Nota mental. En la incertidumbre, menos planes y más presente
La pandemia dejó claro que planificar es imposible; hoy triunfan las técnicas de organización del trabajo que proponen encarar una sola tarea por vez, para combatir el exceso de distracción
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Estas vacaciones de invierno cada actividad en la agenda vale doble. Entradas para el cine con los sobrinos, turno en un museo o reserva en un hotel (¡y no por aislamiento sanitario!) nos llevan a disfrutar de la actividad en sí, pero también de un lujo casi olvidado: tener un plan.
La publicista Milagros García dijo en Twitter que compramos cosas online para tener algo concreto que esperar. Los deliveries, al parecer, nos están dando algo más profundo que una caja simpática que dice “hola, llegué”.
Al comienzo de la pandemia tuvimos una breve ilusión de control, cuando llenamos las alacenas y organizamos nuevas rutinas. Pero con los meses, fue claro que planificar era imposible: ¿Hay clases? ¿Cuándo me toca la vacuna? ¿Deberíamos volver a la oficina? ¿Hasta qué hora me puedo quedar en el bar? Todo conspira contra los planes.
Es difícil calibrar cómo vamos a volver a planear después de esto. Tal vez nos quede una obsesión por tener un plan B, como la generación de la guerra se obsesionó con comer hasta la última miga en el plato.
Es difícil calibrar cómo vamos a volver a planear después de esto. Tal vez nos quede una obsesión por tener un plan B, como la generación de la guerra se obsesionó con comer hasta la última miga en el plato
Un plan supone una predicción, la confianza en que algo va a pasar en el futuro. En cambio la pandemia nos llenó de dudas. Hay un índice global de incertidumbre en pandemia, que elaboran dos investigadores del FMI y uno de Stanford en base a un conteo de las alusiones a “incertidumbre” y “pandemia” que aparecen en la Intelligence Unit de la revista The Economist. Ahí se ve que el pico de incertidumbre por el Covid fue cinco veces superior al del SARS y 40 veces al del Ébola. Rompimos los récords.
En el mundo de los negocios, esto se parece a un knock out para la idea de planificación estratégica, que ya venía golpeada. Las organizaciones, como su nombre lo indica, siempre se organizaron. A comienzos del siglo XX tomaron nociones de la estrategia militar, y a partir de los años sesenta formalizaron distintas metodologías para calibrar riesgos, tomar decisiones y medir resultados. Esta secuencia ordenada hoy despierta sospechas. Los planes pocas veces se cumplen y la decisión óptima no parece al alcance de la mente humana.
El padre de la economía del comportamiento, Daniel Kahneman, dedicó todo un capítulo de su libro Pensar rápido, pensar despacio, a denostar nuestra capacidad para planificar. “Creemos que el mundo es más benigno, nuestros atributos más favorables, y nuestras metas más alcanzables de lo que son”, escribió. “Eso explica, en parte, por qué la gente litiga, declara la guerra y abre pequeños negocios”.
Los planes son un punto ciego del comportamiento humano. Decenas de los sesgos cognitivos estudiados hablan de nuestra incapacidad para el plan: el de autoconfianza, el de exceso de optimismo, la heurística de disponibilidad –que nos hace sobreestimar la probabilidad de que algo que pasó recientemente vuelva a pasar– y la ilusión de control, que nos hace menospreciar los eventos externos raros, librados a la suerte. Y bueno, con la pandemia tuvimos mucha mala suerte.
Si ya éramos flojos para planificar, y la pandemia lo hizo aún peor, ¿sigue teniendo sentido invertir tiempo y esfuerzo en hacer planes?
Si ya éramos flojos para planificar, y la pandemia lo hizo aún peor, ¿sigue teniendo sentido invertir tiempo y esfuerzo en hacer planes? Es una pregunta que desarrolla el libro The Perfect Mess, cuyo subtítulo es Los beneficios escondidos del desorden: si ordeno mi escritorio tal vez encuentre el papel que busco más rápido. Pero si considero el tiempo que lleva ordenar el escritorio la primera vez y luego mantenerlo ordenado con cada papel que debería guardar, ¿termina habiendo ahorro? Tal vez el tiempo de planear no merezca la inversión, si luego es tan común que se desbaraten los planes.
Una respuesta posible es moderar la ambición planificadora. Que no exceda las próximas horas. Después de todo, hoy triunfan las técnicas de organización del trabajo que proponen encarar una sola tarea –inmediata– por vez, para combatir el exceso de distracción y obtener los beneficios de hacer foco en el presente, como propone el mindfulness.
Una de las más conocidas se llama Pomodoro, y consiste en asignar bloques de 25 minutos para trabajar en una única tarea, seguidos por 5 minutos de descanso. El científico de datos Marcelo Rinesi llevó esta idea aún más lejos: contó en una charla de TEDx Río de la Plata que creó para sí mismo una app de productividad que solo le informa de la siguiente tarea en su lista –el bloque inmediato–, sin dejarle ver las que siguen después. Es lo contrario de planificar mucho. Sumergirnos de cabeza en lo próximo que queremos lograr, en el instante que viene. De lo demás no sabemos nada. Mucho menos mientras dure la pandemia.
Directora de Sociopúblico