En escena: cuerpo, sudor y palabras
Construcción. Asistimos a los preparativos de Todo tendría sentido si no existiera la muerte, obra de Mariano Tenconi Blanco que se presenta en el FIBA
Es 28 de agosto. Falta poco más de un mes para el estreno. Mariano Tenconi Blanco, autor y director, se encoge de hombros cuando le pregunto si es mucho o es poco. Supongo que no es tanto, porque esto es un ensayo parcial, no hay casi nada de vestuario y ni siquiera estamos en la sala Batato Barea del Centro Cultural Rojas, donde a partir del 6 de octubre, en el marco del FIBA, se podrá ver Todo tendría sentido si no existiera la muerte. Estamos en El Estepario, un teatro chiquito que queda en Almagro.
En escena están Agustín Rittano y Juana Rozas. Agustín es Gino Potente, el actor porno que viene a protagonizar la película que María, una maestra de pueblo (Lorena Vega), quiere filmar como última voluntad desde que se enteró de que está muriéndose de leucemia. Juana es Guillermina, la hija adolescente de María. Es una escena sensual e intensa, pero como todavía tienen problemas con el texto se arma y se desarma. "Te calienta esto, Juani", le recuerda Tenconi a Juana para que no se distraiga, y cualquier incomodidad que podría producir la diferencia de edad de los personajes se disipa, un poco por la evidencia de que por supuesto la excitación en escena es un artificio, y otro poco porque me acuerdo que Juana no es adolescente, que tiene veintiún años y trabajó varios ensayos con una coreógrafa para recuperar una corporalidad infantil. Todo está fríamente calculado, o casi todo.
La obra transcurre en los 80, pero con todos los actores en jogging y zapatillas es fácil olvidarlo. "Lo que pasa es que las vestuaristas son uruguayas; están ahí, trabajo con ellas por Skype", me explica Tenconi. "A una no le vi la cara en mi vida. Pero vas a ver que va a estar muy bien", se ríe. En parte es esto lo que vengo a ver: las peripecias y vicisitudes que implica montar una obra de tres horas, coproducida por seis entidades bien distintas entre sí (el FIBA, la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, el Festival de Artes Escénicas de Montevideo, el Centro Cultural Rojas, el Cultural San Martín y la compañía independiente Teatro Futuro) en el festival de teatro más importante del país.
Segunda semana de mi presencia en los ensayos. Llego temprano y los actores se están preparando, estirándose o repitiendo el texto. Todos salvo Juana Rozas y Bruno Giaganti, que interpreta a un compañero de colegio de ella, la división sub30 de la obra. Tenconi dirige a todos pero ellos tienen atención especial. Juana fue su alumna mucho tiempo; su relación con Tenconi es un plus. "Si yo no supiera que lo podés hacer, no estarías acá", le dice seguido. A Bruno, en cambio, lo conoce hace poco: salió de un casting que había que hacer porque La Comedia de la Provincia quería que al menos un actor de la obra tuviera domicilio en la provincia de Buenos Aires.
Agustín Rittano repasa la letra bajito, con una tonada que jamás le escuché ensayando. Maruja Bustamante se acuesta sobre el piso del escenario con la mirada perdida sobre el techo, perdida pero precisa; tal vez también pasa texto pero sin mover la boca. Andrea Nussenbaum y Lorena Vega hacen ejercicios de elongación y chusmean sobre otras obras que están haciendo, sus maestros, dónde aprendieron a hacer cada uno de los movimientos que prueban; cada tanto Agustín las escucha, se ríe o mete un bocado. Aunque ninguno había trabajado antes con Tenconi, ellos tres son amigos entre sí; Andrea y Agustín, además, entrenaron muchos años en el Sportivo Teatral con Ricardo Bartís. Lorena, me cuenta Tenconi, se formó con Alejandro Catalán. Él los eligió porque los vio trabajar pero también pensando en estas escuelas en las que se formaron, con sensibilidades y poéticas actorales muy intensas que le interesaban particularmente para esta obra. Se nota: son todos muy expresivos y sin embargo Tenconi está todo el tiempo pidiendo "más", "más". Las expresiones de sus caras al recibir ese feedback se alternan entre la frustración, la afirmación y la duda. A veces parecen preguntar con los ojos "¿no será mucho?".
