad energética ni el clima. Quienes creen que esta política es una gran apuesta para desarrollar la energía del futuro, olvidan que la mayor parte del dinero se ha gastado en la compra de tecnología verde ineficiente y no en investigación de tecnología futura.
Los combustibles fósiles aún proporcionan la gran mayoría de la energía. La Unión Europea coloca el clima en la parte superior de su agenda. Sin embargo, más del 80% de sus necesidades de energía primaria se satisfacen con combustibles fósiles, según la Agencia Internacional de Energía. La energía solar y eólica aportan solo alrededor del 3% de la energía total de Europa.
La transición de los combustibles fósiles a la energía verde es costosa. Además, como Europa está aprendiendo, apoyarse en fuentes poco confiables como el viento deja a los hogares vulnerables: la velocidad del viento fue inusualmente baja durante 2021, lo que causó gran parte del problema energético actual de Europa. Cuando el sol no brilla o el viento no sopla, los precios suben rápidamente y debe volverse a los combustibles fósiles como respaldo. Pero mantener plantas sólo en reserva es muy caro. Por otra parte, las baterías, que son inadecuadas y costosas, fácilmente cuadruplican los costos de la electricidad solar y no brindan mucha energía. En 2021, Europa solo tenía capacidad de batería para respaldar menos de un minuto y medio de su uso promedio de electricidad. Para 2030, con diez veces el stock de baterías y un poco más de uso necesario, tendrán suficiente para doce minutos.
A medida que los países avancen hacia emisiones de “carbono cero”, el objetivo respaldado por el presidente Joe Biden, la Unión Europea y muchos otros, los costos volverán a aumentar. El Bank of America ha estimado que lograr la emisión cero costará $150 trillones durante 30 años, casi el doble del PBI anual combinado de todos los países de la Tierra. El costo anual de $5 trillones es más de lo que todos los gobiernos y hogares del mundo gastan cada año en educación.
Aún así, esta estimación se basa en la fantasiosa suposición de que los costos se distribuyen de manera eficiente, con los grandes emisores China e India recortando. Pero India solo seguirá avanzando hacia el cero neto si el resto del mundo le paga $1 trillón para 2030, algo que no sucederá. Y China ya ha dicho que no lo hará hasta alcanzar cierto nivel de crecimiento. Por lo que es probable que la mayoría de los recortes solo ocurran en los países ricos, lo que es una disminución insignificante de las emisiones globales. Además, la política energética impulsará la inflación. Bank of America estima que conducirá a un 3% adicional de “inflación verde”. Esto reducirá el crecimiento dramáticamente. En un nuevo estudio, McKinsey encuentra que la mayoría de las naciones más pobres de África tendrían que pagar más del 10% de sus ingresos nacionales totales cada año para la política climática. Esto es más de lo que estas naciones gastan juntas en educación y salud, lo que no solo es inverosímil sino también inmoral en un continente donde casi 500 millones de personas aún viven en la más absoluta pobreza.
La mayoría de la gente está de acuerdo en que el cambio climático es una prioridad, pero las encuestas muestran que pocas personas están dispuestas a gastar más de unos pocos cientos de dólares al año en políticas climáticas. Pedirles que gasten decenas o cientos de veces más es una receta para el fracaso. Y es por ello que los políticos ocultan esta realidad.
Para evitar que los datos se conozcan es que hablar contra los costos y errores de la políticas verdes está proscripto, excepto cuando surgen problemas como los de Alemania en este momento. Los militantes del cambio climático presentan su dogma de fe como si no hubiera dudas sobre la existencia de una inminente tragedia climática provocada por el hombre. Solo el fanatismo puede explicar el reciente comentario de John Kerry, exsecretario de Estado de Obama y actual zar del clima de Biden, ante los graves hechos de Ucrania, respecto de que lo que más temía de ellos es que desviaran la atención del “combate al cambio climático” y que “ojalá Putin colabore a que ello no suceda”.
La realidad es que el tema es mucho más complejo de lo que se quiere presentar. Solo por dar un ejemplo, la conexión causal entre el CO2 y el calentamiento global parece un dogma irrefutable y, sin embargo, los datos históricos de miles de años obtenidos en exploraciones en la Antártida no muestran evidencia de tal conexión en las magnitudes que se pretenden. Las concentraciones de los gases responsables del efecto invernadero han aumentado un 50% en los últimos 150 años sin ningún calentamiento asociado, y datos históricos de periodos geológicos muestran concentraciones muy altas de CO2 sin efectos apreciables sobre el clima y glaciaciones con altos niveles de CO2. Más aún, las fluctuaciones climáticas resultan ser mayores en épocas de bajos niveles de CO2, y niveles altos de CO2 pueden promover la estabilidad climática y evitar cambios drásticos y peligrosos.
Este no es un argumento para no hacer nada. Pero para hacer la transición desde los combustibles fósiles se debe aumentar la investigación y el desarrollo para innovar y reducir el precio de la energía verde. Además, se debería invertir en todas las opciones, incluidas la fusión, la fisión, el almacenamiento, el biocombustible y nuevas fuentes que hoy ni imaginamos. Solo cuando la energía verde sea más barata que los combustibles fósiles el mundo podrá y estará dispuesto a hacer la transición. De lo contrario, los precios de la energía de hoy son solo una muestra de lo que vendrá.
Abogada PhD (c), MBA, profesora Facultad de Gobierno Universidad del Desarrollo (UDD) de Chile, directora de El Líbero