"En la Argentina, cualquiera es abogado"
El ex ministro de la Corte Suprema asegura que pasarán muchos años antes de que se solucionen los problemas que aquejan al sistema judicial de nuestro país, y asegura que el ex presidente Menem no cumplió con su deber al nombrar a los jueces cuando se amplió la institución, ya que no se eligió a los mejores.
DESDE antaño los abogados tienen mala fama. La profesión que en la Argentina ejercen más de 100.000 personas no es bien vista por la mayoría de la sociedad. Lo curioso es que Jorge Antonio Bacqué, ex ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y durante los últimos cuatro años presidente del Colegio Público de Abogados de Buenos Aires (que agrupa al 60 por ciento de los matriculados), no es la excepción.
"En la Argentina, cualquiera es abogado. La preparación para ejercer la profesión no es todo lo buena que debería ser. Acá, un muchacho se recibe en la Facultad viene con su título y, aunque no sepa nada, el Colegio está obligado por ley a matricularlo."
Bacqué quería ser marino mercante, pero reprobó el examen de ingreso y entonces se anotó en Derecho. "Era una carrera que no requería gran sacrificio, sino estudiar algo y ser un poco serio, pero nada más." Asegura que le gusta mucho su profesión, pero que cuando empezó a estudiar, en 1939, no tenía vocación. Ahora, a los 77 años, tacha en el almanaque los días que le faltan para dejar, dentro de dos semanas, la presidencia del Colegio.
Parece satisfecho con su vida y, aunque dice que pretende no ser muy crítico, advierte que pasarán varias décadas hasta que los argentinos tengan una buena administración de justicia.
Bacqué renunció a su cargo de ministro de la Corte el 10 de abril de 1990, el mismo día que el Boletín Oficial publicó el texto de la ley sobre el aumento de miembros del Alto Tribunal de cinco a nueve.
Se tomó tres años sabáticos, "en los que miré vidrieras, jugué con mis nietos y descubrí la cantidad de espectáculos gratuitos que hay en Buenos Aires". Tres años más trabajó en su estudio con un sobrino y luego asumió el cargo que pronto ocupará el civilista Atilio Alterini.
-¿Se quedó con ganas de hacer cosas para mejorar la actividad profesional de los abogados?
-Sí. Es probable que dentro de dos años o de cuatro tenga ganas de volver. Ahora no. Realmente tengo ganas de irme. Es muy difícil administrar el Colegio, todo debe aprobarlo el Consejo Directivo, integrado por 15 miembros, con mayoría y minoría. Yo venía del sector privado, donde las cosas se manejan de manera muy distinta. Con mucha menos política y más eficiencia. Dejo sin resolver dos inquietudes que tuve desde el día en que me di cuenta de cómo funcionaba la institución. Espero que el doctor Alterini y el Consejo Directivo o, mejor dicho, el Consejo y su presidente, puedan saldar mis dos deudas principales: reformar la ley de colegiación, que realmente con su actual redacción es una máquina de impedir, y cambiar la estructura interna del Colegio. Además, hay muchas otras cosas. Creo, por ejemplo, que ha llegado un momento en que, como en los países desarrollados, hay que dividir el título universitario de la autorización profesional.
-¿Se refiere a la necesidad de que exista una examen de aptitud?
-Uno solo no, varios. Creo que hay excesiva cantidad de escuelas de derecho, porque montar una facultad de ingeniería o de medicina es complicado, pero montar una facultad de derecho es bastante sencillo. Hay muchas: unas pocas buenas y la mayoría regularonas. Yo diría que el 90 por ciento no debería funcionar. Hace poco vino a verme el presidente de los abogados de el Líbano. Yo le contaba cómo funciona acá el sistema y el hombre no lo podía creer. Allá, para litigar ante el tribunal supremo uno debe tener por lo menos 12 años de práctica. Se empieza con una pasantía, luego se ingresa como ayudante de un abogado de primera instancia y, más tarde, sólo si es recomendado, el aspirante tiene que dar varios exámenes antes de acceder a la matrícula. Y no le hablo de los Estados Unidos o de Europa, le hablo de el Líbano.
-En la Universidad de Buenos Aires, por ejemplo, para graduarse hay que aprobar un práctico.
-Una cosa es hacer el último año de práctico en la facultad y otra es trabajar años en un estudio. Es muy diferente. La Justicia está compuesta por abogados, y si ellos no son buenos, la administración judicial tampoco lo será.
-Los miembros del Poder Judicial, ¿no son todo lo buenos que deberían?
-La Justicia está formada por abogados. Yo me cuido mucho de no ser demasiado crítico, porque la mayoría de los jueces no es mala. Creo que trabajan en condiciones primitivas, con una cantidad de causas muy grande porque llegan a Tribunales asuntos que no deberían llegar. Tienen poco espacio, no tienen computación, tienen pocos libros. Realmente, le digo que ser juez de verdad no es fácil.
-¿Quiere decir que en la Argentina hay buenos jueces?
-Creo que en los últimos tiempos se ha nombrado a personas que no tienen toda la solvencia que deberían. En definitiva, creo que los senadores, sobre todo los de la Comisión de Acuerdo, y el ex presidente Carlos Menem, que tuvo que nombrarlos, no cumplieron con su deber, que era elegir a los mejores. No lo hicieron: eligieron a algunos buenos, algunos malos y algunos regulares. Pero no eligieron a los mejores. Y así estamos...
-¿Qué piensa de las recientes amenazas a los jueces que investigan al Servicio Penitenciario Federal y a los militares?
-Sólo tengo conocimiento de ellas por medio de la prensa, pero me parecen hechos muy graves. Me solidarizo con todos los magistrados amenazados. Las fuerzas de seguridad deben garantizar la integridad de los jueces y funcionarios. Y si las sospechas apuntan en algún caso a las Fuerzas Armadas, su jefe debería advertir a sus subordinados que cesaran las intimidaciones de inmediato.
-¿Se arrepiente de haber dejado la Corte Suprema?
-No -se ríe con ganas-. Para nada. Para nada. Para nada. Me encantaba el trabajo y lo extrañé muchísimo, pero, mire, el problema de la Corte yo lo vi clarito. Cuando vi que se venía, como dice el tango, dije: "Yo de acá me tengo que ir". Era una cosa clarísima: si cinco tardábamos para tomar una decisión, nueve íbamos a tardar mucho más. No le quiero macanear mucho y tengo miedo de que la memoria me falle, pero el año en que yo me fui, cuando dictamos la acordada Nº 44/90, en la que señalábamos los motivos por los que no había que ampliar la Corte, habíamos citado estadísticas internas que demostraban que realmente no había atraso en la Corte. Creo que, con más de tres años de demora, había tres o cuatro asuntos que no se podían terminar por razones particulares. La gran mayoría de los expedientes, la enorme mayoría, el 90 por ciento eran asuntos del último año. Estábamos al día. Ahora hay un atraso infernal, y eso que el personal de la Corte ha aumentado de forma inusitada.
-¿Y por qué están atrasados?
-No lo sé. Yo no estoy adentro. Hay todavía muy buena gente en la Corte. Está en ellos hacer bien las cosas.
-¿Qué rescata de su paso por el máximo tribunal?
-La época de la Corte fue una época muy interesante para mí. Realmente fue muy excitante por varias razones. Primero porque el trabajo era muy lindo: tenía su parte de política, su parte jurídica y, además, las discusiones para conseguir las mayorías eran muy interesantes. Era un trabajo duro porque era un horario muy largo, pero muy cómodo, porque uno tenía un equipo que lo ayudaba. Allí tenía la mejor biblioteca del país y un director de biblioteca fantástico, que encontraba todo lo que uno necesitaba. Y, además de todo eso, porque tenía el auto, dos choferes, dos secretarias y el palco en el Colón, además de la chapa dorada. ( Se ríe .) Esto mismo le dije a un periodista cuando poco tiempo después de renunciar me preguntó si no extrañaba nada. Extraño todo eso. Ahora no tengo más auto, no tengo palco ni chapa dorada ni secretaria.
-¿Cree que el Gobierno debe pedir la renuncia de algunos de los ministros de la Corte?
-No, aunque a mí me gustaría que la Corte cambiara de conformación. Pero me gustaría que ese cambio se diera naturalmente. Que si se tiene que morir uno, se muera. Que si se jubila otro, se jubile. Es bueno que la renovación se vaya haciendo lentamente para que los nombramientos provengan de situaciones políticas distintas.
-¿Cuánta responsabilidad tiene la Corte en el descrédito de la Justicia y cuánta los abogados?
-No lo sé. Que alguna responsabilidad la Corte tiene, eso es seguro. Por otra parte, cuando el de arriba marcha bien, en general en todas las actividades de la vida hay un efecto cascada que hace que lo demás funcione bien. Lo que me ocurre con la Corte es que ha tenido, con el cambio de composición, un cambio ideológico muy grande en su doctrina, independientemente de que se dice que siempre vota en favor del Gobierno. Eso es algo que se dice y no sé si será cierto o no. Pero lo cierto es que ha tenido un cambio grave para la jurisprudencia. Se ha hecho mucho más conservadora y mucho más autoritaria. Y claro, no me gustaría que siguiera siendo así. Pero como yo soy liberal, respeto las opiniones ajenas, aun la de los conservadores, aun la de la gente que no comparte mis opiniones.
-¿Le gustaría volver a integrar el máximo tribunal?
-Le diría que no. O por lo menos que se tendrían que dar tantas condiciones imposibles...
-¿Cómo cuáles?
-Por lo pronto, la vuelta a una Corte chica, con una infraestructura mucho menor que la que tiene. Y además, ¿sabe qué? Estoy viejo para una aventura de ese tipo. O por lo menos me siento viejo. Incluso el último año en el Colegio me sentí muy cansado.
-Ahora que se va del Colegio, ¿qué va a hacer?
-Por lo pronto, voy a seguir con mi profesión, la cual la ejerzo con suavidad, no soy un abogado de 1000 pleitos. Hago artesanía, digamos. No vivo de eso tampoco, así que me puedo dar el lujo de hacerlo. Tengo que ordenar mis asuntos, que el Colegio me los ha hecho abandonar un poco. Y después, una vez que tenga todo en orden, como tengo un colaborador muy bueno, por ahí me tomo otros dos años sabáticos.
-¿Y dar clases?
-Para eso ya estoy totalmente ajado. No podría. Fui profesor hasta 1976. Me fui, y cuando vino la democracia en 1983 tuve posibilidad de volver, pero, ¿qué me ocurría? Usted sabe que en la Universidad de Buenos Aires hay una edad máxima para ser profesor, que son 65 años. Yo ya rondaba esa edad. Me faltaba un par de años, y tenía que afrontar concursos y todas esas cosas. Para ser consulto o emérito no me daba el cuero ni por broma, entonces dije que no. Para ser profesor hay que estar muy actualizado, hay que estar estudiando permanentemente. Yo sigo mirando y leyendo los temas que me gustan, pero en una posición de diletante, de aficionado, no soy un profesional.
-¿Se considera un jurista?
-En realidad, nunca he sido un jurista. Soy un hombre que nunca ha aportado ninguna idea importante a la ciencia del derecho. Fui un buen docente. Fui un buenísimo docente. Me ocupé de transmitir conocimientos que había adquirido de otros autores -sin agregarle nada, prácticamente- y me dediqué a organizar una cátedra. Pienso que entre 1973 y 1976 dirigí una cátedra modelo, con casi 30 comisiones, que funcionó fantástico.
-¿Fue un buen juez?
-Fui un buen juez. Creo que fui mejor juez que abogado. Tampoco soy un mal abogado, pero no me gusta mucho pleitear. Pleiteo, pero, por ejemplo, no me gusta ir a una audiencia para pelearme. Prefiero que vaya otro.
-A un buen abogado, ¿le tiene que gustar pleitear?
-El abogado de litigio tiene que ser peleador por naturaleza, no puede ser un hombre de gabinete.
-¿Ayudará a mejorar la administración judicial el Consejo de la Magistratura?
