En la escuela, sin celulares
Cual experimento sociológico, algunos colegios de gestión privada están plegándose al movimiento de veda total de celulares. En el escenario escolar, la competición por la atención de los estudiantes se ha vuelto una cuestión central. Quizás esta apuesta aspire a volver a tener, aunque sea de modo fragmentado, algo de esa atención que los docentes sabían generar durante un proceso de enseñanza lineal, ordenado y orgánico. Nada más lejano de las lógicas actuales: reticulares, iterativas, serendípicas. Es por eso que la atención, esa realidad esquiva que se ha vuelto la protagonista glamorosa del universo mediático, difícilmente vuelva a ser la que era.
Sin embargo, esta movida de los colegios quizás valga la pena si se logra ver, en un horizonte próximo, un retorno a esquemas de relacionamiento interpersonal más directos, que favorezcan la experiencia del cara a cara y el desarrollo de habilidades socioemocionales. Así, revalorizar la organización escolar como espacio de socialización podría llegar a ser un efecto para nada marginal de estas medidas. Está claro que ya no es centro del conocimiento de datos fácticos que abundan en otros soportes. Es y debe plantarse en el lugar de la formación integral y el desarrollo de competencias de quienes deberán ser aprendices vitalicios.
Padres y madres han dado calurosas muestras de apoyo hacia lo que parece ser un ideal difícil de alcanzar en los hogares. Porque se verifica una desorientación de base frente a un fenómeno que atraviesa los vínculos con los hijos. La percepción generalizada es de perplejidad, de no saber qué hacer, cómo actuar, a quién recurrir. Se pone el foco en los riesgos y esto genera altos niveles de estrés. De ahí que el aplauso a las medidas adoptadas contenga una gran carga emotiva ligada a la ilusión de descansar en la institución educativa para abordar lo que como padres no sabemos, no podemos o no acertamos a hacer. No obstante, otra faceta del fenómeno pisa el terreno del overparenting: una tendencia actual que configura un estilo parental a la vez sobreprotector e hiperexigente, que se retroalimenta en el control a través del smartphone y que lleva a los padres a interferir en la jornada escolar de sus hijos una y otra vez. Esto se está dando en los colegios y es algo que también se apunta a limitar.
En todos los casos, en lugar de prohibir, es más constructivo hablar de suspender, regular, restringir. En un contexto donde los derechos de la niñez son prioritarios, las políticas institucionales deben centrarse en equilibrar la libertad de los estudiantes con la necesidad de mantener entornos de aprendizaje cuidados. Estos límites no son fáciles de fijar. Las medidas los afectan de manera directa, por lo que es imprescindible escuchar sus opiniones y hacerlos partícipes de la toma de decisiones. Solo así se apropiarán del problema y reflexionarán en torno a él, como primer paso en la búsqueda de soluciones que protejan el bienestar de la comunidad en su conjunto.
Solo el diálogo nos permitirá ajustar expectativas a realidades y mejorar los procesos según sea necesario. Porque se trata, en definitiva, de resignificar el espacio escolar, teniendo claro que en cada hito se juega su vigencia. Si conseguimos hacerlo relevante para nuestros niños y jóvenes, la de los celulares será apenas una anécdota.
Docente e investigadora, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral