En el interior, el libro busca nuevos caminos
¿Cómo circula la literatura en un país tan grande y complejo como el nuestro? La pregunta no es menor: incluye todo un mundo de cuestiones relacionadas con temas tan fundamentales para una sociedad como la cultura y la educación, la economía y el trabajo. La circulación de la literatura tiene que ver con cuestiones relativas a la educación más básica, atraviesa espacios como el ocio y el entretenimiento, implica herramientas de capacitación y toda la variedad de opciones y oportunidades que la lectura sabe ofrecer, y depende estrechamente de la faceta industrial y comercial de los emprendimientos editoriales.
En su libro Aquí América Latina, la crítica literaria Josefina Ludmer transcribió varias conversaciones con escritores y editores, en las que trataba de encontrar algunas respuestas. En una de ellas, el escritor Martín Kohan reflexiona: "Hay que ver en qué sentido hablamos de ?mercado' para la literatura argentina actual? Más que de ?mercado', yo hablaría de cierta circulación en el espacio público y de cierta visibilidad. Poner un libro en circulación para hacerlo medianamente visible: me parece que esos son los términos en los que un escritor de ficción argentina publica un libro hoy (algo previo, o distinto, más modesto, que lo que supone un mercado en el sentido cabal)."
Distintas realidades
Filba es una ONG que se dedica, justamente, a hacer que la literatura circule, al menos un poco más y entre públicos más diversos. Tras ocho años de recorrer el país con el festival de literatura nacional, podemos confirmar que incluso esos objetivos modestos de los que habla Kohan resultan muy difíciles de alcanzar. La Argentina es un país de casi 3 millones de kilómetros cuadrados, con 44,5 millones de habitantes. Según el Cerlalc, es la nación que más libros edita per cápita en toda América Latina. Pero de las 27.428 novedades que se publicaron en 2018, el 54% pertenece a editoriales de CABA. Se da por cierto que aproximadamente el 80% de las librerías se concentra en la capital. Esto hace que la situación en Buenos Aires o en Mendoza, en Santa Fe o en Río Negro, en Córdoba o en Santiago del Estero -para nombrar las provincias que ya recorrimos-, sea muy distinta.
Una primera mirada descorazonadora diría que los emprendimientos editoriales que nacen en las provincias son muy frágiles, porque surgen del entusiasmo de algunas personas y les resulta casi imposible dar el paso hacia una estructura profesional. En general están desconectados de las pocas librerías cercanas, que dan prioridad a los libros de las grandes editoriales de Buenos Aires y sufren por los altísimos costos del transporte. Generar público es una premisa en la que ni se piensa y las políticas públicas de apoyo, si es que aparecen, son erráticas y cortoplacistas (los programas del Fondo Nacional de las Artes destinados a escritores, traductores y gestores son, hasta ahora, una excepción).
Pero a lo largo de nuestro recorrido, fuimos descubriendo otras caras de esta realidad. Cada festival implica un trabajo de campo, una investigación sobre lo que pasa en la ciudad a la que vamos, la construcción de una pequeña red de referentes, todas las lecturas que podemos realizar y muchas conversaciones con personas que se acercan a la literatura desde ángulos muy dispares: autores y editores, pero también periodistas, docentes, bibliotecarios, académicos y entusiastas del libro en general. Hacemos un encuentro que llamamos "Tensiones Regionales", en el que tratamos de hablar con franqueza sobre la situación del libro, plantear preguntas, imaginar respuestas colaborativas. Y así van quedando de manifiesto estrategias de supervivencia distintas, que permiten imaginar caminos que, de a poco, van construyendo escenarios nuevos, otro tipo de visibilidad y conexión entre autores, gestores y lectores.
Trabajar en red
Por lo pronto -y en sintonía con lo que también pasa en CABA y otras ciudades culturalmente activas del mundo- emerge una nueva forma de gestión editorial, un proceso integrado en el que se superpone y potencia el trabajo de autores, editores, vendedores y organizadores de eventos. Las mismas personas que eligen y publican un libro lo ponen a la venta a través de plataformas digitales, se hacen cargo de la comunicación y organizan festivales, fiestas, lecturas en las que le dan protagonismo a sus autores y, por supuesto, venden libros. La web y las redes sociales son clave para este desarrollo, que lleva apenas un par de años en construcción y que facilita otra estrategia interesante: evitar a la capital. Hasta ahora, para una editorial de, digamos, Bariloche, era más fácil llegar a Buenos Aires que a Santa Rosa en La Pampa (así como, en otra escala, a las editoriales más grandes les resulta más fácil llegar con algunos libros a España que Perú o Paraguay). Los nuevos medios permiten ir trazando un mapa de intereses comunes e integrar regiones. Los centenares de ferias independientes que van surgiendo a lo largo y ancho del país cumplen un papel fundamental en esta circulación no tradicional, ya que convierten la red virtual en una muy real de intercambio, curiosidad y alimentación mutua. Como dijo un editor en Mar del Plata: "Empezamos a mirarnos entre nosotros".
Lectores, se buscan
Por supuesto, el objetivo sigue siendo sostener un crecimiento sostenido y, algún día, llegar a las librerías de CABA y, quién dice, a ferias como Guadalajara, que están atentas a este tipo de iniciativas diferentes. Pero primero la intención es salir del círculo vicioso del centralismo y, en lo posible, terminar con la queja permanente porque "en Buenos Aires no nos miran". La prioridad, por encima de todo, debería estar enfocada en la construcción de un público de lectores propio, una tarea compleja que nos lleva de vuelta a la pregunta del inicio: para que la literatura circule, hacen falta lectores. Esa es responsabilidad de las escuelas, dirán algunos, pero escritores y editores también tienen que ver: tal vez un camino para explorar en distintas ciudades sea, precisamente, una colaboración más cercana con las escuelas y los docentes. ¿Por qué no acercarse a ellos y, juntos, tratar de formar lectores que se interesen por las voces propias y más cercanas? Otra red muy activa y federalmente extendida es la de las bibliotecas populares (la cantidad varía según el tipo de conteo, pero según Conabip hay aproximadamente 1500 bibliotecas abiertas y funcionando en las distintas provincias). Allí quizá haya otra fuente posible de colaboración.
Al mismo tiempo, y por más optimismo que se ponga en juego, es imposible negar que los núcleos creativos de los que hablamos son pequeños oasis en medio de enormes extensiones de sequía cultural. Sería fantástico que hubiera políticas públicas que ayuden, al menos, a la "generación de demanda", o sea, a la creación de muchos más lectores en todo el país. Si esa base sólida existiera, el resto del circuito fluiría con mucha más naturalidad e independencia. El Instituto del Libro, si se hace realidad, podría tomar como propia esta preocupación. Porque, como escribió Ricardo Piglia, "la pregunta ?qué es un lector' es también la pregunta sobre cómo le llegan los libros al que lee".