-Sobre el Consejo he hablado mucho, he dado mi opinión y no he cambiado después de analizar su actuación. Creo que es una institución que no se adecua a la ideología republicana de nuestra Constitución. Es una institución de origen monárquico y creo que no va a ser ni mejor ni peor que lo que era el otro sistema.
-La selección y remoción de jueces, ¿va a seguir siendo política?
-Creo que va para ese lado. Es cierto que formalmente hay algunas ventajas, por ejemplo, la obligatoriedad de llamar a concursos. Pero yo le digo que si en la época de la comisión del Senado las sesiones hubieran sido públicas, se habría publicitado la lista de los candidatos, con posibilidad de que la gente los impugnara, todo habría andado mejor. Incluso se podría haber sancionado una ley obligando a los senadores a tomar exámenes. Sinceramente, creo que no cambia nada. Más gente, más gastos, más edificios.
-¿Qué opina del gobierno de Fernando de la Rúa?
-Mire, ¿sabe qué? De la Rúa ha hecho por mí una cosa con la cual ya ha cumplido para sus cuatro años: no lo veo más a Menem en la primera página de La Nación . ( Se ríe mucho .)
Hablo en serio. Lo que quiero decir es que este gobierno, con el que no estoy de acuerdo en muchas cosas (pero que no voy a entrar a analizar ahora para no aburrir) ha cambiado el estilo. De la Rúa no manda tortas con velitas en el Tango 01 a su quinta de Pilar para festejar su cumpleaños.
-¿Va a repercutir en la Justicia este cambio de estilo?
-Mire, yo creo que en la Justicia, como en el resto del país, va a haber un cambio, pero creo que va a ser un cambio sumamente lento. Yo no veré arreglado el problema de la Justicia, y usted tal vez lo vea de viejecita.
-Menos mal que no quería ser muy crítico...
-Creo que estamos transitando por una democracia formal, menos formal que la de Menem, pero todavía formal. Igualmente creo que el único modo de que nuestros hijos y nietos lleguen a vivir una democracia real es persistir en la práctica de la democracia, por más imperfecta que sea. Por eso no me gusta que se les ofrezca embajadas a los ministros de la Corte, o que se les pida la renuncia o se los amenace. Sigamos transitando la democracia formal, por más primitiva e imperfecta que sea. Y poco a poco vamos a ir cambiando.
-¿Le gusta el poder?
-El poder me gusta para hacer cosas buenas. Pero no por el poder mismo, eso no me interesa. Se pueden hacer cosas buenas también sin poder. Por ejemplo, yo en mi casa hago cosas muy buenas y no tengo ningún poder. Ninguno, en absoluto.
No se dio cuenta
Analizando las últimas elecciones porteñas, Bacqué critica con aspereza al candidato de Encuentro por la Ciudad. "Cavallo actuó de un modo estúpido. Su alianza con Beliz fue la gran ganadora y no se han dado cuenta. En vez de salir a festejar como locos, salen a decir que son todos imbéciles, invertidos y tramposos. Hacer eso es idiota. Además de malo, es idiota. Cavallo puso mayor proporción de diputados y obtuvo una primera minoría importante. Es tonto. No se dio cuenta."
Perfil
- Jorge Antonio Bacqué nació en Buenos Aires el 3 de agosto de 1922. Está casado con la abogada Lilia Gómez. Es padre de cinco hijos varones, ninguno de ellos abogado, y tiene cinco nietos y uno por venir.
- Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en Jurisprudencia en la misma casa de estudios, donde fue profesor titular de Introducción al Derecho, Filosofía del Derecho y Filosofía General d e Ingreso, desde 1959 hasta 1976.
- Fue ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación desde 1985 hasta que renunció, en 1990, molesto por la ampliación del tribunal de cinco a nueve miembros.
- Bacqué es considerado jurista liberal, específicamente interesado por las garantías individuales y las libertades públicas.
- Se define como un hombre de cemento. Vive en un departamento en Santa Fe y Talcahuano, pero hace poco se compró una quinta a 20 kilómetros de Colonia, Uruguay.
- Tiene dos perros afganos, Talaq y Naomi, y cuando el tiempo se lo permite, navega en su velero Aluette, "el más pequeño y el más lindo" del Yacht Club de San Fernando.