El género en disputa
Es entendible la inquietud de los actores. En Todo tendría sentido si no existiera la muerte Tenconi tomó la decisión de trabajar a conciencia en todos los frentes (la actuación, el texto, la puesta) con el género del melodrama, un código al que los espectadores actuales no estamos acostumbrados, que nos puede sonar solemne o kitsch. Pero es evidente que esa incomodidad que nos genera la demostración intensa de las emociones humanas es parte de la búsqueda y el atractivo de una obra que, además, se mete nada más ni nada menos que con el lazo inquietante entre el sexo y la muerte. "Me interesa trabajar con esa intensidad medio camp -dice Tenconi- más que con un código realista. Al principio los actores tenían más miedo de estar yéndose al diablo pero por suerte fueron confiando y se lanzaron".
Entre sus referencias para la obra Tenconi no duda en citar a Almodóvar, Douglas Sirk, la versión de Boquitas Pintadas de Leopoldo Torre Nilsson. "Cuando yo empecé a mirar cine no te hubiera mirado una película de Douglas Sirk. Creo que no es el primer cine arte al que uno se acerca", dice Tenconi. "Pero es hermoso, es conmovedor, y algo de esto me interesaba evocar. Hace poco alguien me decía que un signo de mi generación de dramaturgos -aunque quizás no sea así- es que tienen una mirada muy irónica. Me interesaba correrme de ese lugar", piensa en voz alta.
Ya estamos en el Rojas, empezando con las pasadas generales. Hoy el elenco está muy tentado: llegó la prótesis que va a usar Gino Potente (a la manera de Mark Wahlberg en ese célebre homenaje al porno que fue Boogie Nights). Es la primera vez que veo las escenas de la porno que filman los personajes de la obra y el efecto es potente: son escenas que uno vio mil veces, con más o menos truco, más o menos sutilezas, en cine y televisión, pero el cuerpo presente es otra cosa. La crudeza del teatro se manifiesta como pocas veces en esas escenas intencionadamente largas, deliberadamente incómodas; en algún sentido es la duración lo que permite que esas escenas atraviesen el cerco de la parodia, que el espectador no tenga otra opción que tomárselas en serio.
Aprovechando el intervalo, converso con los actores en el bar del Rojas. Cuando tienen que hablar de los desafíos de la obra, dos motivos se repiten. Primero, la duración: "a mí justamente lo que me interesó, además del elenco, de Mariano, fue eso, tres horas de obra; no te aparece seguido un material así. En general todo el mundo quiere acortar, piensan que la gente no se lo banca...", dice Agustín Ritano. Lorena Vega, que encarna a la protagonista María, entiende esa decisión en relación con el tema: "Creo que cuando termina la función realmente hay una sensación de haber compartido una vida con esos que están ahí", dice.
El porno es el otro gran escollo: "Yo agradezco mucho que sea con Agustín, que lo conozco de siempre -dice Andrea Nussenbaum, que interpreta a la hermana de María-. Pero igual me costó. Me sirvió algo que me dijo Maruja [Bustamante], que uno agradece como espectador cuando ves un actor que está entregado, dando todo, incluso más allá del resultado".
Tenconi empezó a escribir esta obra hace muchos años, antes que casi todas las obras que ya estrenó. El disparador inicial, piensa hoy, fue la agonía larga de la muerte de su abuela, pero no solamente en términos temáticos, sino también pensando en el universo estético de la obra y el ritmo de la obra. "Yo fui a un colegio de varones, no tengo hermanas. Exploro en mis obras los mundos femeninos un poco porque me resultan extraños -dice-. Pero también hay algo familiar. Tengo mucho el recuerdo de mi mamá y mi abuela conversando en la cocina, sus chistes, esa intimidad". A pesar de lo largo del proceso, no fue celoso con el material. Todos los actores destacaron la apertura que tuvo a la hora de incluir sus decisiones y sus poéticas en la obra. También pudieron ingresar sus propias referencias. "Mi mamá fue una gran inspiración para hacer este trabajo, el universo femenino de mi madre, sus hermanas, sus amigas, esas mujeres que de alguna manera han tenido que llevar adelante una familia solas -dice Vega-. También el cine clásico, que es algo de mi infancia, que mi mamá y mi tía veían cuando yo era muy chiquita. A cada episodio de la obra siempre había una referencia en mi biografía que me servía como organizador o punto de referencia".
Ya termina septiembre y la pasada es con todo: llegó el vestuario de Uruguay (genial, tal como se había prometido), está la escenografía, hay puesta de luces. Muchas cosas de la obra las entiendo recién ahora: el ritmo de los apagones, por ejemplo, que también es un homenaje clarísimo a las telenovelas y los melodramas de otra época, y que no había podido leer hasta ahora. Les pregunto a los actores, al irme, si les molesté mucho en el proceso, si se sintieron observados; me dicen que sí, pero que eso los puso contentos. Una se olvida; estoy delante tal vez de la única población en el mundo que vive para eso, para que los vean reír, gozar, llorar y morir.